¡Mamá, me he metido en un vórtice!

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Cuando abrí los ojos mi madre estaba sentada junto a mí viéndome con cara de preocupación, o yo que sé, porque seriedad y ganas de darme un largo y casi eterno discurso era lo que su rostro mostraba.

-Hola, cariño -dijo, serenamente-. ¿Cómo estás?

-Ma -fue lo que dije antes de estirarme sobre la cama para desperezarme-. Estoy bien -respondí.

-Por lo de ayer en la noche -intentó decirme, pero la corté en seco.

-No pasa nada. Estoy bien.

Sus ojos brillaron como lo hacen los de una madre cuando intenta hablar de algo importante con su hijo. Desvié la mirada porque no quería aquella conversación.

-Ambos sabemos que no estás bien -prosiguió convencida, sabía que no la detendría-. Sé que lo que dijo Israel anoche fue duro para ti. Hasta yo me quedé sorprendida por eso. Pero debes saber que no lo hizo con la intención de herirte...

-Claro que lo hizo -espeté, sin poder contenerme-. Siempre sabe lo que hace.

Mi madre se quedó callada unos segundos.

Las cortinas de mi habitación estaban abajo. No había mucha luz que lograra colarse dentro, pero había la suficiente para que mi madre y yo nos miráramos.

-Tu hermano -esta vez, en su voz se notaba que se pensaba más lo que me decía- está pasando por un momento difícil. Pronto tú también estarás en él. Tienes que comprender que a pesar de lo que suceda, de lo que se digan, de las veces que peleen, nunca van a dejar de ser hermanos. Él te quiere a su manera, aunque a veces pienses que es un desconsiderado...

-Es un idiota.

-Eso. O lo que creas que es. Para tu padre y para mí no es fácil criar a dos adolescentes y a una preadolescente, que tienen necesidades diferentes y que son abismalmente distintos. Comprendo que tienes tus inquietudes como las tiene Sofía o Israel. Por eso estoy aquí. A pesar de lo que pase somos una familia y nos queremos; te pido que hagas las paces con tu hermano antes de que comiencen a pelear. En su debido momento él se disculpará. No me agrada que estén peleados. ¿De acuerdo?

La miré detenidamente. Sus ojos marrones suplicaban que no iniciara una batalla con Israel. Ella me observaba atentamente. Me gustaba tener esa clase de momentos en los que hablaba conmigo. Creaba un vínculo más cercano entre ambos y era agradable tener a mi madre ahí. No sé qué haría sin ella.

-De acuerdo -musité.

-Ahora -dijo, poniéndose en pie, y evidentemente más tranquila por nuestra pequeña charla-. Levántate que es tarde y hay muchas cosas que hacer. Tu padre nos espera. Vamos de viaje.

Dicho eso salió de mi habitación.


Decir que la disculpa de mi hermano llegó temprano era tener altas expectativas.

Al igual que yo, y debo reconocerlo, era demasiado orgulloso, pero al final cedió a la presión que mis padres ejercían en él. Cuando se hubo disculpado me dijo que quería que lo acompañase a su partido de baloncesto la semana siguiente. Lo miré pensativo y le dije que le diría luego.

Después de mi desayuno salimos a casa de la abuela; madre de papá. El abuelo había muerto cuando yo tenía algo así como seis años, ni de chiste lo recuerdo. Mis otros abuelos, padres de mamá, viven en Argentina desde hacía varios años. De hecho mis padres no estarían casados si mamá no hubiese regresado al país a vivir con sus abuelos.

Las visitas a casa de la abuela suelen ser divertidas. Me encanta que la abuela nos quiera y nos dedique tiempo a cada uno a su modo. A mí me cuenta historias de papá cuando era chico, me lee historietas que a veces compra cuando va a la calle con mi tío. A Sofía e Israel les habla de cosas más filosóficas o históricas con las que ambos se envician, y es decir poco de mi hermana que ha hecho investigaciones a su modo sobre las guerras mundiales, la admiro por su paciencia. Sé que soy afortunado de tener la familia que tengo y agradezco por ello, a pesar de en ocasiones querer que se los trague la tierra y así me dejen en paz.

Universo de los Sueños. [Universo de los Sueños #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora