11.- Trebisonda

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Sábado, 5 de Agosto de 1453, 5:00 post meridiem. Río Kizilirmak, cerca de Sinop.

Establecimos un campamento en uno de los ríos más extensos de la península anatólica. Coloqué mi pabellón en el centro para que todos los soldados pudieran acudir a mí a lo largo de la tarde. Cuando anocheció, todos descansaban excepto algunos centinelas asignados por Justino. Me recosté en la paja que nos dejaron unos campesinos de una aldea cercana para dormir y me quedé embelesado mirando el techo de la tienda militar. No dejaba de pensar en mi prometida Meryem, en sus gestos y belleza. Todo en ella era perfecto.

Cuando al fin conseguí dormir, un pequeño ruido resonó a pocos metros de mi lecho y dijo con voz femenina muy suave: ''Vengo a conversar contigo, Theodoro Conmeno. Soy Afrodita* diosa de la belleza y el amor. Tu amor con tu querida musulmana no durará mucho.No es la mujer de tu destino. Una gran tragedia les ocurrirá a ella y su familia; cien ojos la causarán y te vigilarán.Ellos son tus enemigos''. No podía entender esas palabras y como gesto de evasión comencé a reír: ''¿Se puede saber qué me estás contando? ¿Es una estratagema de los dioses?, -le pregunté nervioso: ''Theodoro, ya se te dijo que somos tus aliados, ya conocerás la razón en un futuro'', -respondió la diosa: ''Quiero que me respondas a una cuestión antes de que desaparezcas como soléis hacer: ¿a qué te refieres con los cien ojos?'' ''A los enemigos de la humanidad, creadores del mal y los siete pecados capitales, a los que se conocía en la antigüedad como los hijos de Argos'', -me respondió Afrodita. Me giré un momento y desapareció susurrándome: ''Pronto los encontrarás''.

Cuando desperté no había nadie en la tienda, solamente Justino comiendo con gula un jabalí que mis hombres acababan de cazar: ''Tuuma um pucuu, Theuu'', -dijo con la boca llena de comida y a continuación eructó con potencia: ''Deberías dejar de comer tanto. Partiremos en breve'', -le respondí sudoroso por el reciente sueño.

Una hora después nos reagrupamos y partimos: ''Ahora a Trebisonda, ¿no?'', -preguntó Alejo: ''Sí, amigo mío''.




Domingo, 20 de Agosto de 1453, 11:30 ante meridiem, Trebisonda.

''Trebisonda, gobernada por el emperador Juan IV Conmeno; puede que sea un pariente tuyo, Theo'', -comentó Justino irónicamente. La ciudad se veía a lo lejos y tras ellas los verdosos prados y las imponentes montañas del Caúcaso. Nos encontrabamos en las fronteras de lo que fue Bizancio siglos atrás.

Los vasallos del emperador de Trebisonda nos condujeron hacia un pequeña basílica llamada Santa Sofía y con parentescos con la de Constantinopla. Allí rezaba Juan IV a Dios: ''Reza conmigo'', -me ordenó abriendo sólo un ojo''. No tenía intenciones de orar, prefería negociar con él sobre guerra y política. Pero me arrodillé hacia el altar y recé. También es bueno recordar a Dios.

Después del sermón del cura y de orar, salimos de la basílica. Estaba ansioso por charlar con Juan: ''Gobernador, venía a acordar tratados para el bien de Biz...'', -rehusé a hablar porque me había ignorado. Poco después de desatenderme se giró y me dijo desganado: ''No me interesáis tú y tus guerritas. Se que te has aliado con turcos y mi reino está mejor sin el mandato de Bizancio, retiraos ahora mismo de mi ciudad.''

Me enfadé tanto al oírlo que casi desenvaino el mandoble. Gruñí y me fui malhumorado hacia Justino y Alejo que reposaban en una posada de los suburbios: ''¡Ese necio no está en sus cabales!'', -dijo Justino clavando su daga en una mesa de la habitación. Mientras él y yo nos lamentábamos por la negación de Juan, Alejo miraba por la ventana hacia el mar y dijo tartamudeando: ''The-theo, creo que no te negará, vendrá corriendo a tí.'' Me acerqué a la ventana y seguí la dirección a la que apuntaba su dedo: ''¿Qué demonios es eso?'', -pensé.

Alrededor de cincuenta barcos se dirigían a Trebisonda, pero aquellas naves izaban velas negras con un ojo en el centro: ''¡Los hijos de Argo!, -grité. Rápidamente todos los militares tanto de la ciudad como soldados de mi ejército ascendimos a las murallas. Los hombres desembarcaron a un kilómetro de la ciudad. Portaban armaduras negras y sólo se podían apreciar los ojos cuando sus figuras eran visibles: ''Mi señor Theodoro, me disculpo por mis ofensas anteriores. Por favor ,ayudadme a repeler a esos invasores'', -dijo Juan desesperado y casi llorando: ''A cambio os uniréis a mi futura nación y me daréis vuestros hombres'', -le dije menos airado que la última vez que hablamos. Él aceptó con rabia.

Los misteriosos soldados enemigos se pararon ante las puertas. Su líder se adelantó: ''Somos los vasallos de los Hijos de Argos, si no queréis morir entregadnos a vuestro rey.'' Justino escupió sobre él antes de que nadie dijera nada: ''¡Vete a tus barcos a fornicar con tus hombres!'', -comentó a gritos después del salivazo. Todos los hombres de la muralla se rieron y los enemigos se retiraron lentamente: ''Esta noche atacaremos la ciudad con los barcos, os arrancaremos los ojos a todos y cada uno de los ciudadanos y militares y se los ofreceremos a los Hijos de Argos como trofeo de guerra'', -dijo con una gran sonrisa macabra''.







*Afrodita para los griegos/ Venus para los latinos.

Marcha BizantinaWhere stories live. Discover now