1.- Veni, vidi et vici

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Lunes 28 de mayo del 1453, Constantinopla

Hoy me he despertado viendo a mi querida ciudad fatigada por años de guerra. La falta de hombres dispuestos a luchar por el imperio ha llevado al emperador a contratar a esos belicosos mercenarios; esos truhanes sólo luchan por dinero; en el momento que contacten con los turcos, ellos les ofrecerán una suma más grande de dinero y se pasarán a su ejército de ratas jenízaras. Mis dos hermanos y yo vinimos de la formidable ciudad de Hieraklión (Creta) hace quince años, para servir como leva de la ciudad, los cretenses somos los soldados más fieles a nuestro emperador de todo el estado; nuestro señor Constantino nos trata correctamente.

Hace exactamente siete años, paseaba por el lado norte hipódromo, y escuché el enorme bullicio que se formaba en el foro de Constantino a unos quinientos metros. Fui a espectar y encontré al bravo gobernador con cinco soldados; todos ellos parecían de origen anatólico, los cinco se arrodillaron para jurarle lealtad; el emperador se acercó uno a uno y llegó al cuarto, el cual sacó rapidamente su cimitarra, pero antes de que hiriera a Constantino, saqué mi mandoble y lo paré. Los cinco asesinos mandados por los turcos huyeron perseguidos por la guardia Paleóloga. El Basileus reconoció mi valía y lealtad y me convirtió en uno de sus cinco comandantes.

Fui a comer a una taberna cerca del acueducto Valente, ''taberna vedra'' era su nombre, que viene a ser en latín vieja; un emisario ordenó que yo, Theodoro Conmeno, fuera a la puerta de Adrianópolis, la sexta y última puerta al mando de mil soldados y centinelas.

La quinta puerta, la puerta de San Romano, estaba custodiada por el oficial Ioannes Focas, hombre oscuro y siniestro, procedente de Atenas; al mando de setecientos hombres.

La cuarta puerta, la de Poliandro, estaba defendida por el segundo comandante, Justino de Adana, gordo y corpulento, de carácter satírico e irónico, natal de dicha ciudad anatólica, a orden de setecientos hombres.

La tercera, la puerta de Peghe, fue custodiada por el gran capitán Alejo Vatatzés, joven vigoroso y alegre, de origen cuestionado, aunque se cree que de Egipto, al mando de seiscientos hombres.

La segunda, la puerta del Xilokerkos, defendida por el general Isaac de Rhodes, un joven revolucionario pero algo falso, se decía que es descendiente del mismísimo Belisario, y que es hijo de un Paleólogo (casa real bizantina del momento) a mando de dos mil hombres, ochocientos de ellos catafractos* modernizados.

La primera puerta, la puerta Áurea, fue protegida por el emperador Constantino XI Paleólogo, a mando de cuatro mil hombres.

Las puertas restantes fueron derruidas por anteriores asedios y ataques, por lo que eran inaccesibles e inexpugnables.

El ejercito selyúcida estaba formado por más de 150.000 hombres; todo parecía perdido. Atacaron de frente con sus monstruosas bombardas y destruyeron la primera, tercera, quinta y sexta puerta. Los corazones bizantinos se encogían al ver la gran carga de los otomanos; pero antes del primer choque de espadas, todos los sarracenos misteriosamente, al pisar el primer centimetro de la metrópolis, desaparecieron...

*los kataphraktoi (catafractos) que erán caballeros orientales con un potencial en la antigüedad que hoy en día se compararía con el de un tanque.










Marcha BizantinaWhere stories live. Discover now