(Ross POV)
Acompañé a Priss a su casa, tal y como le había dicho que haría. Quería saber cómo era la zona por la que vivía, y si averiguaba cómo eran sus padres, mejor. Quizá parecía una entrometida, pero me sentía obligada a estar tan pendiente de ella porque me daba la sensación de que no podía cuidarse ella misma.
Llegamos a un patio normal y corriente, al final de la calle, y Priss abrió una puerta negra que daba paso a un ascensor. Me sonrió con su labio hinchado y apretó los puños, dirigiendo su mirada al botón del ascensor. Lo pulsó lentamente bajo mi atenta mirada.
–Gracias por acompañarme –dijo en un susurro–. ¿Q-quieres subir?
Me quedé sorprendida de que me preguntase aquello. Sin embargo, no se me ocurrió dejar pasar aquella oportunidad de saber si vivía con aquel tipo.
–Claro –asentí. Me acomodé la mochila, y saqué mi móvil–. Puedes ayudarme con física, no sé ni por qué tema vamos –bromeé.
Ella rió, mientras entrábamos en el ascensor.
–Eso es porque no vas ni a clase, Ross –negó con la cabeza–. ¿No te da miedo repetir curso o algo así? Si estás en el Kelveys', doy por hecho que la educación debe ser un tema importante para tus padres.
Me encogí de hombros. Lo cierto es que yo tenía mucha suerte, ya que me resultaba fácil estudiar. A pesar de no hacer ni puto caso en las clases, si me leía el tema una semana antes del examen y practicaba dos o tres días, aprobaba y con buena nota.
–Pura suerte, supongo –respondí con simpleza.
El ascensor paró y ambas salimos. Era el tercer piso. Abrió la puerta de su casa y entramos. Era una casa de aspecto anticuado, con luces amarillentas y el suelo cubierto por una moqueta granate. Lo cierto era que se veía un tanto descuidada, pero no le presté mucha atención a estos detalles.
Ella se quitó la mochila y sacó el libro de física, y yo decidí imitarla. No necesitaba que me ayudase con la materia, pues como ya he dicho antes, yo era capaz de estudiarla sola. Pero pensé que así tendríamos algo que hacer, y que sino sería muy incómodo y además no tendría ningún motivo para subir a su casa.
–¿Y tus padres? –dije como si se me acabase de ocurrir.
Ella se dirigió al baño, y yo la seguí mientras observaba cómo ella abría un cajón del lavabo y sacaba un puñado de toallitas desmaquillantes.
–Es una larga historia –dijo limpiándose con agua el rostro y mirándose al espejo y pasando con suavidad una toallita por su cara, apartando el maquillaje–. No vivo con mis padres. Los dejé hace un año, más o menos.
Terminó de limpiarse el rostro y se relamió los labios, haciendo una mueca al pasar la lengua por la herida.
Me quedé sin palabras, mirando su aspecto con un nudo en la garganta. Todo su lado izquierdo del rostro, desde el labio partido hasta el ojo, estaba con rasguños y el pómulo más oscuro de lo que debería. Comprendí que se había debido poner mucho maquillaje para ocultar aquello, y quise romper el espejo que tenía detrás, para que no se viese ella misma. Era lamentable.
–Simplemente explícame por qué tienes media cara morada, por favor –gruñí–. Porque voy a partirle el culo a quién haya sido, Priss.
–Ross...
–Me da igual, esa mierda no te la has hecho cayéndote en la bañera –con brusquedad, le acaricié la mejilla y ella gimió, pero no se apartó. Una lágrima se deslizó hasta mi dedo, y se la sequé, intentando suavizar mi toque–. Te duele mucho, por Dios. ¿Qué coño te ha pasado?
Ella miró el suelo y dijo esto tartamudeando, sin respirar entre palabra y palabra:
–Jorge e-estaba enfad-dado y m-me p-pegó... –estaba temblando con fuerza, casi cayéndose.
La abracé con firmeza obligándola a que descansara la cabeza en mi hombro y en seguida sentí cómo se me mojaba el cuello con sus lágrimas. Estaba furiosa, pero no podía ponerme a destrozar nada con ella rota de esa manera. Primero tenía que repararla a ella.
–¿Vives con él? –pregunté con la voz calmada, acariciando su pelo.
Ella continuó con el rostro escondido en mi cuello, y asintió.
–¿Va a venir?
–No, él estará fuera unos días, por eso te he dicho que subas, porque no vas a poder subir cuando esté él.
–¿Podemos sentarnos? –le pedí.
Ella me condujo a la que supuse que era su habitación y se tumbó en la cama, diciéndome que hiciese lo mismo con la mirada. Con cautela, me tumbé a su lado. Ella se pegó como una lapa a mi cuerpo, y empezó a hablar:
–Mi padre murió cuando yo tenía dos años y mi madre se hundió en algo parecido a la depresión. Durante toda mi infancia apenas fui al colegio, y solía quedarme en casa tragándome todo el humo de lo que fumaba mi madre y viendo la televisión. Cuando tuve doce años, entré en la secundaria. Conocí a Jorge allí, en el colegio público al que íbamos ambos. Era mi único amigo y era seis años mayor que yo. Había repetido tres veces. Le conté cuál era mi situación y él me dijo que vivía solo en la casa de su abuela, porque era mayor de edad y sus padres le dejaban. Habló con mi madre para que me fuese a vivir con él y a ella le pareció muy buena idea, y dijo que me visitaría de vez en cuando. No la he vuelto a ver desde entonces –hizo una pausa y me di cuenta de que yo también la estaba abrazando de vuelta, y que parecíamos dos amantes envueltas la una en la otra. Me gustaba estar así con ella, porque olía a vainilla suave y su voz era relajante.
–Puedo suponer que Jorge ha cambiado desde que empezaste a vivir con él.
–Sí... Ross –me llamó, captando mi atención–. Te he contado esto porque aunque no nos conocemos casi, tú pareces interesada en mí... no en ese sentido –se retractó, y pude notar que se sonrojaba–, me refiero a que te preocupas por mí, c-creo, parece que t-te importo, y aunque no entiendo por qué... me g-gusta que me quieras ayudar... –terminó con una risilla, avergonzada, y quise abrazarla más fuerte porque era adorable.
–Me gustas, Priss. Me preocupo porque me gustas –le dije con sinceridad.
Y era cierto, no sabía si me gustaba porque era demasiado simpática, porque tenía la sonrisa bonita o porque la veía indefensa, pero me gustaba. Y tampoco sabía si quería ser su amiga o si sentía algo más, pero tampoco me importaba. Lo único que importaba en aquel momento era que la estaba abrazando y que ella también me abrazaba a mí.
Y, a lo mejor, dos personas rotas puedes arreglarse entre ellas.
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Bad Girls Don't Cry
Non-FictionPriss era una chica del montón, o al menos eso dicen los que la conocieron antes de que su mente diese una y mil vueltas. Puede que Priss fuese una chica más, pero eso es pasado; desde que Ross llegó, hay dos nuevas normas respecto a ella: 1...