Deseo

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Sofía estaba recostada en su cama, mientras tocaba su cabellos revivía lo ocurrido en la biblioteca una y otra vez en su cabeza, necesitaba sentir nuevamente esa sensación indescriptible, esta era tan embriagadora que casi parecía adictiva. Sofía nunca había presenciado tal actuar, no dejaba de exigir a su mente reproducir lo sucedido aquella tarde, tan literal, tan exacto como fuera posible, para poder ver nuevamente cada detalle. Necesitaba saber qué era lo que le producía tanto placer, qué era lo que la hacía pensar en ese fragmento de tiempo cada que su mente se despegaba de lo ordinario del día a día, ¿acaso era Marco? , no...Había algo más, ¿era su reacción? , no...Era ella en él lo que la provocaba, lo que la hacía sentir ese poder.


Sofía se incorporó de la cama rápidamente y se dirigió al espejo de cuerpo completo que estaba en su cuarto, ahí se observó con detenimiento y descubrió algo que había pasado por alto en muchas ocasiones, en muchas miradas rápidas con la cabeza puesta en muchas cuestiones, ahora sin sentido. Era bella, lo reconoció al pasar los dedos por su rostro, al tocar con delicadeza su cabello naranja .Sofía se quitó lo que traía puesto, casi con enfado hacia la ropa, y volvió a mirarse en el espejo y fijo la mirada en sus pechos, los cuales no eran prominentes, pero sí bien proporcionados, delicadamente pálidos y con algunas pecas.

Volteo lentamente para ver sus piernas de costado y descubrió caderas amplias y una delgada silueta; curvas suaves y delicadas, parecía frágil, pero sabía que no lo era. Sonrió al ver su imagen en el espejo, sonrió al descubrir que era una mujer muy hermosa.


Al siguiente día debía asistir a clases, el fin de semana había terminado, por suerte para Sofía, quien no dejaba de sentirse ansiosa al pensar que tal vez vería de nuevo a Marco, a aquel con los ojos profundos e inolvidables.


Sofía no sabía cómo debía actuar frente a él, ¿era correcto saludarlo?, ¿debía acaso hacer como si nada hubiera ocurrido?, ¿actuar como si no lo conociera?. Tal vez él estaría apenado por haber sido descubierto en su tristeza. Mil preguntas visitaron a Sofía durante la mañana, y fueron aún peores e insistentes en frecuencia durante la tarde, ¿por qué no lo había visto en todo el día?, se preguntaba mientras disimuladamente recorría los pasillos del establecimiento buscando secretamente una " casualidad".

Sofía se sentía avergonzada al reconocer que buscaba a Marco y aliviada al tener la certeza de que nadie a parte de ella lo sabía, se resistía a rendirse frente a la idea de que todo lo que había imaginado y anhelado durante el fin de semana no se cumpliría. Sofía no tenía claro las razones de por qué quería ver a Marco, pero si algo era cierto, es que necesitaba verlo, algo había quedado pendiente ese día en la biblioteca, en realidad nada real, sólo la continuidad, la promesa que su imaginación le hizo durante los días que siguieron. Estaba casi resignada a no saber qué buscaba, a no encontrar a Marco para descubrirlo, en lo que apoyó la frente en una ventana que daba a un gran patio trasero, el cual ningún estudiante visitaba, y sólo suspiró, tragando lentamente la resignación.


Marco estaba sentado bajo un árbol, ese árbol y esa banca eran casi sus mejores amigos, estaban ahí el día en que Marco lloró por no tener el poder de cambiar su vida y estuvieron ahí el día en que Marco deseó muy fuerte ser alguien más, y estaban ahí hoy, el día en que él sonrió tontamente al recordar cómo Sofía había sido amable con él.

Marco con frecuencia imaginaba una situación, una vida diferente, y deseaba con fuerza que lo que pasó ese día en la biblioteca fuera real. Él se sintió realmente bien al sentir, casi por primera vez que no era invisible. Había estado en la biblioteca por horas, sentado en ese lugar y pese a estorbar el tránsito por aquel pasillo, nadie se le había acercado a preguntar si estaba bien. Claro que ese no era su propósito, no lo hizo para llamar la atención ni causar lástima, de hecho tenía certeza de que nadie se le acercaría y fue esa la razón de ir a aquel lugar.
Es por eso que desde aquel día, la cara de aquella pelirroja lo visitaba con más frecuencia que sus tristes pensamientos habituales. A pesar de ser un hombre, con las características habituales de un joven de su edad y género, él nunca había tenido interés en las chicas, de hecho en nadie, no se permitía tal sensación, ya que no se encontraba tan valioso como para que alguien respondiera a su esmero o interés, pero ella era diferente, los grandes ojos cafés de Sofía se clavaron en su mente, de hecho en sus recuerdos esos ojos eran casi rojos, vibrantes, sugerentes y guardaban una pasión secreta arrolladora.

Él desconfiaba a menudo de su mente, ya que esta en ocasiones le jugaba malas pasadas, tal vez por la desesperación por algo de afecto. Esto antes ya había sucedido en incontables ocasiones, en la que su cabeza confundió el deber con amor por parte de su padre.


Marco levantó la cabeza para ser cegado por un delgado rayo de sol que se escabulló entre el robusto follaje de su amigo el árbol, entre cerró los ojos para ver el rosado color de sus párpados al volverse casi transparentes al ser tocado por la luz. Al abrirlos su corazón se sobresaltó provocando un espasmo que recorrió casi todo su cuerpo al ver a Sofía con la frente apoyada en el cristal de una ventana en el segundo piso del edificio que estaba justo frente a él.

Marco estaba seguro que ella no podía verlo desde el ángulo en el que ella estaba, ya que lo escondía el abultado follaje del árbol que yacía sobre él, lo que le dio tiempo y libertad de mirarla con detenimiento, cosa que deseo con todo el corazón hacer aquel día en la biblioteca, pero que su timidez no se lo permitió. La miró sin restricciones, su largo cabello naranja, su delgado cuello, un rostro tan pequeño que él estaba seguro que cabía fácilmente entre sus manos, su mirada perdida y su tentadora boca.

No era suficiente, deseaba ver esos ojos nuevamente; era muy persistente en su cabeza el color rojo de aquellos. Necesitaba ver si era real, si ella lo era.

Sin querer y guiado por un impulso se acercó más al edificio, saliendo de la sombra del gran árbol que lo escondía, sin despegar la vista de Sofía.


Sofía tragaba la resignación cuando sintió algo quemar en su rostro, ardía como fuego en sus mejillas, aquella sensación guío sus ojos hacia abajo en donde descubrió a Marco. Su mirada estaba clavada en su rostro y ahora la de ella en él, esto fue sólo por algunos segundos, casi nada en tiempo real, pero en la relatividad del tiempo fue más que unos pocos segundos.

Marco fue el primero en apartar la vista, miró rápidamente el suelo, sintiéndose el tonto más grande de este mundo. Esa reacción fue una invitación para Sofía, tal vez no lo era, de seguro no, pero a quien le importaba, ella sin pensarlo dos veces caminó rápidamente escalera abajo para llegar a donde Marco estaba. No había plan, no existía ni siquiera un pensamiento fugaz de lo que le diría o la excusa que daría por ir hacia allá. Había perdido toda la mañana en planear alguna "natural" reacción, la cual actuaría al verlo por fin. Sofía había desperdiciado su tiempo en aquella tarea, ya que ahora nada de eso importaba, nada de eso cruzaba por su cabeza. Sofía al fin llegó al desolado patio en el que se encontraba Marco, y al verlo caminó lentamente en dirección a aquel indefenso niño que la observaba paralizado de confusión.


Marco estaba inmóvil, él se sabía torpe, y nunca había tenido la confianza para pensar que era siquiera "normal", pero esta reacción hasta a él le parecía absurda, ya que no podía mover siquiera un musculo, estaba anclado a la tierra, sólo parado ahí de la forma más tonta y embobada admirando a Sofía caminar: sus delgadas piernas, los pliegues de su blusa que dibujaban una linda y femenina figura a pesar de ser bastante amplia y el movimiento de su cabello al compás de la brisa. Todo en ella hacia que Marco recordará su género por nacimiento y la existencia de hormonas en su ser.


Sofía caminaba lentamente, quería este momento para siempre en su memoria: Marco ahí parado observándola mientras se acercaba.

Ella podía leer en el rostro de Marco los pensamientos de aquel tímido chico, podía oler desde esa distancia el calor de su sangre fluyendo rápidamente agitando su pulso. De ella se apoderó algo muy parecido a la maldad, ese "algo" hizo que ella se contorneara más al caminar y que al llegar frente a él lo mirara fijamente a los ojos, olvidando toda vergüenza, toda timidez. Sofía miró sus ojos, los cuales eran; azabaches infinito, hermosos, grandes, redondos y profundos, luego observó sus labios, los que se encontraban entre abiertos. Lo vio tragar saliva, vio cómo su garganta hacia presión en su cuello al hacerlo y esto la cautivo profundamente. Era eso lo que hacía que ella sintiera tal placer: sentirse deseada...


/ Siguiente capitulo \
Ardor, un beso, miedo...


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