Prologue

280 57 37
                                    

El sudor más el bullicio y los movimientos tan veloces de las personas bailando me causaban repugnancia, tanto que quería matarlos. En frente de todos. Sonreí inconscientemente, pensando en lo tentador que sonaba aquello.

—¿Por qué... no vamos a otro lugar? —inquirió la pelinegra a mi lado. Una cómplice sonrisa se asomó por mis blancos labios, como si ella de verdad estuviera ganándome con sus pésimos intentos. Su pálida piel hacia contraste con las llamativas luces del lugar.

—Perfecto. —susurré—. Antes de todo, tú aceptaste venir conmigo. 

Le eché un vistazo y casi soltaba una carcajada al ver como se tambaleaba. Estaba tan borracha que apenas lograba caminar con esos tacones, más bien pareciese que estuviese bailando. Incluso en la penumbra en la que nos encontrábamos, alcancé a ver su ceño fruncido.

Sonreí.

«Ingenua», pensé.

Ella agarró mi brazo con pocas fuerzas y sonrió tan grande que me recordó al gato de Alicia en el país de las maravillas. Sin previo aviso, coloque mis manos en su cintura y sentí como se erizaron los vellos de su nuca. Soltó una ronca risa que tensó por completo mi cuerpo mientras maldecía por lo bajo. Definitivamente quería que la matara antes de tiempo.

Puse un dedo en sus labios, incitándole a guardar silencio mientras la conducía por el pasillo de las habitaciones. Una tenía una luz roja en la parte inferior, lo que indicaba que estaba ocupada. Gruñí al notar que la mayoría lo estaban. 

Mis ojos chocaron con los suyos y detrás de ella, se encontraba una puerta con luz verde. Nuevamente sonreí y ella no tuvo que darse cuenta de que me refería. Ya lo sabía. 

—Quédate quieta. —gruño sin poder evitarlo, aún sabiendo que seguramente no me hará caso. Su estado no se lo permitía. Parecía prácticamente un gusano con sal y me alivié al saber que ella en pocos minutos no existiría más.

Como si nunca hubiera estado viva.

Soltó de nuevo una silenciosa carcajada y no me pude contener ésta vez. Bruscamente abrí la puerta y la metí a ella dentro, mientras me las arreglaba para poder pasar justo detrás suyo. Su cabello negro se veía aún más oscuro en la habitación y debido a ésta, no vi venir cuando sus labios chocaron con los míos desesperadamente.

Ocultando mi asco y repulsión, la alejé de mí mientras le señalaba la cama y ésta no perdió tiempo para acostarse sobre ella, con sus ojos azules viéndome con deseo. 

Ahora fue mi turno de reír.

Era increíble lo fácil que pude conseguirla. Estaba acostumbrado a no tardar tanto, pero, sin dudas ésta joven fue la más rápida en caer. Lástima que tendría el mismo destino que todos los demás.

—¿Qué.. q-qué haces? —balbuceó al ver el grande cuchillo en mis manos. Sonreí inocente, como si nada estuviera pasando.

—Antes de todo, tú aceptaste venir conmigo, ¿no es así? —pregunté, recitando mis anteriores palabras. Ella abrió su boca para gritar pero mi mano detuvo la acción. Podía sentir su miedo y su desesperación, era justamente lo que amaba. Lo que me daba placer. Amaba oír los gritos, sentir el miedo y escuchar la típica respiración agitada. Era algo inevitable.

Trató de zafarse de mis brazos, pero obviamente no pudo y a razón de eso solté una gran carcajada, que incluso a mí me tensaba ligeramente el cuerpo. 

—Por favor, no... —susurró afectada a causa de la bebida. Las comisuras de mis labios se elevaron y ella me observó con horror puro.

—¿Por qué no ves el lado bueno? mañana no tendrás que despertar con la maldita resaca. —dije acercándome a ella. Como si tuviera escapatoria, retrocedió hasta dar con la cabecera, dándose un leve golpe.

Ella sabía que no tenía ninguna salida. Lo comprobé en sus ojos llenos de pánico, pero también con decepción. Sabía que no resultaría viva ésta noche, peleara cuanto peleara.

Y sin más, jadeó del miedo con las lágrimas bajando por sus mejillas. En vez de sentirme culpable, me sentí mejor. ¿Acaso no sabían que no es bueno mostrar debilidad frente a un asesino? Por algo matan, y es obvio que lo disfrutamos. Disfrutamos cada segundo de ello, incluyendo las reacciones, los gritos, el miedo, las lágrimas, los jadeos, las dificultades para respirar, el pánico en los ojos...

Era algo sumamente placentero. 

De un momento a otro, su llanto cesó. Sonreí al ver lo que ocurría mientras un inmenso charco de sangre entraba en mi visión.

Su grito fue lo último que quedó de ella.




Prohibido reírse. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora