Desatinada, Rosa, casi loca de alegría y de temor ante la idea de que había hallado el tulipán negro, tomó el camino de la hospedería del Cisne Blanco, seguida siempre por su barquero, robusto muchacho de Frisia, capaz de enfrentarse por sí solo a diez Boxtel.
Durante el camino, el barquero había sido puesto al corriente, y no retrocedería ante la lucha, en el supuesto de que la lucha se empeñara; sólo que, llegado ese caso, tenía la orden de ocuparse del tulipán.
Pero al llegar a la Grote-Markt, Rosa se detuvo de repente; un pensamiento súbito acababa de sobrecogerla, al igual que a aquella Minerva de Homero, que agarraba a Aquiles por los cabellos en el momento en que la cólera iba a llevárselo.
«¡Dios mío! —murmuró—. ¡He cometido una falta enorme, tal vez haya perdido a Cornelius, al tulipán y a mí misma! He dado la alarma, he despertado sospechas. Yo no soy más que una mujer, esos hombres pueden coaligarse contra mí, y entonces estoy perdida. ¡Oh! ¡Que yo me pierda, no sería nada, pero Cornelius, el tulipán...!»
Meditó un momento.
«Si voy a casa de ese Boxtel y no le conozco, si ese Boxtel no es Jacob, si es otro aficionado que también ha descubierto el tulipán negro, o bien, si mi tulipán ha sido robado por persona de la que sospecho, o ha pasado ya a otras manos, si no reconozco al hombre sino solamente a mi tulipán, ¿cómo probar que la flor es mía?
»Por otro lado, si reconozco a ese Boxtel como el falso Jacob, ¿quién sabe lo que sucederá? Mientras ambos discutimos, ¡el tulipán negro morirá! ¡Oh! ¡Inspiradme, Virgen santa! Se trata del porvenir de mi vida, se trata de un pobre prisionero que tal vez expire en este momento.»
Hecho este ruego, Rosa esperó piadosamente la inspiración que pedía al Cielo.
Mientras tanto, un gran alboroto reinaba en el extremo de la Grote-Markt. La gente corría, las puertas se abrían; solamente Rosa permanecía insensible a todo aquel movimiento de la población.
—Es preciso —murmuró— regresar a la casa del presidente.
—Regresemos —aprobó el barquero.
Tomaron la pequeña calle de la Paille que conducía directamente a la morada de Van Systens, el cual, con su más bella escritura y con su mejor pluma, continuaba trabajando en su informe.
Por todas partes, a su paso, Rosa no oía hablar más que del tulipán negro y del premio de cien mil florines: la noticia corría ya por la ciudad.
Rosa apenas tuvo trabajo para penetrar de nuevo en la casa de Van Systens, quien se sintió emocionado, como la primera vez, ante la mágica palabra del tulipán negro.
Pero cuando reconoció a Rosa, a la que consideraba in mente como una loca, o peor que esto, le invadió la cólera y quiso despedirla.
Pero Rosa juntó las manos, y con ese acento de honrada verdad que penetra en los corazones, suplicó:
—Señor, ¡en nombre del Cielo! No me rechacéis; escuchad, por el contrario, lo que voy a deciros, y si vos no podéis hacerme justicia, por lo menos no podréis reprocharos un día, frente a Dios, el haber sido cómplice de una mala acción.
Van Systens pataleaba de impaciencia; aquella era la segunda vez que Rosa le molestaba en medio de una redacción en la cual ponía su doble amor propio de burgomaestre y de presidente de la Sociedad Hortícola.
—¡Pero mi informe! —exclamó—. ¡Mi informe sobre el tulipán negro!
—Señor —continuó Rosa con la firmeza de la inocencia y de la verdad—, señor, vuestro informe sobre el tulipán negro descansará, si no me escucháis, sobre hechos criminales o sobre hechos falsos. Os lo suplico, señor, haced venir aquí, delante de vos y ante mí, a ese señor Boxtel, del que yo afirmo es Mynheer Jacob, y juro a Dios dejarle la propiedad de su tulipán si no reconozco ni al tulipán ni a su propietario.
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El Tulipán Negro - Alexandre Dumas
ClassicsLos hermanos De Witt, protegidos del gran rey Luis de Francia, encontrarán la muerte a manos de la enloquecida población de La Haya, que les cree culpables de conspiración. Pero antes de morir dejarán a su ahijado Cornelius unos comprometedores docu...