Parte 8

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Una vez dentro, después de atravesar el largo portón de madera antigua y dañada por el tiempo se encontraron en esa enorme sala a la que antes Net no le dio importancia. Ahora se pudo fijar en los brocados de bronce que cubrían las paredes de piedra vista. Unos colores grises que llenaban la estancia de una inmensa oscuridad, soledad y tristeza. Estuvo seguro que en ningún tiempo fue más bonito, que nunca había brillado la luz en aquel lugar. El suelo era un empedrado de rocas grises que daban la sensación de estar colocadas al azar, selladas para siempre entre ellas un un cemento primigenio. Frente a él, en el punto más inalcanzable de la pared que fronteaba la entrada a la sala de las dones luminosos había un triángulo oxidado por el tiempo. Con la falta de luz no pudo distinguir los gofrados que había en él. Siguió girando sobre sí mismo, buscando por instinto algo más en lo que fijarse. Pero antes de llegar a escudriñar la sala por completo Tommy le agarró el hombro a la par que le señalaba con el dedo índice de su mano libre una dirección. Sin pensarlo continuo por el camino imaginario que el chico de buzo azul le había indicado. Caminaron durante un rato por ese camino de piedras grises, tomando curvas sinuosas que hicieron que Net fuera creando un mapa imaginario del edificio. Se dio cuenta que cada veinte pasos había una ventana en forma de triángulo equilatero desde la cual no se veía nada por la niebla que lo cubría todo. Entonces se dio cuenta de que no tenía frío, que desde que estaba allí no había notado los cambios de temperatura. Siguieron andando y a Net se le olvidó comentárselo a Tommy. Llegaron, por fin, frente a una pequeña puerta de madera de roble con visagras oscuras por la suciedad.

- Adelante, es tu cuarto. Este es tu pasillo. Cada uno de tiene asignado un lugar diferente del castillo. Visto lo visto, no podemos exponeros en las casetas. Debes recordar no decirle nunca a nadie cómo es tu cuarto, dónde está situado y quien te visita. Solo tú y yo podemos entrar en él a nuestra voluntad. El resto de personas necesitan nuestro permiso para hacerlo. Ahora entra, acomódate y cámbiate de ropa. Yo iré a hacer lo mismo.- pronunció la última frase mientras se iba del lugar.

Net abrió la puerta y descubrió una gran oscuridad. No veía nada de nada. A primera vista no había ninguna ventana ni menos aún un interruptor. Dio un par de pasos y se encendió la luz. Era una sala pequeña y modesta. Una cama más similar a las que él conocía, con una colcha de color rojo ribeteada en dorado. Dos grandes y llamativos almohadones con el mismo estampado de la colcha. Frente a ella una incómoda silla de mimbre con una mesa de acero forjado, del ancho de sus brazos sobre la que descansaba debidamente doblada un buzo de color teja con unas deportivas blancas al lado. Un par de mudas y unos
calcetines estaban en el otro costado del buzo. Descubrió al ir a cogerlos un gran espejo de forma elíptica sin marco sobre la pared. Se pudo ver por primera vez en mucho tiempo y lo que vio, por extraño que parezca, no le asustó. Era él, tal y como se recordaba. Un poco más sucio y tapado por unos jirones de ropa manchada y quemada. También encontró una mochila y una riñonera de color color blanco. Al ir a tocarlas vio otra puerta, frente a la que había cruzado. La abrió para descubrir un baño precioso de color blanco con detalles en negro. Con una ducha alta y acristalada. Una bañera de color blanca con patas negras estaba en medio del baño. Dos espejos de medio cuerpo sobre el lavabo y el baño de un sereno y elegante negro quedaba resguardado en una esquina de la sala. Una vez dentro quiso bañarse, desconectar, probar qué pasaba. Se metió en una bañera humeante, olvidándose de todo, hasta que tocaron a su puerta diez veces seguidas con un cortante ruido grave.

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