Capítulo 5

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Estuve un rato acariciándole el pelo, callada, sin saber que decir. No sabía porque lloraba, pero estaba claro que era sincero. Poco a poco se fue calmando.
-No me dejes -susurró-. Otra vez no...
¿Otra vez? Pero si no le conozco cómo he podido dejarle antes. Mis recuerdos. Seguro que tiene algo que ver.
-Nathaniel -levantó la cabeza con los ojos todavía húmedos y la boca entreabierta -no recuerdo nada.
-Yo borré tus recuerdos -dijo serio sin atreverse a mirarme a los ojos.
-¡¿Qué?! -No podía creérmelo- ¡¿Por qué lo has hecho?! -Intentó decir algo pero no le dejé-. No. Ni se te ocurra abrir la boca, no te atrevas. ¿Qué te crees? No soy un juguete. Primero me dices que tengo que liberarme de mi humanidad, que no debo sentirlo, por cierto, no se que es lo que no debo sentir y me estoy empezando a cansar de no tener ni idea de nada. Luego me dices que no debes besarme, pero me besas. Te echas a llorar y ahora me dices que has sido tú quién me ha quitado mis recuerdos. Creo que no puedo confiar en ti. -No había podido aguantarme más y estaba llorando desesperada.
-Ari... -intentó tocarme.
-Ni lo intentes -dije friamente y salí de la habitación.
Pero justo cuando cerré la puerta tras de mí, caí al suelo inundada en lágrimas. No podía dejar de llorar, me costaba respirar.
-Ari -era Nathaniel. Nadie me había llamado así nunca, pero me resultaba muy familiar, como si me hubieran llamado así toda mi vida-. Si te quité los recuerdos fue por que Charles estaba detrás de ti y si él consigue tus recuerdos podría chantajearte y acabar contigo. Si tu mueres, mi ciudad muere. Supondría el gobierno de los caídos.
Quería decirle que me dejase en paz, que me daba igual su ciudad y que quería volver a mi vida anterior, a esa que no recordaba. Pero las lágrimas corrían imparables por mis mejillas y no me permitían hablar.
-Ari, por favor, tranquilízate -se acercó con miedo a mí y me cogió en brazos. Lo hubiera rechazado, pero no tenía fuerzas para ponerme en pie- te voy a llevar a mi habitación, tienes que descansar. Mañana hablaremos de tus recuerdos y de todo lo que quieras saber.
Me llevó otra vez dentro de la habitación con el escritorio y el gran ventanal. Corrió hacia este y atravesó el cristal. Agaché la cabeza y me cubrí con los brazos para protegerme, pero el cristal, en vez de romperse, desapareció. Sobrevoló todo el bosque blanco y fue en dirección a unas grandes montañas nevadas en las que había un gran castillo de cristal que no había visto desde el refugio.
Estar en sus brazos me tranquilizó. Dejé de llorar, lentamente fui cerrando los ojos y me dormí profundamente.
Cuando me desperté estaba en una habitación de ese gran castillo. La pared, el suelo y el techo eran de cristal, pero no se veía nada a través del suelo y techo, solo a través de la pared se podía ver el bosque blanco. En la habitación había una cama de matrimonio de color blanco en la que estaba tumbada, una mesilla de noche de madera blanca también, un sillón de piel negro, un escritorio marrón oscuro de madera y una cortina que colgaba de la pared. Me levanté y me acerqué hacia ella, la corrí y detrás había un arco que conducía a otra habitación. Era de cristal, pero era diferente a la otra, el cristal no dejaba traspasar la luz, por lo que estaba a oscuras. Solo unos pocos rayos del sol conseguían colarse y permitir que andase por la habitación sin chocarme con los muebles. Tenía la sensación de que no debía estar allí y de qué alguien me estaba observando. Aún así, seguí en la habitación y se me ocurrió buscar en los cajones de un armario que había en la pared que tenía en frente. Era un armario gigante, alto y muy ancho. Parecía que la habitación estaba alrededor de él, adorándole. Me pregunté que podía haber allí guardado. Fui hacia el armario indecisa, tenía miedo de lo que podía encontrarme. Agarré el picaporte que tenía grabado un dibujo de unas alas y abrí despacio. No había nada, solo un abismo negro. Sentí un horrible dolor en la espalda que hizo que me convulsionase y cayera al suelo, notaba como corrientes eléctricas recorrían cada parte de mi cuerpo. Un remolino de humo negro que salía del armario me envolvió, me desnudó y sentí que me rajaba la espalda a ambos lados del cuello. Notaba como me arrancaba la piel y desgarraba la carne, noté la sangre resbalando por mi espalda, bajando por mis muslos hasta llegar a mis pies, bajo los que había un charco de sangre. Algo se introdujo fuertemente en las rajas de mi espalda arrancándome un grito ensordecedor. No aguantaría mucho más soportando ese dolor. De repente, el remolino de humo negro se aferró a mis extremidades y las apretó haciéndo que me retorciese de dolor y soltase el último grito antes de desmayarme.

Ardor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora