Capítulo diez: Dolor

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   (Ross POV)

   –Buenos días Ross –dijo una vocecilla suave a mis espaldas.

   Intentando que no se notase que estaba jodida, me giré mostrando mi mejor sonrisa. Solo para ella.

   –¿Qué tal has dormido? –le pregunté mientras le daba un beso suave en la cabeza.

   Y sí, yo estaba jodida en aquel momento. El director había llamado a mi padre la noche anterior, y le había avisado de que había sido yo quien tiró pintura en su coche. Eso, obviamente, era mentira. Y, oh, yo sabía quién se la había inventado: Joel Turner. Seguramente se estaba vengando porque hace tres días escribí "Turner chupa pollas por 5 dólares" en un papel y lo colgué en la entrada del instituto. Vale decir que casi todo el barrio había visto el cartel, y se rumoreaba que Joel estaba recibiendo llamadas de chicos que querían sus supuestos servicios por cinco dólares. 

   En mi defensa, puedo decir que Turner era un imbécil, y se lo tenía merecido.

   Pero esto del coche, había sido demasiado. Y hoy, sinceramente, no me apetecía, pero tenía que darle una lección.

   Un movimiento suave por parte de Priss me sacó de mis pensamientos sobre cómo le daría una buena paliza a Turner, y volví mi mirada hacia ella. Ella sonrió aún más y me besó en la mejilla, poniéndose de puntillas. Quise concentrarme en cómo se sentían sus labios en mi piel, pero al tenerla tn cerca no pude evitar fijarme en que su mandíbula relucía de una manera inusual. Como si llevase un bote entero de maquillaje ahí.

   –¿Y eso? –le dije mientras le cogía con cuidado de la barbilla y le giraba un poco el rostro.

   El maquillaje mal aplicado formaba una línea notoria desde el pómulo hasta su barbilla, prácticamente atravesándole todo el lado izquierdo de la cara.

   Joder, yo sabía que Jorge le pegaba, y sabía que ni ella ni yo podíamos hacer nada.

   –Ya sabes lo que es –protestó. Me apartó con delicadeza y rozó con la yema de sus dedos su propio rostro, observando cómo su mano quedaba impregnada de maquillaje blanquecino–. ¿Se nota mucho? Esta mañana no me ha dado tiempo a retocármelo...

   Negué, sin ganas de echarle nada en cara. A ella le dolía incluso más que a mí, así que decidí no darle más vueltas al asunto.

   Aunque, en mi cabeza, el nombre del hijo de puta que le hacía aquello había quedado grabado en la lista de personas a las que tenía que partir el culo.

   –Estás muy guapa. Te acompaño a clase.

   La acompañé, atravesando los pasillos abarrotados de gente con mi mano apoyada con suavidad en su espalda. Sin tocarla realmente, pero dándole pequeños apretones, haciéndole saber que siempre estaba detrás de ella.

   A nuestro alrededor se escuchaban los cuchicheos de los demás estudiantes, tales como "¿Están saliendo?", "Creía que Ross Devine se había tirado a medio instituto" y "Ross va a joderle la vida a la pobre chica".

   Cuando Priss hubo entrado a su aula, y me volteé para irme al jardín, me encontré con todos los ojos posados en mí, algunos mirándome con miedo, otros con curiosidad.

   –¿Qué coño miráis?

   Y tal cual acabé de pronunciar aquello, la mayoría de personas dejaron de fijarse en mí y se dirigieron a sus respectivas clases. Josh, que me observaba con disimulo, me guiñó un ojo y se marchó.

   Tragué saliva y miré mis nudillos, enfurecida. Me fui al jardín y, un cuarto de hora después, él y el gilipollas que había pintado el coche de su propio padre para echarme a mí la culpa, aparecieron.

   Todos los profesores estaban dando clase, y como hacía frío, los pocos que no tenían ninguna clase que dar estaban dentro, tomándose un café. En el espacioso jardín, solo quedamos Joel Turner y yo. Cabe señalar que, al principio, creí que sería difícil.

   Pero, además de idiota, Turner era débil. Y lo siguiente que se supo fue que Joel Turner había aparecido con dos dedos rotos y el cuerpo amoratado. Él, porque sabía lo que le convenía, no quiso decir quién se lo había provocado.

   * * *

   La herida de Priss había mejorado bastante, dos días después. Ya era viernes, y aunque me habría gustado poder quedar con ella después de clases o durante el fin de semana, no podía ser. Jorge se quedaba toda la semana y la siguiente también.

   A la hora del descanso, encontré a Priss en los baños.

   –¿Puedes cerrar con llave? –me dijo.

   Confusa, accedí. En cuanto ella estuvo segura de que nadie podría vernos, abrió el grifo del baño y se lavó la cara.

   Las primeras veces no pareció cambiar nada; pero conforme el agua salpicaba su rostro, éste se iba librando poco a poco del maquillaje e iba dejando ver un cardenal morado que dolía solo de verlo. Los ojos cansados de Priss se posaron en ella misma, en el espejo, y se limpió una lágrima. Me acerqué con rapidez y la abracé lo más fuerte que pude, como si así pudiese curarla.

   Ella lloró como nunca la había visto llorar. Priss había llorado delante de mí varias veces, pero eran lágrimas solitarias que se le escapaban cuando yo le presionaba mucho respecto al tema de Jorge,  que se le salían a veces simplemente por el dolor de algunas heridas. 

   Priss era fuerte, más que nadie que yo hubiese nunca conocido.

   Pero, aquella vez, Priss se derrumbó. Lloró mares en el hueco de mi hombro y mi cuello, agarrando con fuerza mi camiseta entre sus puños y quedando realmente exhausta cuando por fin se calmó. Sin separarnos, me apoyé en la pared el baño y me escurrí, con ella todavía en brazos, hasta que quedamos en el suelo. Agradecí que los servicios del Kelveys' estuviesen relucientes y limpios.

   Ella tragó saliva y cerró los ojos. Enterró aún más su cara en mi cuello. Yo le acaricié el pelo y le di besos en la cabeza y en los hombros, pues habíamos quedado en una posición extraña y ella estaba prácticamente encima de mí. Pero estábamos cómodas.

   No sé cuánto tiempo pasó, pero, cuando yo creía que ella se había dormido porque su respiración era compasada y débil, se separó un poco de mí. Mis dedos continuaron acariciando su espalda, mientras mi mirada se posaba en su herida y después en sus ojos rojos.

   –Eres preciosa, Priss –le susurré muy bajito.

   Fijé la vista en sus labios y relamí los míos, y en un abrir y cerrar de ojos los uní. Nos quedamos así, simplemente con nuestros labios juntos y los ojos cerrados. Ella se separó y dio besitos pequeños en mi boca, sonriendo, y pegó su frente a la mía en el proceso. Cuando paró de darme besos, a los que yo respondía con gusto, me dijo, muy sonrojada:

   –Te quiero.

   –Y yo, joder, te quiero mucho –confesé.

Bad Girls Don't CryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora