Errores

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Brad pestañea sus ojos marrones antes abrirlos en la oscuridad, la luz de la luna que brillaba a través de las cortinas translúcidas proveía la única fuente de luz. El cuarto está helado porque dejó la ventana abierta toda la noche, pero es insensible al frío. Deja escapar un bostezo y rueda sobre un costado para tomar su teléfono que descansa en la mesa de noche.

Después de que la luz lo enceguezca por un momento, lee las 3:15 de la mañana en la pantalla de bloqueo. Perfecto, piensa, se quita de encima las gruesas sábanas y pone sus pies cubiertos de calcetines en el suelo. Se pone las zapatillas grandes que solían quedarle perfectas y ata sus cordones amarillos con un nudo doble antes de caminar de puntillas hacia la ventana abierta. La escalera que acercó a la ventana de su habitación todavía está ahí, esperando que el dieciseisañero bajase por ella. Desciende rápidamente, ignorando el frío que recorre de manera involuntaria su columna vertebral.

Cuando llega al último escalón se pone sus audífonos, meneando su cabeza al ritmo de la música que fluye en sus oídos antes de sacudir sus ya despeinados rizos y comenzar a trotar calle abajo. Brad no tiene idea de a dónde va, pero está corriendo felizmente sin tener que pensarlo. Pronto se ajusta al frío y apenas lo nota mientras corre por vecindarios dormidos, apartando su mente de los gruñidos de su estómago debido a la falta de cena anoche, apartando su mente del día de ayer y del día anterior, y del anterior, y del anterior. Ya no importan más: Brad no puede controlarlos. Pero esto sí puede controlarlo. Finalmente hay algo que puede controlar.

Un fuego se enciende dentro de él cuando se aprieta el paso, dejando la sensación de cansancio detrás. No hay forma de que se detenga pronto. En un mundo donde lo monitorean y tiene una lista de todas las cosas que no se le permite hacer, al fin puede hacer algo que ama, y libremente.

Cuando los oscuros alrededores se vuelven desconocidos, se da cuenta de que parece ser la única persona en el mundo, corriendo sin rumbo fijo, y de alguna forma así es. Pero entonces, no, decide que parece que el mundo fuera suyo, y de algún modo eso lo emociona, hace que se exija aún más, dejando que el mundo, sus piernas y todo se desdibuje a su alrededor mientras la llama en su estómago arde y se hace más brillante. Sólo se fuerza a correr más tiempo y más rápido que antes, hasta que siente como si volara sobre el suelo.

Se sienten sólo como segundos, pero Brad se detiene cuando la oscuridad parece estar llegando a su fin, y el cielo está próximo a despertar. Se quita sus audífonos y se detiene para revisar la hora, pero le fallan las piernas, haciendo que caiga en el concreto. Joder, piensa, respirando pesadamente. Siente como si sus piernas de hecho estuvieran en llamas. Inhala y exhala rápidamente, intentando calmarse antes de incorporarse con dolor. Mis zancadas quizá fueron demasiado amplias, supone, se recuesta en el piso y gatea hacia un buzón que lo ayuda a levantarse sobre sus piernas débiles y tambaleantes.

El camino de regreso a casa es un infierno, pero logra subir las escaleras antes de que el reloj alarma en la habitación de sus padres suene. Se quita la ropa sudada y los grandes tenis, empujándolos debajo de su cama antes de meterse sigilosamente debajo de las sábanas y cierra sus ojos, como si hubiera estado acostado ahí, dormido, toda la noche. Su papá entra dando traspiés un minuto más tarde, después de apagar la alarma con un clic, y sacude a su hijo para "despertarlo".

—Es hora de alistarse para la escuela. —Bosteza.

Brad gruñe y rueda sobre un costado, intentando ignorar el insoportable dolor que quema sus piernas.

—¿Tengo que ir? —pregunta el dieciseisañero, fingiendo su mejor voz matinal.

Su papá asiente.

—Por supuesto.

—Agh.

—Y quizá deberías dormir con menos mantas en la noche —su papá le sugiere distraídamente—, estás todo sudado.

Enséñame a Respirar -TradleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora