Capítulo 8

51 5 2
                                    

—Nathani... Hola Rachel —no pude disimular mi desilusión. 

—Hola Aria —contestó tan sonriente como siempre.—Ahora viene Ronald, voy a ir preparando las cosas.—Y se puso a limpiar los utensilios que Ronald utilizaría conmigo. Sacó un paquetito con gasas, un frasco con un líquido transparente y un rollo gigante de papel.

Se abrió otra vez la puerta. Esta vez era Ronald.

—Hola preciosa, ¿estás lista?

Asentí y me senté en la cama.

—Vale, vamos a empezar por esa mano —dijo señalando la mano izquierda.—Rachel, alcánzame una gasa y el agua oxigenada por favor. —Rachel le pasó la gasa ya empapada.—Muchas gracias. A ver, extiende el brazo. Bien, ¿Te duele? —Negué con la cabeza.—Perfecto. El otro brazo. Otra gasa Rachel. Así —dijo mientras frotaba con cuidado la herida del brazo derecho.

—La espalda ya está curada —le dije.

—Ahora lo comprobaré. Gírate. Vale, tienes razón. Pero voy a limpiártelo un poco con agua oxígenada para asegurarme de que no se infecte. —Cuando el líquido se metió en los hoyos me dolió un poco, pero no fue nada comparado con las otras veces.—Ya está. Rachel véndala esa zona. Yo tengo que irme, cuando vuelva te ayudaré a levantarte y daremos el paseo que te prometí.

Rachel me vendó la espalda y me ayudó a vestirme con unas ropas que había traído. Después, se marchó y yo me senté en la cama esperando a Ronald.

Creo que pasaron dos horas hasta que Ronald volvió. Abrió la puerta muy despacio y al verme sentada en la cama impaciente se le escapó una risilla.

—Ya veo que estás preparada. 

Asentí con energía y Ronald volvió a reír.

—De acuerdo. No prolonguemos más la espera.

Se acercó y me ayudó a bajar de la cama. Me sujeté fuertemente a sus brazos con miedo a que después de tantos días no tuviese fuerzas para andar. Asombrosamente pude tenerme en pie y caminé hasta la puerta apoyada en el brazo de Ronald.

—Me impresiona lo rápido que has mejorado esta última semana. Ahora entiendo porque estás vinculada al centro. Un ángel cualquiera no habría soportado ese nivel de dolor.

—¿Quieres decir que soy un ángel? —Pregunté un tanto extrañada.

—Aria, —dijo con una mirada de reproche— sabes que no puedo hablar de ese tema. Eso solo puede contártelo Nathaniel. Además, yo no estoy al tanto de esas cosas, es mejor que esperes a que él vuelva.

—Vale. —Dije mientras pensaba en cuánto quedaría para volver a verle.— Pero, ¿dónde está? ¿Sigue ayudando a Lilia? —Pregunté en un tono sarcástico, Ronald me miró impresionado y luego se echó a reír a carcajadas.

Me puse roja y me sentí ridícula por estar celosa de una chica a la que no conocía y lo que es peor, por un chico al que había visto un par de veces. Es decir, que yo me acordase. Porque ese mismo chico era el que me había borrado mis recuerdos. ¡Dios! Quería gritarle y  abrazarle al mismo tiempo.

—No me lo puedo creer. —Dijo Ronald mientras recuperaba la respiración.—¿Estás celosa?—Volvió a reirse.

—No te rias. —Dije avergonzada.

Ronald abrió la puerta de la habitación y salimos despacio a un largo pasillo cuyas paredes daban al exterior. Podía ver todo el paisaje; las montañas nevadas, el gran bosque blanco y un río del cual no se veía el final.

—No tienes porque estar celosa. Lilia es una gran amiga de Nathaniel. —Le miré arqueando una ceja.—A-mi-ga —dijo elevando la voz.—No puedes ni imaginarte lo que significas para él. Fuiste su primera amiga. Es más, fuiste la primera persona a la que vio después de a su madre.

—¡¿Qué?! —Me paré en seco.

—¿No te lo había dicho? —dijo Ronald muy serio.

—¿Cuándo? ¿Cuándo me lo iba a decir? Si no le he visto. —Se me quebró la voz y tuve que callarme para no echarme a llorar.

¿Por qué le echaba tanto de menos? Ahora entendía algo más. Le había conocido cuando los dos éramos bebés y supongo que pasamos parte de la infancia juntos. Necesitaba mis recuerdos para saber qué pasó. ¿Por qué me quitaron la mortalidad? ¿Y por qué se emocionó tanto al encontrarme? 

—Aria, estás cansada. Volvamos a la habitación.

—¡No! No puedes dicirme algo así y pretender que me quede tan tranquila.

—Creía que ya lo sabías. —Noté arrepentimiento en su voz.—Si andamos un poco más llegaremos a un salón. Allí podrás sentarte y te diré todo lo que pueda contarte.



Ardor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora