Capítulo 14.

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Una chica de unos veinte años con el pelo largo y rosa estaba mirándonos mientras retorcía nerviosa un boli entre sus dedos. Sus alas eran increíblemente bonitas; no eran tan grandes como las de Nathaniel, pero desprendían un brillo cegador. Parecía que la gente estaba acostumbrada a verla porque no reparaban en su presencia, solo tenían ojos para nosotros. En cambio yo estaba tan ensimismada mirando los tonos ocres y dorados que parecían bailar por sus plumas, que no me di cuenta de que la chica había avanzado temblorosa hasta nuestra mesa y estaba reclinada encima para poder coger nota.

Nathaniel estaba hablando con ella sonriente y con un tono de voz amable. La chica estaba sonrojada y de vez en cuando soltaba una risita nerviosa. Era evidente que estaba coqueteando con él, pero no podía recriminárselo, yo también lo haría. Me fijé en que cada vez que la chica se agachaba para apuntar en la libreta, se le acentuaba el escote de la camiseta que ya de por sí dejaba poco a la imaginación. Pero en ningún momento Nathaniel bajó la mirada, lo cuál hizo que me sintiera más cómoda.

—Ariadne, querías un vaso de leche, ¿no? —dijo Nathaniel.

Seguí mirándoles sin decir nada hasta que me di cuenta de que esperaban mi respuesta. Me senté bien en la silla y me dirigí a la chica del pelo rosa.

—Sí, un vaso de leche caliente, por favor. —Le dije mientras sonreía de oreja a oreja como hacía ella.

—De acuerdo, ahora mismo vuelvo. —Dijo ella con alegría. Era muy agradable. Se giró y se fue hacia la barra dónde estaban las grandes máquinas de hacer café y un par de batidoras.

—Bueno... ¿te gusta? —Me preguntó Nath sin mirarme mientras doblaba una servilleta una y otra vez. Parecía un poco nervioso. Nervioso por mi respuesta.

—Es genial. —Dije entusiasmada y con una sonrisa para que viese que no tenía que estar preocupado por eso—. Se parece mucho a las cafeterías de la ciudad.

—Sí, por eso te he traído aquí. Creía que te sentirías más cómoda.

Me giré un momento para ver si la gente nos seguía mirando. Los que llevaban ya un tiempo en la cafetería estaban a lo suyo, pero de vez en cuando se les escapaba alguna mirada hacia nuestra mesa. La gente que entraba en la cafetería tenía la misma reacción que el resto había tenido unos minutos antes. Nos señalaban y me miraban con sorpresa.

—Ari, —dijo Nath con una voz tan dulce que me hizo girarme al instante. Me estaba mirando como si fuese un tesoro. Su tesoro—. ¿Te molestan? Es que no están acostumbrados a verme por aquí. Normalmente solo me ven en los actos públicos o en la prensa.—Dijo disculpándose—. Es normal que tengan curiosidad al verme contigo. Nunca me han visto con ninguna otra chica y se estarán haciendo un montón de preguntas. Además, últimamente he estado bastante desaparecido.—Me pareció que se sentía arrepentido y cuando me miró, sus ojos suplicaban comprensión.

—No me molestan para nada, Nath. —Dije suavemente para tranquilizarle—. ¿Cómo es que nunca te han visto con otras chicas? —Tenía curiosidad. Se notaba que Nathaniel tenía experiencia en la cama, así que tenía que haber estado con alguna chica.

—Pues porque nunca he tenido una relación seria, excepto tú. —Me miraba con tanto aprecio que se me iba  a saltar el corazón del pecho.

Se levantó y se sentó en una silla a mi lado. Puso la mano encima de mi muslo y lo acarició con delicadeza para mostrar su afecto. Le cogí la mano y le dije:

—Parecen satisfechos, —dije sonriéndole— parece que están orgullosos de ti.

—Me aprecian y yo les aprecio a ellos. Y cuando sepan quién eres, también te querrán a ti.

Llegó la chica del pelo rosa con un café que le acercó a Nath y el vaso de leche que dejó en frente de mí mientras nos sonreía a ambos y decía:

—Por aquí el café y para ti un vaso de leche. Muchas gracias y que aproveche.

Cuando la chica se fue y nos dejó solos otra vez, vi que Nathaniel se preparaba para hablar de cosas serias. Se había vuelto a sentar en frente de mí y estaba removiendo el café concentrado.

—¿Quieres que hablemos de ... —se quedó en silencio buscando las palabras adecuadas.

—De mi espalda. —Dije.

—Sí. —Vi el alivio en su rostro por no tener que decir unas palabras más duras.


Ardor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora