Capítulo seis: Labios

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   (Ross POV)

   La noche de aquel día soñé con Priss. Ella corría para alcanzarme, pero por mucho que ambas nos esforzábamos, no lográbamos acercarnos ni un poco. Ella lloraba, era la misma imagen que se me había quedado grabada en la mente de cuando Jorge la sacó del baño.

   Cuando, después de aquello, llegué a casa, me arrepentí de no haberla retenido conmigo. Porque ese tío era de todo, menos seguro y cariñoso con ella. ¿Quién era? ¿Qué le haría? Por culpa de esta pesadilla a penas dormí tres horas, y aunque estaba hecha mierda por la mañana, decidí ir  por si ella iba.

   Pero, para mi impotencia, no fue. Me pasé todo el día fumando en el baño, gruñendo y asustando a cada chica que entraba, para que me dejasen en paz. Salí dos veces, y me recorrí las dos veces el instituto entero, por si había ido Priss. Pero no vino, y yo sentía que la cabeza me iba a explotar. Quizá no fuese normal que me obsesionase tanto con ella, pero joder ¿cómo no iba a obsesionarme, si un tío de veinte años había estado a punto de pegarle, y luego se la llevó?

   Al final del día, busqué a Josh entre sus amigos del Huddson.  El Huddson era un instituto cercano, al que iban todos los que no aceptaban  en el Kelveys' (o que, directamente, preferían ir al Huddson). Allí no eran pijos, así que la mayoría me caían bien. Digamos que había salido con unos cuantos cuando comencé a cansarme de las rosas que me dejaban los de mi instituto. Porque sí, son cursis hasta si solo es un rollito de una tarde.

   Le dije que si podíamos hablar a solas, y él accedió.

   –Solo quería decirte que dejes en paz a Priss –él me miró con la ceja enarcada, confundido–. Tiene novio. Y es bastante agresivo –añadí, para darle más convicción. Aunque seguramente era cierto, y el Jorge ese era su jodido novio. ¿Quién iba a ser, sino?

   –De acuerdo –dijo con simpleza–. Tampoco vale tanto.

   –Vete a la mierda.

   Escuché una risotada a mis espaldas, pero ya me estaba yendo. El resto del día me dediqué a borrar todos los mensajes que me entraban al móvil de chicos que se aburrían. Mi única preocupación era esa niña castaña que, al parecer, tenía problemas jodidos.

   * * *

   La vi dos días después. Era ya jueves, y estaba desesperada por si no volvía a verla. Dramático, lo sé. Pero en ese momento no me planteé cuán estúpida parecía buscándola por los pasillos, simplemente quería encontrarla de una puta vez.

   Y ahí estaba, sonriéndome con el labio partido. Quise romper la pared, pero recordé que mi estancia en aquel puto centro valía demasiado como para ponerme a destrozarlo todo.

   –¿Cómo has estado? –me dijo con la voz suave. ¿Que cómo había estado yo?

   –¿Cómo has estado tú? –fue a responder, pero la corté con brusquedad–. Tienes el labio roto y ojeras y el pelo suelto. ¿Dónde está la puta trencita de niña pequeña? ¿Por qué no has venido a clase?

   –Me caí en la bañera, no he dormido bien y hoy me apetecía llevar el pelo suelto –respondió con rapidez.

   Le lancé una sonrisa ladina, y le pasé un brazo por los hombros mientras la conducía al baño.

   –Lo primero no cuela –le dije, cauta. Ella me dirigió una mirada triste. Cerré la puerta del baño y la cerré con la llave que había robado el día anterior a la señora de la limpieza–. ¿Te duele?

   –Un poco –dijo bajito. Apreté los puños y asentí–. No te preocupes.

   Solté una risa amarga, molesta.

   –Claro, no me preocupo de que un tío entrase, te intentase pegar, os fuerais y ahora tengas el labio roto. Todo es muy normal –repliqué.

   Ella no dijo nada, solo miró la puerta cerrada y luego se me acercó rápidamente. Me abrazó por la cintura, enterrando la cara en mi cuello. Me tensé e intenté recordar la última vez que alguien me había abrazado. Y la respuesta era nadie, porque no tenía más amigos aparte de Josh y mi padre no era muy cariñoso.

   Se separó, antes de que pudiese abrazarla de vuelta, y me sonrió con los dientes, abriendo un poco su herida del labio.

   –Gracias... –se calló cuando le quité la sangre con el dedo.

   Carraspeé cuando sentí lo incómoda que era la situación, y parpadeé varias veces para no quedarme prendida en sus ojos azules.

   –Eh, claro –le dije–. Pero hoy te llevaré a casa.

   Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.

   –¡No! No es buena idea...

   –Me importa una mierda –saqué las llaves del baño de mi bolsillo  y abrí la puerta.

   Sentí la mano de Priss en mi hombro, y de un impulso se puso de puntillas para darme un beso en la mejilla.

   Luego salió trotando del lavabo, mientras yo me quedaba atrás, pensando en la paliza que le daría a cualquiera que le tocase un solo pelo.





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