...Arregla sus Cuentas con Gryphus.
Ambos permanecieron quietos un instante, Gryphus a la ofensiva, Van Baerle a la defensiva.
Luego, como la situación podía prolongarse indefinidamente, Cornelius se interesó por las causas de este recrudecimiento en la cólera de su antagonista:
—¡Y bien! —preguntó—. ¿Qué más quieres todavía?
—Voy a decirte lo que quiero —respondió Gryphus—. Quiero que me devuelvas a mi hija Rosa.
—¡Tu hija! —exclamó Cornelius.
—¡Sí, Rosa! Rosa a la que me has quitado con tu arte demoníaco. Vamos, ¿quieres decirme dónde está?
Y la actitud de Gryphus se hizo cada vez más amenazante.
—¿Rosa no está en Loevestein? —se extrañó Cornelius.
—Tú lo sabes bien. Una vez más, ¿quieres devolverme a Rosa?
—Bueno —dijo Cornelius—, ésta es una trampa que me tiendes.
—Por última vez, ¿quieres decirme dónde está mi hija?
—¡Ah! Adivínalo, bribón, si es que no to sabes.
—Espera, espera —gruñó Gryphus, pálido y con los labios agitados por la locura que comenzaba a invadir su cerebro—. ¡Ah! ¿No quieres decir nada? ¡Pues bien! Voy a despegarte los dientes con este cuchillo.
Dio un paso hacia Cornelius, y mostrándole el arma que brillaba en su mano, dijo:
—¿Ves este cuchillo? Con él he matado más de cincuenta gallos negros. Mataré también a su amo, el diablo, como los he matado a ellos, ¡espera, espera!
—Pero, miserable —exclamó Cornelius—, ¡estás, pues, decidido a asesinarme!
—Quiero abrirte el corazón, para ver dentro el lugar donde ocultas a mi hija.
Y diciendo estas palabras, con la ofuscación de la fiebre, Gryphus se precipitó sobre Cornelius, que apenas tuvo tiempo para saltar detrás de la mesa a fin de evitar el primer golpe.
Gryphus blandía su gran cuchillo profiriendo horribles amenazas.
Cornelius previó que si se hallaba fuera del alcance de la mano, no lo estaba fuera del alcance del arma, que lanzada a distancia podía atravesar el espacio, y venir a hundirse en su pecho; no perdió, pues, el tiempo, y con el garrote que había conservado cuidadosamente, asestó un vigoroso golpe sobre la muñeca que sostenía el cuchillo.
El cuchillo cayó a tierra, y Cornelius apoyó su pie encima.
Luego, como Gryphus parecía dispuesto a entablar una lucha a la que el dolor del garrotazo y la vergüenza de haber sido desarmado dos veces habrían convertido en implacable, Cornelius tomó una gran decisión.
Arrolló a golpes a su carcelero con una sangre fría de las más heroicas, escogiendo el lugar donde caía cada vez la terrible estaca.
Gryphus no tardó en pedir gracia.
Pero antes de pedir gracia, había gritado, y mucho; sus gritos habían sido oídos y habían puesto en conmoción a todos los empleados de la casa. Dos portallaves, un inspector y tres o cuatro guardias, aparecieron de repente y sorprendieron a Cornelius operando con el garrote en la mano, el cuchillo bajo el pie.
Ante el aspecto de todos estos testimonios de la fechoría que acababa de cometer, y cuyas circunstancias atenuantes, como se dice hoy en día, eran desconocidas, Cornelius se sintió perdido sin remedio.
ESTÁS LEYENDO
El Tulipán Negro - Alexandre Dumas
ClassicsLos hermanos De Witt, protegidos del gran rey Luis de Francia, encontrarán la muerte a manos de la enloquecida población de La Haya, que les cree culpables de conspiración. Pero antes de morir dejarán a su ahijado Cornelius unos comprometedores docu...