Fuerte

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Un estremecimiento recorre automáticamente la columna vertebral de Brad cuando se apea del bus y entra en el frío y oscuro mundo. Frota sus puños contra sus ojos y se estira, todavía atontado por su accidental siesta de veinte minutos en el vehículo. Una sonrisa se curva en su rostro cuando siente un familiar brazo rodear sus hombros antes de ser presionado cómodamente contra el calor del costado de Tristán. Le gusta pensar que encaja ahí perfectamente, como si el cuerpo del diecisieteañero hubiera sido creado específicamente para que Brad pudiera acurrucarse en él.

—Sólo para que lo sepas, mi casa no es la gran cosa —le informa Tristán al menor por centésima vez mientras atraviesan un oscuro vecindario. Ya habían tenido un debate acerca de esto en la bolera, Tristán sosteniendo que prefería que ambos se dirigiesen a casa de Brad en vez de a la suya. Pero el dieciseisañero todavía no está listo para llevar a un chico que no sea Jack o Drew a casa.

Brad se encoge de hombros por sus palabras repetidas, inclinándose más sobre Tristán, así el rubio está prácticamente cargándolo calle abajo. El mayor baja la mirada hacia el chico soñoliento bajo su brazo y ríe entre dientes.

—Tan lindo —comenta Tristán, haciendo que las mejillas de Brad enrojezcan.

Los dos chicos se detienen en una pequeña casa amarilla. La entrada está libre de vehículos, y la casa se ve tan sosa que parece como si debiera haber un letrero de 'en venta' en el césped. Brad asume que se debe sobre todo a que su propia casa está excesivamente decorada, llena de muebles interiores y exteriores innecesarios debido a la extraña obsesión de su mamá por los muebles. Pero a Brad le gusta la casa. Le recuerda a Tristán, y cómo todo en él grita minimalista.

Tristán abre la puerta a la oscuridad antes de encender la luz y el interior de la casa se ilumina. La casa consiste en su mayoría en cajas de cartón regadas por donde viera el ojimarrón. El único mueble en la sala es un sofá que encaraba una pared vacía, y un feo arbolito de Navidad sin adornos, dado por muerto en una esquina.

—Mi papá es demasiado flojo como para quitarlo —explica el rubio, sonriéndole avergonzadamente a Brad, quien aún está pegado a su lado de forma descarada. El menor sólo ríe por lo bajo. Tristán se quita sin cuidado sus zapatos de estampado de leopardo en la puerta del frente y jala al menor a la cocina.

—Tengo tanto sueño —murmura Brad, descansando su espalda contra la encimera.

—Todavía no entiendo por qué simplemente no te fuiste a casa a descansar —el mayor expresa.

—Porque no habría podido estar contigo. —Tristán le sonríe al piso embaldosado, sus mejillas enrojeciendo de forma adorable por la respuesta del rizado. Una sonrisa engreída se extiende en sus labios. ¿Por qué es tan perfecto? se pregunta Brad, apretando alrededor de su cuerpo la larga chaqueta del diecisieteañero.

El rubio saca de forma casual una botella de vino de la encimera.

—¿Quieres vino?

—No sé, —Brad baja la mirada hacia sus manos, jugueteando con el cierre de la chaqueta de Tristán—, tiene muchas calorías.

—Está bien. —Tristán sonríe y lo pone en la encimera—. Lo entiendo.

—Bueno, quizás un poco no haga daño. —Decide después de un rato, porque piensa que sería bastante romántico, e ignora el hecho de que en verdad no quiere (y no debería querer) consumir más calorías de las que le obligan a ingerir, pero estudia los ojos azules de Tristán y de alguna manera sus pensamientos son callados automáticamente.

Minutos después de que el rizado descubra que el vino sabe terrible, se echa en la cómoda cama de Tristán, como si fuera la suya, mientras el mayor desata los cordones de sus zapatos y pone sus desgastados zapatos Converse junto a la puerta. El cuarto de Tristán está tan vacío como la sala, sólo decorada con la cama de la que el rizado no cree poder separarse jamás, y un computador desconectado en una esquina. Pero a pesar de cuán vacío luce, aún así es cómodo. Bueno, al menos su cama lo es.

Enséñame a Respirar -TradleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora