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Un mes después.

Y así fue como de un día para otro Hayes y yo nos hicimos amigos. Si él no estaba en mi casa, yo estaba en la suya. O íbamos a dar una vuelta por el barrio, o a un parque que está de camino entre las dos casas. 

Elizabeth me estaba cogiendo ya cariño, ya no se sorprendía cuando me veía en la puerta de su casa o cenando en su salón, y había conocido a Sky, que es un cielo, como su nombre indica. Nunca me han gustado los niños pero esta cría es demasiado dulce e inocente.

Marie y Carl estaban encantados de que nos llevásemos tan bien: de todas maneras sigo siendo una borde y mala influencia, pero eso ahora mismo es mi menor preocupación.

Camino hacia la casa de los Grier, ya que Elizabeth me ha invitado a desayunar con ellos. Dice que llevo tan bien a Sky que le encanta que esté en casa. Llamé al timbre y un dormido Hayes me abrió, aún con los ojos cerrados.

-¡Despierta! -exclamé. Sonrió y me abrazó.- Ay, ya. Quita. No sé qué tenéis todos con los abrazos. -dije apartándolo.

-¿Cambiarás alguna vez o serás así para siempre? -preguntó mientras cerraba la puerta.

-Así para siempre. -me encogí de hombros y caminé hasta la cocina, donde se encontraba la mujer de la casa.- Buenos días Eli. -saludé con una sonrisa.

-Hola Naroa, ¿qué tal has dormido? -preguntó con una sonrisa maternal. Echo de menos esas sonrisas.

-Poco, pero bien. -me encogí de hombros y me miró inquisitiva.- Estuve leyendo, no estuve haciendo cosas malas.

-Tienes que dormir más.

-Luego me echaré una siesta. En lo que Hayes tarda en arreglarse para salir recupero el sueño de una semana. -dije graciosa mientras me servía café.

-¡Estoy aquí! -dijo a mis espaldas, pero le ignoré.- ¿Y por qué a ella le dejas tomar café? -amabas volvimos a ignorarlo mientras yo colocaba la cafetera en el fogón.

-¡Mamá! ¡Necesito ayuda! -gritó Sky bajando por las escaleras.- Hola Naro. -saltó encima de mí y me dio un gran beso en la mejilla. Le revolví el pelo a modo de saludo.

-¿Qué quieres, Sky?

-¿Me ayudas a atarme los cordones? -preguntó la pequeña rubia y una oleada de ternura me invadió. Su madre la ayudó.- Gracias mamá, eres la mejor. -dijo y le plantó un gran beso en la mejilla.- Naroa. -me llamó y la miré.

-Dime Sky.

-¿Tu mamá también te ataba los cordones de los zapatos? -preguntó con toda la inocencia del mundo y me atraganté con el zumo que estaba tomando. Hayes y su madre me miraron alarmados. Puede que el día de la enredadera genealógica obviase una parte.

-Sí, lo hacía muy bien, como todas las mamás del mundo. -sonreí como pude, aunque al final sí se volvió una sonrisa real.

-¿La echas de menos?

-Mucho. -respondí sincera.

La pequeña se levantó de su silla, se acercó a mí y puso una mano en mi pierna.

-No te preocupes, la verás pronto. -y acto seguido se fue escaleras arriba, seguida de su madre.

-No lo creo... -murmuré para mí, pero el ojiazul lo oyó.

-¿Por qué no?

-Murió hace unos años. -hice una pausa. Hayes no sabía que decir, sólo me miraba.- Hay unas cuantas cosas que no te he dicho aún, y lo prefiero así.

Naroa » Hayes GrierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora