Capítulo 12.

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Me desperté con dolor de cabeza, como si tuviese resaca. Cerré los ojos para recordar lo que pasó anoche. Nathaniel y yo... Madre mía. Cuánto tiempo llevaba esperando esto. Giré la cabeza para ver a Nathaniel. Ahí estaba, dormido profundamente. Le aparté un mechón de pelo de la cara y le acaricié la mejilla antes de levantarme y coger algo de ropa que me había dejado Rachel. Entré en el baño, la ducha era enorme y me imaginé a Nathaniel junto a mí dentro. Sacudí la cabeza para deshacerme de esos pensamientos.

-¿No has tenido suficiente con lo de ayer? -me dije a mí misma.

Entré en la ducha. El agua tenía la temperatura perfecta y estuve alrededor de quince minutos dejando que el agua recorriese todo mi cuerpo.

Salí, me sequé y me puse la ropa. Un vaquero negro, una camiseta ancha y unas botas. Cuando volví a la habitación Nathaniel seguía dormido. Me tumbé a su lado y observé como su pecho se levantaba con la respiración. Me fijé en que tenía las alas apoyadas sobre la cama y pensé que nunca había tocado las alas de un ángel.

Me levanté con cuidado y rodeé la cama. Me arrodillé a su lado y estuve un rato mirando las alas. Eran preciosas. Toqué las últimas plumas, aquellas que eran de un azul tan oscuro como una noche cerrada. Eran suaves, extraordinariamente agradables al tacto. Era como tocar las nubes. De repente se movió y se giró bruscamente hacia mí. Me separé de inmediato.

-¿Ya estás despierta? Creía que habías acabado más cansada -dijo con una sonrisa.

Me sonrojé y sonreí.

-¿Por qué me estabas tocando las alas? -dijo cambiando drásticamente el tono de voz. Ahora estaba serio.

-Quería saber como eran -dije asustada.

-¿Y?

-Es como tocar una nube -dije recordando la agradable sensación.

-¿Has tocado alguna vez una nube?

Me pilló por sorpresa. ¿Cómo iba a haber tocado una nube?

-No -dije nerviosa-, me refiero a que son muy suaves.

Se rio con una fuerte carcajada.

-Te he entendido, te estaba tomando el pelo.

Le miré enfadada y puse los ojos en blanco.

-Eso sí -dijo serio otra vez-, ni se te ocurra tocar las alas de un ángel que no sea yo.

-¿Por qué? -pregunté intrigada.

-Porque las alas son algo muy importante y muy íntimo. Además son muy sensibles.

Le miré las alas seria y me pregunté si los hoyos de mi espalda tendrían algo que ver.

-Nathaniel.

Levantó la vista hacia mí mientras recogía su ropa.

-Dime.

-¿Qué fue lo que me pasó en aquel armario?

Se puso muy serio.

-¿No podemos hablar de esto en otro momento?

-¿Cuándo? -pregunté impaciente.

Se pasó una mano por el pelo, nervioso y me miró pensativo.

-Espera a que me duche y me cambie, y lo hablamos mientras desayunamos.

-Vale -dije conforme.

Me senté en la cama y me quedé mirando al suelo, pensando porqué se habría puesto tan serio al mencionar el armario.

Noté su mano en mi pelo y levanté la vista. Se acercó a mí y me besó suavemente. Todavía no estaba acostumbrada a esas muestras de cariño y cuando se apartó le miré cautivada. Me sonrió, se dio la vuelta y entró en el baño.

No me podía creer lo que estaba pasando. Estaba con Nath. Parecía estar viviendo un sueño. La conexión que teníamos era increíble, como si fuésemos una sola persona. Me tumbé en la cama mientras esperaba a que Nath saliera del baño y cogí un libro que había en la mesilla.

Era un libro gordo, encuadernado en piel y en la portada ponía: "Curación de un ángel caído."

Lo hojeé un poco y había dibujos de heridas y textos enormes de como curar cada una de ellas. De repente vi un dibujo de una chica con los mismos hoyos en la espalda que yo tenía. Una idea se me pasó por la cabeza.

¿Sería yo un ángel caído?





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