CAPITULO I

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_ ¿Por qué siempre termino donde mismo?

No era la primera vez que Milena, se hacia esta pregunta.

Tenía diez años cuando llego a vivir a la ciudad, jamás había podido olvidar aquel día, pues vio por primera vez de cerca una estatua. Y que estatua. Media más de dos metros de altura y su complexión era impresionante. Decir que podía arrancarle la cabeza a alguien como si cortara una flor no era mentira o exageración.

Desde aquel día, cada vez que andaba de camino a la escuela, de compras o andando en bicicleta, siempre terminaba a los pies de la imponente estatua. Vivía a pocas cuadras de la plaza, y el colegio también estaba muy cerca, se iba caminando todos los días y siempre pasaba a ver a la estatua antes de irse al colegio o cuando salía de clases.

Incluso la noche que se levantó sonámbula termino a los pies de Titán, ese era el nombre que ella le había dado a la gárgola. Sus padres, la policía y vecinos buscándola, y ella durmiendo profundamente acurrucada a un lado del pedestal.

Seis años después aún seguía llegando a la estatua, era como si la llamara, Milena no podía apartarse de ella. Tanto así que ni siquiera quería salir de la cuidad, no importaba si era para irse de vacaciones con sus padres o a los paseos de curso a fin de año, ella no era capaz de alejarse de la estatua.

_ ¡Para que corres tanto, si te alcanzaremos igual!.

Las risas no se hicieron esperar a esas palabras y Milena decidió que era mejor dejar de pensar en lo rara que era, y correr para perder a esos horribles niños. Por qué no podían molestar a alguien más, porqué tenía que ser siempre a ella más que a otros. Al parecer no les había bastado con el castigo de sus padres hace solo unos días, o el hecho de estar condicional en la escuela por molestar y acosar a otros compañeros.

No entendía porque la perseguían todos los días para quitarle la bufanda, la mochila, sus cuadernos o cualquier cosa que pudieran quitarle, y dejarlas a una altura a la que ella no podía llegar. No puedo dejar que esos niños se sigan saliendo con la suya pensó Milena.

Corrió más a prisa y llego al patio de bodegas y conteiner. El lugar era enorme pero ella lo conocía bien, había sido su lugar de escondite perfecto durante el último año. Corrió hasta cuando estuvo segura que no la veían paso por unas tablas rotas en la esquina de un cerco y gateo hasta llegar a la bodega más grande. Una vez allí subió enseguida al cuarto piso, y a escondidas espió a los niños que andaban buscándola por todos lados. Se rió en señal de triunfo al ver sus caras de molestia por haberla perdido. Milena fue hacia el otro lado, y se sentó en una vieja silla a mirar por la ventana hacia la plaza. Se veía claramente desde aquel lugar la estatua de Titán. Siempre se preguntaba si habrían existido seres así en el pasado, había visto la serie animada de las gárgolas más veces de las que podía recordar, eran sus seres sobrenaturales favoritos.

Cuando por fin vio a los niños irse por otra de las calles que llevan al centro de la ciudad, decidió que ya podía salir de su escondite. Sabía que tendría que decirle a su madre lo que había pasado. Ella llamaría al colegio y luego llamaría a los padres de los hermanos Pastene, al día siguiente vería su cara de pocos amigos en el salón de clases.

Una vez que salió de su escondite se fue caminando a casa lentamente y sin darse cuenta llegó a la plaza y se sentó en el banco de madera frente a la estatua, un bocinazo la trajo a la realidad y cerró los ojos al darse cuenta que había llegado de nuevo donde él. Podía mirarlo por horas, muchas veces se había quedado sentada en el banco de la plaza observándolo como si él fuera a despertar en cualquier momento.

Al ver las llamadas perdidas de su madre se puso de pie y fue a despedirse de la estatua.

_ Nos vemos mañana Titán, que tengas un buen día!

_ ¡si... como no humana... un buen día!"    Pensó irónicamente Titán.

Esa era una de las tantas frases que tenía Titán para las despedidas de Milena. No había un solo día que la muchacha no lo saludara o se despidiera de él. Muchas veces ella deseo que él no estuviera sobre ese pedestal para poder estar más cerca de él y poder tocarlo.

Hace apenas dos días un par de trabajadores de la municipalidad le habían dado un baño. Lo hacían una vez a la semana, pero nunca antes Milena lo había presenciado. Sentía la presencia de la presencia de la muchacha cada vez que estaba cerca de él, o cuando pensaban en él. Sintió el momento exacto cuando Milena llegó a la plaza, y fue consciente de su diversión al ver a los hombres bañarlo. Su elegida había llegado justo en el momento que lo mojaban con una manguera para soltar un poco la mugre que tenía encima, luego con unas enormes esponjas, le quitaron la suciedad de pájaro sobre su cabeza y cara, luego siguieron con el resto de su cuerpo, lo restregaron de pies a cabeza. Lo mismo pasaría con las otras estatuas que había por toda la ciudad.

Cuando los trabajadores terminaron y se marcharon, Milena se acercó a mirarlo más de cerca y le pareció que se veía hermoso. Aquel comentario debería haber ofendido a la gárgola, pero no fue así. Por alguna extraña razón, quería ser agradable a los ojos de la humana, quería que ella lo mirara a él y a nadie más. Su aprobación lo hacía sentirse importante y orgulloso.

Otros seres humanos también lo habían admirado a lo largo de los pasados milenios, hombres de poder y riqueza lo habían tenido entre sus posesiones y lo habían exhibido a otros seres humanos, pero su admiración y halagos jamás habían significado nada para él, su palabras no habían tenido nunca valor para Titán. Solo las palabras de Milena enaltecían su orgullo y lo hacían sentir poderoso. No tenía idea porque ella le afectaba de esa manera, si la muchacha jamás había significado nada para él.


LA MALDICION DE LOS INMORTALES  (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora