XI - El Testamento de Cornelius Van Baerle

754 43 1
                                    

Rosa no se había equivocado. Los jueces acudieron al día siguiente a la Buytenhoff, a interrogaron a Cornelius van Baerle. Por to demás, el interrogatorio no fue muy largo; estaba comprobado que Cornelius había guardado en su casa aquella correspondencia fatal de los De Witt con Francia.

No lo negó en absoluto.

Solamente existía, a los ojos de los jueces, la duda de que aquella correspondencia le hubiera sido entregada por su padrino, Corneille de Witt.

Pero como, después de la muerte de los dos mártires, Cornelius van Baerle no tenía nada que ocultar, no solamente no negó que el depósito le había sido confiado por Corneille en persona, sino que todavía contó cómo, de qué forma y en qué circunstancias le había sido confiado.

Esta confidencia implicaba al ahijado en el crimen de su padrino.

Existía complicidad patente entre Corneille y Cornelius.

Cornelius no se limitó a esta confesión: dijo toda la verdad con respecto a sus simpatías, sus costumbres y sus familiaridades. Explicó su indiferencia en políticas, su amor por el estudio, por las artes, por las ciencias y por las flores. Contó que nunca, desde el día en que Corneille había venido a Dordrecht y le había confiado aquel depósito, lo había tocado ni incluso mirado.

Se le objetó que a ese respecto era imposible que dijera la verdad, ya que los papeles estaban encerrados justamente en un armario donde cada día se hundían las manos y los ojos.

Cornelius respondió que eso era verdad, pero que él no metía la mano en el cajón más que para asegurarse de que sus cebollas estaban bien secas; y que solamente dirigía la mirada a él para asegurarse de si sus cebollas comenzaban a germinar.

Se le objetó que su pretendida indiferencia con respecto a ese depósito no podía sostenerse razonablemente, porque resultaba imposible que habiendo recibido semejantes documentos de mano de su padrino, no conociera su importancia.

A lo que él respondió que su padrino Corneille le amaba mucho y, sobre todo, que era un hombre demasiado prudente como para haberle dicho nada acerca del contenido de aquellos papeles, ya que esta confidencia no hubiera servido más que para atormentar al depositario.

Se le objetó que si el señor De Witt hubiera actuado de esa forma, habría añadido al paquete en caso de accidente, un certificado constatando que su ahijado era completamente extraño a esa correspondencia, o bien, durante su proceso, le habría escrito alguna carta que pudiese servir para su justificación.

Cornelius respondió que probablemente su padrino no había pensado que su depósito corriera ningún peligro, oculto como estaba en un armario que era considerado tan sagrado como el Arca por toda la casa Van Baerle; que por consiguiente había juzgado el certificado inútil; que, en cuanto a una carta, tenía algún recuerdo de que un momento antes de su arresto, y cuando estaba absorto en la contemplación de una cebolla de las más raras, el servidor del señor Jean de Witt había entrado en el secadero y le había entregado un papel; pero que de todo aquello no le había quedado más que un recuerdo parecido al que se tiene de una visión, que el sirviente había desaparecido, y que en cuanto al papel, tal vez se encontraría si se le buscaba bien.

En cuanto a Craeke, era imposible hallarlo, teniendo en cuenta que había abandonado Holanda.

Y en lo tocante al papel, era tan poco probable que se encontrara, que no se tomaron el trabajo de buscarlo.

El mismo Cornelius no insistió mucho sobre ese punto, ya que, suponiendo que aquel papel se hallara, podía no tener ninguna relación con la correspondencia que constituía el cuerpo del delito.

El Tulipán Negro - Alexandre DumasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora