Siete minutos

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El viento corría con libertad por las costas de Iwatobi, el mar se mecía lentamente gracias al mismo y el cielo yacía cubierto por las nubes de tormenta.

No había nada navideño en ello.

Tampoco era como si eso importase. De todas formas, él odiaba esa estúpida celebración. Tomó una conchita de mar y la lanzó de regreso a las olas saladas que golpeaban la costa.

Si lo pensaba bien, podía decir que sus navidades eran saladas. En todas ellas, desde hacía cuatro años, llegaba al mar y lloraba en silencio. Sí, su vida era patética. No, no planeaba cambiarlo.

La tristeza no lo abandonaba nunca. Durante todo el año, él parecía un muñeco movido simplemente por los hilos de la vida y el destino. Pateó la arena, furioso. Odiaba el mar. Odiaba el agua.

Sí, odiaba el agua.

Y odiaba el recuerdo de la agonía que sufrió gracias a ella, varios años atrás. Pues fue el agua aquella que desencadenó una serie de consecuencias que él nunca fue capaz de imaginar.

Fue ese mismo día, veinticinco de diciembre, cuatro años atrás, a sus dieciocho años.

Rin se había marchado abruptamente, dejándolo solo y con el corazón hecho pedazos. Y había sido su culpa, pues pese a saber que la celebración -la cena, en sí- era importante para el pelirrojo -porque todo era importante para él- Haru se había metido a la bañera. Sonaba estúpido que Rin se enojase por tal cosa, pero el pelinegro sabía, una vez que lo pensó bien, que fueron una serie de pequeñas cosas lo que hicieron que el menor estallase en furia ese día.

"─ ¡Siempre es lo mismo! ─le había gritado Rin al encontrarlo en la bañera. Haru se encogió de hombros, restándole importancia─ ¡Si ibas a venir a meterte aquí durante toda la cena, entonces no me hubieras invitado!

─Deja de gritar ─había mascullado Haru con tono indiferente. No lo entendía, ¿qué había de malo en darse una ducha? No es como si no hubiesen acabado de comer, porque incluso habían lavado los platos.

─Que... Que deje de gritar ─Rin le pareció indignado. Y con razón, pues el pelirrojo había estado emocionado e incluso le había llevado un pequeño regalo. Pero en un abrir y cerrar de ojos, Haru ya no estaba ahí─ ¿De verdad...?

─Rin, ya cálmate. No es para tanto. Es una simple cena. Iré contigo en unos minutos.

Su pareja le estaba diciendo que la cena, la misma cena por la que había cancelado la comida con su familia, por la que había cambiado de fecha el intercambio de regalos en Samezuka, por la que había pasado horas escogiendo un regalo y algo digno que ponerse... Su pareja le estaba diciendo que esa cena era una común y corriente.

Pero Haru había estado muy nervioso. Había huido en cuanto vio a Rin hurgando en sus bolsillos. Porque había comprado un regalo, pero lo había dejado en casa de Makoto ya que se le dificultaba la envoltura. Debía... Tomó su celular y corrió al baño. Llamó al castaño, quien le informó que estaba camino a su casa y, en cuanto llegara, le llevaría el regalo. Así que debía hacer tiempo. Lleno de nervios, se metió en la bañera e intentó calmarse.

Sin embargo, Rin había entrado completamente furioso. Y Haru lo entendía, porque era de pocas palabras, frío y distante cuando el pelirrojo era por completo lo contrario. Sabía que su pareja debía sentirse mal, pues siempre lo dejaba solo por el agua o por comer caballa. Rin lo ponía nervioso hasta la médula y, por eso, Haru solía huir de inmediato. Le faltaban palabras, le faltaban acciones. Y a Rin le faltaba paciencia.

Pero el que se pusiese a gritar lo molestó. Sin salir de la bañera, observó a su novio y chistó.

─Te tomas las cosas demasiado enserio, Rin. Debes calmarte.

Frío y no tan frío (HaruRin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora