Roberto Macizo es su contacto en Presidencia del Gobierno. Luis salió con su hermana Hana hasta que ella, cansada de soportar a un periodista de medio pelo con aspiraciones a escritor y nómina de becario incompatible con cualquier hipoteca, conoció a un recién graduado en Ciencias Políticas con piso propio y prometedor futuro. Un año después se casaron en la catedral de La Almudena. Recuerda que la fotografía de la pareja saliendo de la iglesia redujo el espacio de Local al día siguiente en el periódico.
Unos meses más tarde, alguien telefoneó al jefe de Recursos Humanos de Presidencia para llamar su atención sobre un tal Roberto Macizo que era el cuñado del Secretario General de un ministerio y que había dejado su currículum esa misma mañana para un puesto vacante en la cafetería.
Roberto Macizo vive en un piso alquilado a sus padres a los que a veces paga lo que puede y otras veces no paga. Luis ha estado allí llorándole varias veces cuando le dejó su hermana.
Roberto nunca tuvo interés en estudiar. Nada más acabar la enseñanza obligatoria se acogió al plan APACE de Ayudas de Preparación al Acceso a Cuerpos del Estado y gracias a la prestación podía dedicarse a cultivar su cuerpo por las mañanas y dejar las tardes para descansar tumbado en el sillón. Se acogió a la ayuda en tres ocasiones, una de preparación para la Policía Nacional, otra para la Guardia Real y la última para la Guardia Gubernamental. Pero nunca estudió para los exámenes por propia convicción. Decía Roberto que nadie necesitaba aprenderse un temario para cumplir órdenes en ninguna disciplina militar. Cuando suspendió por tercera vez, se vio sin dinero y sin trabajo. Antes de sufrir apuros por su situación económica llegó la propuesta de trabajo de su cuñado. Nunca pensó trabajar como camarero-azafato, pero era un trabajo cómodo, de buen horario y bien pagado. Le quedaba tiempo libre para seguir acudiendo al gimnasio un rato diariamente y el sueldo le cubría casi todos sus vicios.
Durante algún tiempo siguieron quedando de vez en cuando para tomar unas copas pero nunca volvió a ver a su hermana y cuando quedaban no solían hablar de ella. Pero nunca conseguían permanecer juntos más de una hora porque siempre había alguna chica que invitaba a Roberto a una copa, impresionada por su trabajado cuerpo, su flequillo moreno y sus ojos verdes con la que acababa la noche. Hacía tiempo que no salíamos juntos a nada.
Luis se ha encontrado el portal abierto al llegar y ha subido hasta su piso. Allí pulsa el timbre y se pregunta si seguirá teniendo los mismos músculos inflados de testosterona.
Transcurren unos segundos. Vuelve a llamar al timbre. Medio minuto y un timbrazo después, se abre la puerta. Al verlo entrecierra los ojos como si quisiera ubicarle en su memoria o como si acabara de despertarse. Tras un instante de incertidumbre, exclama sonriente:
–¡Cuñao!
Roberto tiene un halo de tristeza en la mirada, ha aumentado su peso y disminuido su mata de pelo un poco pero parece estar todavía en forma. Toman un refresco en su salón. Le explica que se había acostado tarde por culpa del Gabinete de Crisis y le confirma que se acaba de levantar. Luis tiene la sensación de que los ojos manifiestan algo más que sueño. Están húmedos, probablemente de haber llorado. Le pide que le relate lo que había sucedido en el edificio de Presidencia el día anterior. Su amigo había estado presente en reuniones donde sobres, regalos y maletines cambiaban de manos. No era tan tonto para no comprender que aquellas transacciones eran ilegales, pero los sobornos son parte de la política y de los negocios en las altas esferas de la sociedad desde hace décadas. Nunca le ha importado. Es como ver a dos mujeres paseando cogidas de la mano o un perro con vestido y sombrero caninos. Las dos primeras veces llama la atención, la tercera pasa desapercibido. Pero lo que había visto el día anterior era distinto y los huevos y las manzanas no son suficientes para convencerle de que le conceda una entrevista para el periódico. Roberto tamborilea con los dedos en el cristal de su vaso de refresco. Luis lo conoce lo suficiente para reconocer la preocupación en su rostro, quizá, miedo. Se resiste a responder. Eso es señal de que tiene algo que esconder y, por tanto, de que Luis ha ido a preguntar al sitio adecuado. Insiste añadiendo frases como "somos amigos", "haría lo que fuera por ti", "con todo lo que hemos vivido juntos" o "hazlo por los viejos tiempos", pero no parece conseguir nada tampoco con el chantaje emocional.
ESTÁS LEYENDO
Todo está bajo control
Science FictionLuis Vallés, trabaja en la sección de Local de un periódico madrileño. Acude a un centro de salud de Leganés para cubrir incidente de poca relevancia con unos usuarios pero al llegar, el ejército impide la entrada y la salida a cualquier persona no...