Capítulo ocho: Perfectas

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   (Priss POV)

   Ross era diferente a los demás. Ella no hablaba sobre ella misma, ni te contaba qué estaba pensando o cómo se sentía. Simplemente se me acercaba y me preguntaba cosas sobre mí, y yo le respondía con sinceridad porque, en poco tiempo, se había convertido en mi mejor amiga.

   Desde el  principio supe que a Ross le pasaba algo. Ella nunca, jamás, se derrumbaba. Era capaz de sonreírme y dos segundos después amenazar de muerte a alguien. Y eso no era bueno, no era normal. Yo estaba segura de que Ross no era por dentro todo lo que fingía ser por fuera, porque su exterior era duro, decidido, acechante, y a su vez siempre fingía despreocupación, como si nada le importase realmente.

   Yo, claro, era la excepción.

   (Ross POV)

   –¿Dónde has estado? –me preguntó mi padre cuando llegué, justo a la hora de cenar, a casa–. ¿Algún chico nuevo?

   Él era consciente de que yo solía salir con chicos, y me gustaba que lo supiera. Yo se lo contaba porque sabía que él confiaba en mí, quizá más de lo que debería. Por esto mismo, muchas veces, sobre todo cuando estaba dentro del Kelveys', me abstenía de hacer alguna cosa que pudiese meterme en problemas gordos. Él ponía su confianza en mí, y yo no quería que la quitase.

   Pero aquel día, no había salido con un chico. Había pasado todo el día entero con Priss, ya que iba a ser la última por un tiempo; el idiota aquel con el que vivía volvía al día siguiente, y ya no podríamos quedar tan seguido. Seguido, sí, porque desde que ella me confesó aquella tarde todo lo que le ocurría, yo no me había separado de ella. Ni ella de mí, tampoco.

   Yo estaba con ella porque me gustaba y quería protegerla. No sabía qué pasaba por mi cabeza cuando estaba con ella, pero tampoco me apetecía ponerme a analizarlo. Ella me completaba de un modo que no sabría describir. Sus ojos azules, sus pelo recogido en una trenza que luego se soltaba de una manera realmente sexy, sus labios ya casi curados del todo que siempre, pasase lo que pasase, me ofrecían una sonrisa sincera. Y yo, ¿quién era? Yo era la chica desconsiderada que se había encaprichado con ella. A veces pensaba que Priss seguía conmigo con miedo, aunque siempre borraba esos sentimientos de mi mente. No me gusta joderme a mí misma, aunque casi siempre termino haciéndolo.

   –He estado con una amiga –respondí mientras me sentaba en la mesa.

   Él me sirvió un plato de sopa caliente y se sentó a mi lado, con su propio plato ya en la mesa. Ambos empezamos a tomárnosla en silencio.

   –¿La misma chica que ayer? 

   –Sí, y que anteayer –informé, sorbiendo sin hacer ruido la sopa de mi cuchara.

   Él parecía contento.

   –No recuerdo que hayas tenido muchas amigas, Ross –dijo con sutileza–. Me alegro de que hayas encontrado a alguien.

   No respondí y él tampoco dijo nada más. Terminamos de cenar y, a pesar de que insistí en lavar yo los platos, él terminó haciéndolo. 

   –Mañana es lunes, a dormir –me dijo, era una orden cariñosa.

   Le sonreí y creí conveniente decir:

   –Priss –carraspeé, al pensar que no me había escuchado por el ruido que hacía el agua del grifo–. Mi nueva amiga se llama Priss. Por si alguna vez...

   –Claro –respondió, con esa voz que ponen a veces los padres que te indica que te entienden–. Buenas noches, Ross.

   –Hasta mañana.

   * * *

   (Priss POV)

   –¿Y tú qué coño miras? –le espetó Ross a un chico que nos llevaba observando desde que entramos al instituto–. Ugh. Odio los lunes.

   Asentí, cansada. Jorge había llegado la noche anterior de su "viaje", y me había hecho miles de preguntas sobre qué había hecho en su ausencia y si había visto a alguien. Respondí a todo con seguridad y alivio, pues él parecía haberse olvidado de la existencia de Ross. 

   Claro, del polvo de media noche no se había olvidado.

   –Los lunes tienen cosas buenas –le dije, intentando animarla–. Por ejemplo, que tenemos las mismas asignaturas.

   Ella sonrió de lado, apoyándose en una taquilla. Dios, era demasiado guapa, demasiado sexy, demasiado todo para haberse fijado en mí, una niña más del montón.

   –También hay tarta de chocolate en la cafetería –añadió.

   –Odias el chocolate –le dije.

   Ella me guiñó un ojo, antes de decir:

   –Pero a ti te encanta.

   Asentí, feliz, porque a veces de verdad sentía que yo te importaba. Sin tener un motivo concreto para hacerlo, la abracé. Lo hice porque Ross me gustaba mucho. Me protegía, se preocupaba por mí, y eso era algo que no hacía con nadie más. Además, sabía que le costaba ser amable con las personas, pero conmigo siempre lo era y le estaba agradecida por ello.

   Me abrazó de vuelta y después fuimos a clases. Ninguna nos lo habíamos dicho, pero yo estaba segura de que ambas éramos perfectas la una para la otra. Y, claro, no se lo dije. Ross no era tan cursi.

Bad Girls Don't CryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora