(Ross POV)
–Otra vez tarde, señorita Devine –me acusó el profesor de química–. ¿Se puede saber qué hace por las mañanas que nunca llega puntual?
Aquel era el profesor que más odiaba. Todos eran imbécil, pero el de química sobrepasaba los límites. Era un pijo que intentaba dejarte siempre en evidencia delante de los demás, y si no le caías bien, te bajaba la nota porque le salía de los cojones. Era muy buen amigo de mi padre, sin embargo. Y por esto mismo jamás se atrevía a bajarme la nota, pues no querría quedar mal delante de él, supongo.
–Es que me levanto y pienso que tengo que venir aquí a ver su cara de amargado y, sinceramente, me dan ganas de volver a meterme en la cama –respondí con un tono neutral.
Él gruñó y me dijo que le tuviese más respeto. Le sonreí y me dejó pasar.
Me senté al lado de Priss, como siempre. Aquel día sólo coincidíamos en clase a esa hora, ya que incluso el descanso de veinte minutos lo teníamos a diferente hora.
Ella ya había tomado apuntes de varias cosas, y tras murmurarme un "buenos días" y sonreírme continuó copiando. Yo me quedé mirándola sin caer en la que cuenta de que quizá estaba siendo demasiado obvia. Vi que levaba el pelo suelto, y que le caía por los hombros con suavidad y casi pude oler su olor a vainilla sólo con mirarla. Observé sus dedos finos, que cogían el bolígrafo con una mano y con la otra aguantaban el papel. Tenía grandes ojeras surcándole el rostro, pues no se había maquillado aquella mañana. Bajé la mirada hasta su regazo y la dejé allí posada. No me apetecía hacer caso al profesor.
Me llamó la atención una sola vez, y en lugar de responderle o iniciar algún tipo de discusión, me rendí y copié lo que había en la pizarra. Priss acabó antes que yo de copiar, pero siguió escribiendo. Al poco rato me deslizó por debajo de la mesa una notita.
"¿Quedamos esta tarde?"
Sonreí sin mirarla, y garabateé una respuesta.
"¿Qué pasa con Jorge?"
"Se ha ido esta mañana y volverá por la noche. Podemos ir a comer algo."
Intenté disimular la alegría. Pero la chica que te gusta no te pide todos los días una cita. Un momento, ¿qué? Yo no acababa de pensar eso, Dios. Ella me gustaba, sí, pero salir por la tarde no es una puta cita. Prácticamente habíamos estado juntas todos los días desde que la conocí; sin duda, aquello no era una cita.
¿Por qué me puse nerviosa cuando mis dedos tocaron los suyos al darle la notita? Ella leyó mi respuesta, la cual yo había intentado que pareciese despreocupada.
"Guay"
Guardó el trozo de papel en su mochila y la clase terminó. Se despidió de mí con un beso en la mejilla, como siempre, y yo a penas le dediqué una sonrisa en la que intenté transmitirle algo. No sé por qué, pero yo era incapaz de devolverle los gestos cariñosos que ella me daba. Me daba miedo que me rechazase, o alguna mierda así.
* * *
Al acabar las clases, con las mochilas y todo, nos dirigimos a mi casa. Allí le pedí dinero a mi padre, y él me dio suficiente para pagar la comida de las dos. Priss insistió en que pasásemos también por su casa para que ella cogiese su parte del dinero, pero se me ocurrió la genial idea de invitarla a comer.
Dejamos las mochilas en mi casa, para que no nos molestasen durante el día, y nos fuimos.
Fuimos a un restaurante de comida rápida al que yo siempre iba, donde hacían unas pizzas de puta madre. Priss se pidió la más pequeña y simple, de jamón y queso. Yo pedí la de siempre, una mediana que llevaba bastantes ingredientes.
Era divertido estar con ella. Era graciosa, inteligente, divertida, amable, era todo lo que yo no era y quizá por eso nos completábamos tan bien.
(Priss POV)
En cuanto Jorge me dijo por la mañana que estaría fuera todo el día, pensé en Ross. No sabía por qué, de la nada, ella era en lo único en lo que pensaba constantemente. Su compañía era tan... agradable.
Estuvimos toda la comida hablando y riéndonos, contando anécdotas o simplemente haciendo estupideces con las pizzas. Ross no era como todos creían que era; no era esa chica seria y malhumorada que aparentaba ser, sino todo lo contrario. Era muy divertida, tenía un sentido del humor un tanto difícil de entender, ya que sus chistes a menudo tenían algún tipo de doble sentido que yo nunca llegaba a pillar. Era seria, sí, pero no en el modo en el que lo aparentaba. Simplemente, no le gustaba sonreír.
Con lo guapa que estaba cuando sonreía...
–¿Has acabado? –me dijo, sacándome de mis pensamientos sobre ella.
–Sí, no puedo más.
Me había dejado la mitad de mi pizza, mientras que ella se había acabado la suya entera.
–Entonces me la acabaré yo, supongo –me informó.
Pegué mis labios a la pajita de mi bebida y comencé a sorber con lentitud mientras observaba con detenimiento cómo Ross cogía una porción de mi pizza y se la metía en la boca. Al principio todo parecía normal, pero vi cómo Ross intentaba meterse el golpe entero. Le sonreí, intentando no reírme, pues tenía refresco en la boca, y ella continuó haciendo la tontería de comerse el trozo entero.
Llegó un momento, cuando casi lo tenía, en el que comenzó a toser, y a la vez empezó a reírse con fuerza y yo no pude contenerme y escupí todo mi refresco, porque Ross realmente estaba haciendo caras muy graciosas con el trozo de pizza en su boca.
El camarero que venía a preguntarnos si queríamos algo más fue el objetivo contra el que salió disparado el refresco que había en mi boca, y fue cuando Ross no pudo aguantar más y estalló en carcajadas.
–¡Lo siento! –me disculpé, avergonzada.
Cogí algunas servilletas e intenté limpiarle el uniforme, disculpándome y seguramente con la cara roja como un tomate, mientras Ross no podía parar de reír y el camarero tampoco sabía muy bien qué hacer. Cuando se hubo calmado, Ross le pagó la cuenta y salimos de allí.
–¡Hasta otra Dan! –le dijo cuando nos estábamos yendo.
El tal Dan, que al parecer era el camarero al que yo había –sin querer, que conste– manchado el uniforme, le respondió y nos fuimos.
El hecho de pensar en que ese era amigo de Ross y que ella no hablaba mucho mientras nos dirigíamos a su casa, me hizo pensar que a lo mejor estaba enfadada o avergonzada.
–Lo siento –le dije, sin saber qué le pasaba.
Ella sacudió la cabeza, como saliendo de sus pensamientos, y me miró con la expresión interrogante.
–¿Por qué?
–Por lo de antes. No quería molestar a tu amigo o dejarte en evidencia.
Ella frunció el ceño y negó con la cabeza, lanzándome una sonrisa torcida que, Dios, era demasiado sexy.
–No me molestas, Priss –pasó un brazo por mis hombros y me dio un beso en la cabeza–. Nunca me molestas. Ha sido gracioso –añadió, soltando una risa suave.
En aquel mi mente estaba en otro mundo, porque Ross Devine acababa de darme un beso (en la cabeza, pero es un beso) y en aquel instante estábamos caminando muy juntas, con su brazo en mis hombros y mis ojos en sus labios.
Pero cuando llegamos a su casa y ella me trajo mi mochila, y continuamos juntas hasta mi casa, pues se ofreció a acompañarme, y cuando finalmente la despedí en el portal de mi casa, no la bese. Dios, yo quería besarla. Pero Ross no era como todo el mundo. Quizá yo no le gustaba. Había oído que había estado con varios chicos, y ¿qué posibilidad había de que fuese lesbiana o bisexual? No quería arriesgar aquello incierto, pero genial, que ambas teníamos. Por eso no la besé.
Y porque Ross Devine, con su uniforme de chico y sus ojos peligrosos, era inalcanzable para una chica como yo.
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Bad Girls Don't Cry
Não FicçãoPriss era una chica del montón, o al menos eso dicen los que la conocieron antes de que su mente diese una y mil vueltas. Puede que Priss fuese una chica más, pero eso es pasado; desde que Ross llegó, hay dos nuevas normas respecto a ella: 1...