El trayecto del periodista entre la tienda desde donde salió cargado con dos paquetes de detergente hasta el ayuntamiento había sido corto y había transitado por calles demasiado concurridas para asaltarle. Así que Saúl le siguió y esperó a que abandonara el edificio.
A través de las cristaleras del edificio pudo ver que Luis había estado durante unos minutos hablando con un funcionario que nada tenía que ver con la policía. Aquella era buena señal. De momento no había acudido a la policía ni al ejército para denunciar a Lorenzo Santiago y a la Comunidad.
El periodista se levantó de la mesa con una carpeta de documentación y se dirigió hacia la salida. Saúl se ocultó tras unos arbustos para continuar con el seguimiento. Comprobó que ya no llevaba uno de los dos paquetes de detergente. Sabía el motivo. Acababa de realizar el abono por la carpeta que le habían entregado.
No fue difícil comprenderlo. Era evidente que la información que había comprado era sobre Lorenzo Santiago. El periodista estaba investigando por algún motivo que a Saúl le intrigaba.
Había caminado desde allí pocos metros por detrás de Luis vigilando a un lado y a otro por si alguien les seguía, esperando también el momento ideal para asaltarle. Nadie asomado a las ventanas. Un par de personas charlando tranquilamente al final de la calle. Buscó con su mano por debajo de la chaqueta el cuchillo que llevaba la parte de atrás del cinturón. Entonces su teléfono móvil sonó. Soltó la empuñadura del cuchillo y respondió.
–Aquí Saúl.
–La Policía ha emitido una orden de busca y captura contra el periodista del que me pediste los datos anoche, Luis Vallés.
–¿Por qué motivo?
–Según dicen, podría ser portador del ébola. Las cámaras de seguridad del centro de salud le grabaron merodeando por los alrededores del edificio. Es una emergencia sanitaria y le han dado máxima prioridad.
–Muy bien, ¿es todo?
–No, también ofrecen una recompensa a quien lo atrape.
–Una recompensa... Gracias.
Saúl cortó la comunicación y volvió a mirar a su alrededor. Había ahora más gente pero no debía esperar más tiempo o la Policía le encontraría antes. Se llevó la mano de nuevo al cuchillo que ocultaba bajo el abrigo. En ese momento, Luis se detuvo junto a un coche al que se le encendieron los intermitentes un instante y entró en él. Se le escapaba y no tenía su vehículo cerca. Corrió, podía llegar a tiempo de meterse por la puerta del acompañante antes de que iniciara la marcha. Lo intentó pero apenas llegó a tocar el maletero del vehículo que salía del aparcamiento. Se le escapaba. Entonces recordó un localizador que llevaba dentro del impermeable como parte del equipo que no usaba habitualmente. El coche se alejaba y él revolvía el bolsillo. Lo encontró cuando estaba a un metro de distancia, lo sacó y lo lanzó con la esperanza de que el imán del pequeño artilugio electrónico se adosara con fuerza a la carrocería.
Vio al periodista girar en la esquina a la izquierda en su automóvil. Sacó su teléfono e inició una aplicación de rastreo. Medio minuto después sonreía y respiraba algo más tranquilo viendo cómo el localizador se movía por las calles, dirección Madrid.
Saúl caminó a paso ligero hacia su vehículo, un viejo Ford con matrícula doblada, y colocó el teléfono móvil en un soporte sobre el salpicadero para seguir el camino que la aplicación le indicaba. Condujo apurando los límites de velocidad de las vías para recuperar la desventaja respecto a Luis.
El rastreador le dirigía hasta la zona de Moncloa. Afortunadamente para él, Luis ha tenido que dar muchas vueltas antes de encontrar sitio donde aparcar y llega a verle entrar en un portal. Se ha calado una gorra verde. Supone que es porque ya se ha enterado de que le buscan. Abandona el vehículo encima de una acera y acude raudo al portal. Tiene que encontrarlo antes que la Policía. Cualquiera de esos agentes muertos de hambre haría lo que fuera por un complemento extra en su nómina. Las recompensas convertían a los policías en los más fieros perros de presa que existen.
Antes de nada, comprueba que lleva todas las armas y que, aunque permanezcan ocultas bajo su impermeable, están preparadas para sacarlas en un instante cuando sea necesario. Luego se acerca al portal, no va a esperar a que salga. Tiene que ser el primero que lo encuentre.
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Todo está bajo control
FantascienzaLuis Vallés, trabaja en la sección de Local de un periódico madrileño. Acude a un centro de salud de Leganés para cubrir incidente de poca relevancia con unos usuarios pero al llegar, el ejército impide la entrada y la salida a cualquier persona no...