La noche fue buena y la jornada del día siguiente mejor todavía.
En los días precedentes, la prisión se había hecho pesada, sombría, deprimente; oprimía con todo su peso al pobre prisionero. Sus muros eran negros, su aire era frío, los barrotes estaban dispuestos de forma que apenas dejaban pasar la luz del día.
Pero cuando Cornelius despertó al nuevo día, un rayo de sol matinal jugaba en los barrotes, los palomos hendían el aire con sus alas extendidas, mientras que otros se arrullaban amorosamente sobre el tejadillo de la ventana todavía cerrada.
Cornelius corrió hacia aquella ventana y la abrió; le pareció que la vida, la alegría, casi la libertad, entraban con ese rayo de sol en la sombría celda.
Es que el amor florecía y hacía florecer cada cosa a su alrededor; el amor, flor del cielo de otro brillo, perfumaba de forma distinta a todas las flores de la Tierra.
Cuando Gryphus entró en la celda del prisionero en lugar de encontrarlo taciturno y acostado como los otros días, lo halló de pie y cantando un aria de ópera.
— ¡Eh! —exclamó aquél.
— ¿Cómo estamos esta mañana?
Gryphus le miró con desdén.
— El perro, y el señor Jacob, y nuestra bella Rosa, ¿cómo están todos?
Gryphus rechinó los dientes.
— Aquí está vuestro desayuno —dijo.
— Gracias, amigo carcelero —contestó el prisionero—. Llegáis a tiempo porque tengo mucha hambre.
— ¡Ah! ¿Tenéis hambre? —comentó Gryphus.
— Toma, ¿por qué no? —preguntó Van Baerle.
— Parece que la conspiración marcha —dijo Gryphus.
— ¿Qué conspiración? —inquirió Van Baerle.
— ¡Bueno! Sabemos lo que se dice, pero vigilaremos, señor sabio: estad tranquilo, vigilaremos.
— ¡Vigilad, amigo Gryphus! —replicó Van Baerle—. ¡Vigilad! Mi conspiración, como mi persona, se halla toda a vuestro servicio.
— Veremos esto a mediodía —aseguró Gryphus.
— A mediodía —repitió Cornelius—. ¿Qué querrá decir? Sea, esperemos al mediodía; a mediodía veremos.
Era fácil para Cornelius esperar hasta mediodía. Cornelius esperaba hasta las nueve.
Mediodía llegó y se oyó en la escalera, no solamente el paso de Gryphus, sino los pasos de tres o cuatro soldados que subían con él.
La puerta se abrió, Gryphus entró, introdujo a los hombres y cerró la puerta detrás de ellos.
— ¡Aquí! Ahora, busquemos.
Buscaron en los bolsillos de Cornelius, entre su chaqueta y su chaleco, entre su chaleco y su camisa, entre su camisa y su piel; no se halló nada.
Buscaron en las sábanas, en el colchón, en el jergón del lecho y no se halló nada.
Fue entonces cuando Cornelius se felicitó por no haber aceptado el tercer bulbo. Gryphus, en esta pesquisa, lo hubiera ciertamente encontrado, por muy oculto que estuviese, y lo habría tratado como al primero.
Por lo demás, jamás asistió un prisionero con un rostro más sereno a una pesquisa realizada en su celda.
Gryphus se retiró con el lápiz y las tres o cuatro hojas de papel blanco que Rosa había dado a Cornelius; éste fue el único trofeo de la expedición.
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El Tulipán Negro - Alexandre Dumas
ClassicsLos hermanos De Witt, protegidos del gran rey Luis de Francia, encontrarán la muerte a manos de la enloquecida población de La Haya, que les cree culpables de conspiración. Pero antes de morir dejarán a su ahijado Cornelius unos comprometedores docu...