→ calum hood
Estados Unidos se extiende frente a mí con una inmensa magnitud. Nueva York no descansa nunca y lo siento en el aire, en la gente, en el movimiento. Me siento vivo junto a todo lo que se mueve a mi alrededor, llevado por la corriente. Me gusta estar aquí, a pesar de estar sentado, quieto, fumando un cigarrillo en el balcón del departamento nuevo de Circe, esperando a que mi mejor amiga y su prometido vuelvan de buscar mi sorpresa.
Hace cuatro días llegué acá. Mi mejor amiga me recibió con toda su dulzura y alegría, y su pareja, Gary Heldman, con todo el respeto posible. Teniendo en cuenta nuestros enfrentamientos anteriores, supongo que eso es lo más sabio y correcto por hacer.
Circe y yo nos conocemos hace dos años, casi tres. Y desde que nos conocemos, ha tenido una relación un tanto enfermiza con Gary que, pese a su apariencia, es un hombre de treinta y seis años. Ella tiene veintitrés para los veinticuatro. No es que esté en contra de su relación, pero siempre he sido detractor de las relaciones donde uno es mucho mayor que el otro, y mucho más si la persona mayor suele cometer abusos hacia la otra. No, no sé si alguna vez Gary abusó físicamente a Circe, pero si sé que le ha dicho algunas palabras que ningún hombre debería decirle a alguna mujer, o mejor dicho, que ninguna persona debería decirle a la otra. Gary es bastante agresivo y yo me he metido en varios pleitos por defenderle el pellejo a mi mejor amiga, que lleva con él desde hace cinco años, cuando cumplió la mayoría de edad.
Puedo decir, claramente, que me parece descabellado que quiera casarse. Todavía es joven, tiene años por delante —quizás Gary no tantos— y no tiene por qué apresurarse con estas cosas. Para todo hay un tiempo, y estoy seguro que no es momento para que se casen; han hecho todo muy de prisa y poco organizado... Muchas veces hay parejas de este índole que siguen juntos porque ninguno de los dos encuentra a otra persona; aunque soy un fiel creyente de que, para encontrar, hay que buscar. Igualmente, eso no importa mucho porque no puedo hacer nada para detener esta boda, que en menos de tres días se realizará. La pareja se ha ido al aeropuerto a buscar algo que, supuestamente, me encantará y le agradará a todo el mundo, y por eso han estado dando vueltas por todos lados durante las noventa y tantas horas que llevo aquí.
Suspiro y le doy una última calada al cigarrillo, lo apago tirándolo al suelo y pisándolo. No, no soy un fumador. Soy más bien lo que se dice fumador social: fumo cuando las personas en mi entorno lo hacen. De todas formas, no es algo que haga todos los días, así que no me preocupa. Puedo pasar tres o cuatro meses sin fumar y nunca he tenido la necesidad. Me relaja. Circe era una anti-cigarrillos hasta hace dos semanas; de los cuatro días que llevo aquí se ha fumado unas ocho cajas de veinte de Marlboro y eso es malo, pero supongo que lo hace porque ahora está con Gary de vuelta y ese hombre fumas tres paquetes al día.
— ¿Calum? —escucho a mi mejor amiga decir. Me adentro al apartamento—. Tengo una sorpresa para ti.
Y la sorpresa es Michael Clifford.
Yo sé que Circe es una de las principales personas en apoyar mi relación con Michael. Ella siempre ha dicho que somos el uno para el otro y que nuestra pareja era lo máximo. No lo creo. Ahora estoy con Luke —sin estarlo realmente, pero se entiende—.
— ¿Feliz de verme? —pronuncia Michael, su voz suena como terciopelo áspero y he extrañado ese tono muchísimo. Como nunca, pienso.
— ¿Feliz verme tú a mí? —le contesto yo, con una pizca de nerviosismo y mucha verdad. Él sonríe y se acerca a mí, me abraza y sus brazos se sienten tan diferentes que quiero quedarme ahí por mucho tiempo. Apoyo mi cabeza en su hombro y suspiro.
No sé cuánto tiempo nos quedamos abrazados, porque Circe carraspea y nos indica que tenemos que acompañarla a ver el vestido.
En lo único que puedo pensar es en que he extrañado a Michael muchísimo en estos meses. Y no está bien, para nada bien.