Capítulo 11

1 0 2
                                    

No ha hecho falta forzar ninguna rejilla. En la calle Andrés Mellado hay un sumidero del que se la han llevado. Es algo con lo que contaba Saúl. En el negocio de la chatarra cuanto mayores son las sanciones a quien le cogen robando el mobiliario urbano, más rédito se obtiene de la venta en las chatarrerías. Así que las duras penas que se establecen para este tipo de hurtos no impiden que desaparezcan tapas y rejillas del alcantarillado a diario en todas las ciudades españolas.

Saúl saca por el hueco primero la ballesta y el carcaj con las pequeñas flechas, la catana y los cuchillos. Luego posiciona sus hombros para ajustar su cuerpo al espacio y asomar el busto al exterior de la alcantarilla. Prácticamente incrusta los brazos en su cuerpo tanto como puede y hace grandes esfuerzos para desencajar el tórax ancho por naturaleza. Atascado, sin posibilidad de avanzar ni de volver atrás, encuentra con los pies un punto de apoyo y empuja con fuerza. Las costillas se aprisionan más conforme avanza centímetros. Vuelve a impulsarse con los pies con toda la fuerza de sus cuádriceps. Tiene el pecho tan aprisionado que respira con dificultad. Apenas logra llenar los pulmones para hacer otro intento. No puede esperar a recuperar el resuello y se impulsa con las piernas una vez más. Siente un dolor intenso en las últimas costillas antes de quedar liberado. Una vez en pie, se palpa con la preocupación de haberse roto alguna costilla pero no aprecia más que algunos rasguños.

–¡Vamos, ahora tú! -ordena a Luis.

El periodista no es tan corpulento y cabría más fácilmente por el hueco de la rejilla, pero después de ver lo que ha sufrido su acompañante para salir no está seguro de poder conseguirlo.

–¿No habrá otra salida?

–No hay tiempo de buscarla -contesta Saúl cortante -. Venga, en cuanto saques los brazos, yo tiraré de ti.

Luis piensa en los soldados y en los agentes de policía que les están buscando y comprende que no puede perder más tiempo. Además, no le apetece seguir en el alcantarillado. Probablemente se le han infectado las heridas de arrastrarse por aquellos conductos hediondos. "Y debería estar contento de que no me haya mordido ninguna rata", pensó. Si se queda allí es lo mejor que podría ocurrirle.

Se busca en los bolsillos objetos que le puedan obstruir cuando salga por el agujero pero no encuentra nada. Las gafas y la carpeta con la documentación sobre Lorenzo Santiago y su familia se quedó en el coche, el móvil se quedó por algún lado de la casa de Roberto y la grabadora con el único testimonio que existe sobre lo ocurrido tampoco aparecía. Seguramente se le había caído del bolsillo durante el descenso del segundo piso en la persecución posterior. Lo único que sabe es que se han perdido todas las pruebas que podría aportar si llegaba a escribir el artículo sobre lo que había ocurrido. Porque para plantearse si iba a hacerlo, primero tenía que salir vivo de ésta.

Para volver a la superficie comienza sacando los brazos y la cabeza por el agujero. La claridad y el oxígeno son dos lujos que no había apreciado nunca en su justa medida. Saúl le coge por las muñecas, Luis hizo lo mismo con él. El periodista es mucho más enjuto y sale de un solo tirón. Antes de que pueda expresar su alegría de volver a la superficie, sin tiempo para estirarse, Saúl vuelve a ordenar:

–Venga, continuemos.

Rodean el edificio por la zona norte, menos concurrida que el resto. Hay puertas más transitadas donde podrían intentar ocultarse entre el tumulto de usuarios que entran y salen pero también son accesos más vigilados. Además esta entrada es la más cercana al aparcamiento donde se encuentra la ambulancia que les espera para escapar. Antes de cruzar la puerta, Saúl vuelve a ordenar:

–Sígueme, estamos ya muy cerca.

Entra caminando deprisa y Luis le sigue. El vigilante que está en la garita parece que le reconoce. Luis se mira. No se había dado cuenta de que con esas ropas húmedas, llenas de barro y no sabe cuántas cosas más llaman demasiado la atención. No es capaz de olerse a sí mismo, pero supone que desprende un hedor nauseabundo que revela de dónde acaban de salir. Parecen haberse escapado del casting de un anuncio de detergente. Es normal que hayan llamado su atención.

Todo está bajo controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora