Capítulo trece: Trenzas

84 7 0
                                    

   (Ross POV)

   El fin de semana fue tranquilo. Las heridas de Priss mejoraron con rapidez, y a ambas nos relajó saber que no había ninguna parte interna de su cuerpo dañada de verdad. Nos pasábamos todo el rato en la cama, viendo la tele o caminando por la casa, y así en seguida dejó de cojear.

   El domingo por la mañana, yo estaba en el sofá viendo la tele mientras ella se paseaba por el salón, viendo las fotos que habían por allí puestas.

   –¡Eras adorable! –dijo, señalando una foto mía de cuando tenía más o menos cinco años.

   En la foto yo tenía los ojos totalmente abiertos y una gran sonrisa en mi cara, y se veía parte de una camiseta rosa que florecitas. Nada que ver con la Priss del ceño fruncido y las camisas negras, pensé.

   –Tú eres adorable ahora –le dije, dejando de mirar la pantalla del televisor para mirarla a ella.

   Se ruborizó y me sacó la lengua, yo solamente reí mientras volvía la mirada a la tele. Claro que cuando percibí que se giraba, mis ojos al instante de dirigieron a su culo. Y qué culo.

   –¿Puedo coger un zumo? –me dijo entrando a la cocina.

   Le dije que sí. No habíamos salido de casa en los dos días, pues Priss tenía miedo de que Jorge andase buscándola y que nos encontrase. Aunque, siendo sincera, yo deseaba encontrarme con aquel hijo de puta. Iba a matarlo. Pero, por otra parte, temía lo que pudiese hacerle a Priss. Ella no era como yo: no podía defenderse de agresiones físicas, porque su cuerpo no estaba ejercitado.

   Priss me llegaba apenas por la barbilla. Estaba muy, muy flaca, y era pálida como la nieve. Su aspecto era tan puro y dulce que cuando la veías solo pensabas en abrazarla y querer protegerla. Tenía los ojos grandes y claros, aunque no distinguía si eran azules o verdes, pues eran una mezcla. Tenía el pelo largo y oscuro, por la cintura, y siempre lo llevaba recogido porque según ella era muy feo. Yo no pienso que fuese feo, pero sí que se notaba que era un pelo descuidado. Y es que las personas que sufren estrés o algún tipo de transtorno, suelen acabar con el pelo débil. Y ella, en ese sentido, estaba destrozada.

   No sólo su pelo era una consecuencia de su mala vida: sus ojeras, sus huesos marcados, sus labios mordidos  y cortados e incluso sus uñas eran culpa de sus preocupaciones.

   Pero, aun con todo, era guapísima. Y siempre sonreía, y tenía la voz suave como terciopelo, y cuando susurraba parecía que estuviese riendo.

   –Priss –la llamé.

   Ella vino desde la cocina, con un zumo en su mano, y me miró esperando que le hablase. Pero yo solo quería verla y decirle lo guapa que era.

   –Me gustas tanto... –le dije.

   Ella  dejó el zumo en la mesita que tenía a su derecha. Luego se me acercó y me abrazó con fuera, mientras se recostaba sobre mí. Comencé a reirme porque sus pies descalzos estaban haciéndome cosquillas al rozarse con los míos, y ella también empezó a reír. Le solté el pelo con una mano y ella hizo un puchero, pero yo le di un beso corto en la boca para que dejase de hacerlo.

   –Odio mi pelo –protestó, aunque sin estar enfadada. De hecho, una sonrisa amenazaba con aparecer en su rostro–. ¿Puedo hacerte una trenza? –dijo de repente, entusiasmada.

   Acepté y me senté, con ella a mi espalda. Sentí sus dedos finos hundirse en mi pelo castaño claro, el cual estaba sin peinar. Comenzó a hacerme una trenza que salía de raíz, y que terminó con el coletero que yo le había quitado a ella.

   Me miré en el espejo y se vi rara, porque yo siempre llevaba el pelo suelto. Pero la trenza estaba muy bien hecha, y pensar que me la había hecho Priss me daba ganas de no querer quitármela nunca.

      Mi padre llegó sobre las siete de la tarde, cuando empezaba a oscurecer. Estaba agotado, y también nosotras lo estábamos, así que pensamos que sería mejor hablarlo todo a la mañana siguiente.

   Él durmió en su habitación, y entre Priss y yo pusimos el colchón de mi cama en el comedor y yo dormí en el sofá y Priss en el colchón, que estaba sobre el suelo al lado del sofá.

   O al menos así nos tumbamos, pues en cuanto pasaron unos quince minutos, Priss me pidió que me tumbase a su lado. Y, claro, lo hice. Aunque no estuviese cómoda, aunque la manta solo la tapase a ella. Le acaricié el brazo hasta que se durmió y después me dormí yo. Porque supe, y en realidad ya lo sabía desde la primera vez que la vi, que por estar con ella haría cualquier cosa.

   ¡Hola!

   Ross en multimedia, al menos así me la imagino yo. 

   Sé que este capítulo es un poco aburrido, pero más que nada lo escribí porque llevaba como veinte días sin actualizar y se me estaba olvidando la trama de la historia xD. Espero que os guste, nos vemos en el siguiente capítulo.

   ¡Y comentad qué os parece la historia!


Bad Girls Don't CryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora