capítulo siete

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Jos tenía excelentes gustos musicales, en su mayoria él escuchaba rock, entre otros géneros un poco más pesados y eso era genial, ahí compartíamos algo. El fuerte sonido de la música de The Doors sonaba por toda la casa del pelinegro y también por todo su patio, en donde yo me encontraba, con un vaso en mano lleno de cerveza. No era demasiado amante de beber pero me la habían ofrecido y me costaba rechazar tales actos. Estaba sentado en el pasto, recargado en la valla que dividía la casa de Jos con la del vecino y, así como otras veces, observaba a todos. Justo cuando llevé mi mirada a la puerta de la casa, vi a mi efecto invernadero salir, siempre con esa gran sonrisa y bebiendo. No pude evitar formar una sonrisa con mis labios y me levanté para dirigirme hacia él.

—Aquí estoy, ¿ves?

—Te veo muy bien.—Sentí mis mejillas arder, Jos había pasado toda su mirada por mi cuerpo. —Acompañame arriba, necesito quitarme esta playera y... —Se detuvo un momento para llevar su mano libre a su boca, estuvo así unos segundos y luego retiró su mano de sus labios. —Necesito expulsar alcohol. —Reí y el rió.

Lo acompañé y entré a su habitación, había estado ahí infinitas veces pero en esa ocasión deseaba que aquel lugar fuera testigo de algún acto provocado por el alto alcohol en Canela y para mí, como uno provocado por el simple deseo que sentía por él.

Estaba sentado en la orilla de la cama, escuchando a Jos lavarse los dientes después de vomitar algunos minutos, era increíble que tan rápido había llegado a ese punto. Ebrio, maldito ebrio. Me reía de él en mis adentros.

—Carajo, Alonso, esto es una mierda.—Salió del baño limpiando sus labios con el dorso de su mano.

—No te controlas, no esperes vomitar flores.

—Eso sería lo ideal.

Suspiré, encogiéndome de hombros.

—¿Por qué eres así? Tan... Callado, precavido.—Se acercó a mí.

—No sabría responder.—Levanté mi mirada para verle mejor.

—¿Todo lo que dicen de ti es verdad?—Se giró y caminó a su armario.

—¿Qué dicen de mí?—Sentí un cosquilleo en el estómago, nervioso y preocupado. No me gustaba que la gente hablara de mí.

—Que te gusto.

Se puso una camisa nueva.

Mi pecho comenzó a arder.

Bajé la mirada e hice que mis piernas reaccionaran para levantarme y quise salir corriendo de ahí pero él me detuvo.

—He visto como me ves, Alonso.

—¿Es importante?

Jos hizo una mueca.

—Quiero saber si es cierto.

—¿El qué?

—El que te gusto.

Estaba a punto de contestar, o algo así, realmente me debatía entre que decir, entonces, en mí silencio, fue cuando sus labios se encontraron con los míos. Increíble, exquisito, inexplicable, mejor que cualquier cosa en el mundo. Sus labios eran un paraíso. Me quedé estático. 

efecto invernadero | jalonsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora