poema 52

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Él decía a su amada: Si pudiéramos ir 

los dos juntos, el alma rebosante de fe, 

con fulgores extraños en el fiel corazón, 

ebrios de éxtasis dulces y de melancolía, 

hasta hacer que se rompan los mil nudos con que ata 

la ciudad nuestra vida; si nos fuera posible 

salir de este París triste y loco, huiríamos;

no se adónde, a cualquier ignorado lugar, 

lejos de vanos ruidos, de los odios y envidias,

a buscar un rincón donde crece la hierba, 

donde hay árboles y hay una casa chiquita 

con sus flores y un poco de silencio, y también 

soledad, y en la altura cielo azul y la música 

de algún pájaro que se ha posado en las tejas, 

y un alivio de sombra... ¿Crees que acaso podemos 

tener necesidad de otra cosa en el mundo? 

Los sentimientos no se equivocanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora