Capítulo 11.

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—No te rías, no es tan fácil explicarlo —dijo sonriéndome—. El Lucidum tiene que ver con la unión. La unión es el primer encuentro sexual entre los ángeles que se han vinculado. Normalmente es también la primera vez que se utiliza el Lucidum, pero no es nuestro caso —dijo con una mirada traviesa.

Esta vez fui yo la que se sonrojó.

—Es que tú eres muy precoz, esperemos que no seas así en todo —dije picándole.

Soltó una carcajada y se acercó a mí. Me rozó el labio inferior con su dedo índice y noté un escalofrío. El placer recorrió todo mi cuerpo hasta llegar a lo más profundo de mí y cerré los ojos para saborear el momento. Abrí los ojos y me acerqué a él para besarle, pero se apartó.

—Eso es el Lucidum, creo que no volverás a quejarte de mi capacidad de segregarlo más rápido que el resto —dijo riéndose.

Le sonreí y vi que la almohada se había llenado de Lucidum, era como purpurina plateada.

—Pruébalo —su voz se había vuelto más grave.Levanté la vista hacia él, se estaba chupando los labios. Bajé un poco la vista y me detuve a la altura de su cintura. Un bulto en la entrepierna me hizo deducir que él también había sentido placer. Me lamí los labios y le miré a los ojos mientras el Lucidum volvía a hacer su efecto—. ¿Creías que eras la única que lo había sentido? —aparté la vista avergonzada. Se había dado cuenta de que había notado su erección. Se volvió a reír y se sentó en la cama otra vez.

—Te he echado mucho de menos —dije en voz baja sin atreverme a mirarle a los ojos.

Me miró sorprendido.

—Yo también —dijo muy serio—. No te puedes hacer a la idea de cuánto.

Se acercó a mí y me incorporé con cuidado.

—No debes moverte, te estás curando.

—Ya no me duele.

Me miró con desaprovación y suspiró.

—De verdad Ari, tienes que descansar.

—Mira —dije mientras me daba la vuelta y me levantaba la camiseta para que me viera la espalda. 

Noté su respiración en mi nuca, un aire gélido que hacía que me entrasen escalofríos. Colocó sus dedos alrededor de las heridas y comenzó a acariciar las cicatrices. No pude evitar soltar un gemido de placer.

—¿Te duele? —dijo apartando las manos de mi espalda.

Giré la cabeza para poder mirarle a los ojos.

—No me duele, las heridas ya están cerradas. Pero... —me quedé en silencio buscando las palabras adecuadas— estás produciendo Lucidum.

—No me había dado cuenta —dijo mirándose las manos que estaban llenas de "purpurina" plateada.

De repente se le dibujó una sonrisa en la cara.

—Ponte boca abajo y quítate la camiseta —dijo con la voz ronca.

Le hice caso y vi como ponía una rodilla a cada lado de mi. Volví a notar sus dedos alrededor de los hoyos de la espalda, luego sus labios empezaron a recorrer mi cuello y fue bajando hasta llegar ahí. Lo más primitivo de mí se estaba desatando. Sentí su lengua dentro de uno de los huecos y me retorcí del placer. Empezaba a tener mucho calor. Después hizo lo mismo con el otro hueco, creía que iba a estallar.

—Gírate —dijo ansioso.

Me dejé llevar por su voz y me giré despacio. Estaba encima de mí, su cara estaba muy cerca de la mía y pude ver como sus  ojos miraban hacia abajo. Al instante me di cuenta de que no llevaba camiseta y estaba desnuda de cintura para arriba. Me tapé con los brazos y desvié la mirada sonrojada. Me ardía la cara.

—Mírame Aria.

Su voz era grave y llena de deseo. Volví la cabeza lentamente, no quería mirarle a los ojos. Me daba mucha vergüenza. Me sujetó la barbilla para que le mirase.

—Aria, mírame a los ojos —dijo impaciente.

Cerré los ojos y me preparé para mirarle a esos ojos azules que siempre me dejaban helada. Abrí los ojos y me encontré directamente con los suyos que me miraban intensamente. Separó mis brazos de mi pecho sin dejar de mirarme y después se incorporó y se quitó la camiseta.

Era perfecto. Tenía los abdominales marcados, pero no demasiado y se le notaba la uve entre los oblícuos claramente ejercitados. Bajé un poco más la mirada y vi que su erección era prominente. Me tranquilizó saber que los dos estábamos sintiendo lo mismo. Le miré a los ojos desesperada, suplicando que me tocase.

Acercó su cara a la mía, me miró a los ojos y me besó apasionadamente. Le toqué el pelo y bajé las manos por su espalda hasta llegar al cinturón, lo desabroché y lo tiré fuera de la cama. Le bajé el pantalón y se deshizo de él mientras me besaba el cuello, bajando hacia mis senos.  Me mordió un pezón y solté un gemido.

Se separó de mí, sus manos bajaron hasta mi cintura y me quitó el pantalón. Comenzó a tocarme por encima de las bragas, masajeándome suavemente el clítoris. Una ola de placer empezó a recorrerme todo el cuerpo hasta llegar a lo más íntimo. No podía aguantar más.

—¡Nath! —gemí a la vez que arqueaba la espalda.

Me iba a correr, pero justo entonces Nath paró. Le miré sorprendida, no pensaría que podía dejarme así. 

—Sigue —dije frustrada.

Me miró y sonrío.

—Tranquila Ari, tenemos mucho tiempo —dijo mientras se quitaba los boxer.

Me quedé petrificada cuando tuve su miembro erecto ante mí, era impresionante. Tragué saliva al pensar que iba a hacer con algo de semejante tamaño. Se puso encima de mí sin tocarme y comenzó a besarme.

—Por favor —supliqué—, Nath no me dejes así. No aguanto más.

Estaba al borde de la desesperación. Le necesitaba dentro de mí ya.

—Esto te aliviará —dijo sonriendo.

No sabía como podía aguantar tanto tiempo, pero me estaba volviendo loca. Cerré los ojos para sentirle más. Noté sus dedos dentro de mis bragas y me las quité rápidamente.

—No sabía que eras tan apasionada —dijo a la vez que bajaba por mi estómago hasta mi pubis.

Empezó a lamerme el clítoris fuertemente. Gemí, quería su miembro dentro de mí. De repente, noté sus dedos dentro de mí. Esta vez grité más fuerte para que no parase. Los metía bruscamente, me acariciaba rozando en círculos las paredes de mi vagina y los sacaba. Así contínuamente, primero dos y luego tres. 

Cuando me iba a correr sentí su erección y con una estocada violenta entró hasta lo más profundo de mí. Grité a la vez que me corría y le pedía más moviendo mi cintura para que me penetrase más fuerte. Nath siguió y se corrió dentro de mí, lo que hizo que volviese a gemir. A pesar de que los dos habíamos acabado seguimos ahí un rato, sin separarnos. 

—¿Estás bien? —me preguntó. Asentí.— Pues prepárate.

Se empezó a mover recordando a mi cuerpo que todavía estaba dentro de mí. Me acarició el clítoris mientras seguía marcando el ritmo. Empezó a segregar Lucidum y me mentalicé de que lo que iba a pasar ahora iba a ser muy intenso.

Me empezó a chupar los pezones a la vez que me tocaba y me empujaba con su miembro cada vez más fuerte. Subió el ritmo y yo ya estaba llegando al clímax otra vez. Me miró desafiante y me metió sus dedos en la boca. Un calor inmenso explotó en mis entrañas haciendo que me retorciera de placer. Grité y me arqueé sin control.

—Aaaah, Nathaniel...

—¡Sí!  Ari, sigue.

Y así llegamos los dos al mismo tiempo.

Cuando salió de mí un escalofrío me recorrió la espalda, me abracé a él y nos dormimos uno al lado del otro.

Ardor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora