Capítulo 3.

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Tenía que hacer algo, no podía quedarme de brazos cruzados esperando a que alguien viniera a salvarme. Además, yo no estaba por la labor de hacer caso a Daniel.

Me acerqué a la puerta e intenté abrirla pero estaba cerrada con llave. Vale, no podía ser tan fácil. Miré a mi alrededor buscando una salida y me topé con la ventana. Una ventana grande, que daba al mismo bosque blanco que había visto antes. Bajé la vista hacia abajo. Ufff, estaba muy alto.

Entonces me di cuenta que debajo de mi ventana había otra y esta tenía un alféizar lo suficientemente grande para apoyar los pies. Había aproximadamente dos metros de altura de mi ventana a la de abajo. Saqué primero la pierna derecha, me agarré bien y saqué la izquierda. Ahora tenía que girarme y soltarme. Me giré muy despacio y me quedé colgando agarrándome a la ventana solo con las manos. Intenté tocar el alféizar con la punta de los pies, pero no llegaba, me quedaban unos treinta centímetros. Si me soltaba podría perder el equilibrio y caer al suelo con pocas posibilidades de seguir viva y si me quedaba colgando acabaría cansándome y caería también. Lo mejor era soltarme. Cuando había tomado la decisión de saltar noté unas manos agarrándome los tobillos.
–Eh, ¿Qué se supone que estás haciendo? –gritó una voz femenina.
Intenté liberarme de sus manos, tenía que irme de allí, necesitaba respuestas.
–Eh eh, tranquila, sino dejas que te ayude te vas a matar.
–No pienso dejar que me vuelvan a encerrar.
–¿A ti también? –dijo la chica sorprendida–. Déjame ayudarte, tenemos el mismo objetivo, escapar.
Dejé que me cogiera los pies.
–Cuando te diga ya, te sueltas. Yo te agarraré por las rodillas para que no te caigas.
No estaba acostumbrada a confiar en desconocidos, pero no tenía otra opción.
–¿Preparada?
–Sí –dije no del todo convencida.
–Ya –gritó.
Sin pensarlo, me solté. Noté las manos de la chica sujetándome fuertemente las piernas en el momento justo en el que mis pies tocaron el alféizar.
En ese instante me di cuenta de que la chica decía la verdad.
–Ahora agáchate despacio.
El corazón me iba a mil, estaba aterrorizada. Un paso en falso y ¡puf! Una Aria menos en el mundo.
Conseguí agacharme y la chica me dio su mano. Tiró de mi y salté dentro de la habitación.
Respiré hondo y cerré los ojos un segundo para tranquilizarme.
–Gracias –dije mientras recuperaba el aliento.
–De nada –dijo la chica sonriéndome.
Observé la habitación, era idéntica a la "mía"; una cama, un baño y un escritorio. Y como no, de color blanco.
–Bueno –dijo la chica–. ¿Cómo te llamas?
–Aria.
–¿Aria? ¿De dónde viene?
–De Ariadne, puedes llamarme como quieras –dije alegremente. Me caía bien esa chica, hacía que me sintiese cómoda.
–Oh, te llamaré Aria. Yo soy Audrey.
–Encantada. Entonces, ¿por qué estás aquí, Audrey?
–Pues si te digo la verdad no lo se. No me acuerdo de nada de antes de que me trajesen aquí. Y cuando llegué aquí, lo único que me dijeron fue que tenía que ver a Nathaniel...
–¿A Nathaniel? –le interrumpí.
–Sí, ¿le conoces? –preguntó con curiosidad.
–Bueno, sí... –conocerle no le conocía, de hecho solo le había visto una vez, pero algo en él me era familiar–. También me llevaron con él cuando llegué.
–¿Y te acuerdas de algo anterior a eso? –dijo expectante.
–No... –intentaba recordar, pero no podía. Algo bloqueaba mis recuerdos–. ¿Qué te dijo Nathaniel? –le pregunté impaciente.
No entendía por qué todo lo relacionado con ese ángel me resultaba tan interesante.
–Al entrar me observó detenidamente, me dio un repaso de arriba a abajo, pensé: ¡tú tampoco estás nada mal! –dijo riéndose–. Pero cuando abrió la boca, su voz me dejó embelesada. Después me preguntó como me llamaba y le contesté hechizada todavía por su voz. Pero en cuanto le dije mi nombre hizo una mueca de disgusto –me di cuenta que yo no le había dicho mi nombre, ¿cómo sabía como me llamaba?–. Se acercó a mi y me agarró de la barbilla, tengo que reconocer que creí que me iba a besar –volvió a reirse–. No le habría rechazado, pero no lo hizo. Se quedó quieto, decepcionado y le dijo a otro ángel que me preparase para proteger al centro.
–¿Qué es el centro?
–Ni idea, pero lo dijo como si fuera algo muy importante.
De repente oímos unos pasos en el pasillo. Alguien se acercaba a la habitación.

Ardor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora