CAPITULO IX

48 8 2
                                    

           

_ Hoy es lunes... ¿cierto?

_ ¿No sabes qué día es?

Milena odiaba esa pregunta, pero era cierto, una vez más había olvidado que día era.  Jamás se había recuperado del todo de los disparos sufridos cinco años  atrás. 

Su memoria no había vuelto jamás, y los inexplicables dolores de cabeza tampoco se habían ido, y no importaba cuantos remedios o exámenes le hicieran, Simplemente no tenían explicación.  Sus padres, su abuelo y el resto de su familia le habían contado muchas veces  lo sucedido aquel día pero ella no podía recordar nada. Su amnesia era total a cualquier suceso antes de despertar tres meses después de los disparos. 

Debía dar gracias de solo haber olvidado el día esta vez, y no  donde estaba o con quién.  No sería la primera vez que olvidaba que  estaba estudiando en la Universidad, o quienes eran sus compañeros de carrera.

Ya toda la Universidad sabía de su condición.  Cada vez que tenía un episodio como aquellos, alguno de sus compañeros llamaba a su pololo que estaba en clases en otra aula  y él la sacaba del salón.   Él se quedaba a su lado hasta ella se tranquilizaba y  volvía su memoria.  Otras veces la debía  llevar a casa para que tomara algún calmante y descansara.

Milena estaba harta de no recordar su pasado o de olvidar siempre las cosas.  Todo empeoraba con los medicamentos que diariamente le daban sus padres, pero ellos insistían que eran necesarios para que se mantuviera cuerda y no olvidara más de sus  ya escasos recuerdos.  La medicación la tenía constantemente aturdida y le costaba muchísimo concentrarse en clases.  Estaba siempre cansada y sin ánimo de nada. Ella sabía que no debía seguir tomando esas pastillas pero le costaba mucho  desviar la atención que sus padres tenían sobre ella. No dejaban de mirarla,  hasta que ella se tomaba las pastillas cuando bajaba a tomar desayuno.

Milena sabía que algo andaba mal en su cabeza, y que no tenía nada que ver con el accidente sufrido años atrás.  Los médicos le explicaron una infinidad de veces, que el duro golpe que le habían dado en la cabeza los delincuentes, le había provocado amnesia.  El médico de cabecera de la familia, constantemente la sometía a exámenes  y chequeos generales.  La salud de Milena  era perfecta, lo único que la aquejaba era su falta de  memoria.  Más de una vez  le recomendó empezar desde cero, y no tratar de recordar lo que había olvidado.    Milena había sentido algo extraño ante esas palabras.  Desde aquel día sentía un vacío en su corazón que nadie podía llenar.

A pesar de todo lo que le sucedía, su pololo y  futuro marido jamás  la había abandonado, y no importaba cuantas veces Milena le dijera que no recordaba nada de él, ni de ninguno de los momentos que él le contaba, para tratar de  hacerla recordar algo.  Él seguía llegando a ella todos los días, y siempre con algún regalo, una invitación, flores o cualquier cosa de ese tipo.   Ella las agradecía y apreciaba sus amables gestos, pero no lo amaba y estaba cada día más segura que jamás lo amaría.  No sentía nada de atracción hacia  con su pololo.  Y  cuando viajaban  a la mansión de su abuelo,  sentía un rechazo total hacia el que sería en poco tiempo su esposo.  No tenía explicación para esto, pero cuando estaba allí, quería  estar lo más lejos que pudiera de él.

Por más que había  tratado, no podía llegar a su mente ni un solo recuerdo de Franco Pastene,  a quien se suponía ella  amaba con locura.   Eso le había dicho  su familia siempre.  Se suponía que ella y Franco se conocían desde pequeños, que él la había cuidado  siempre  y así había sido como se habían enamorado el uno de otro.  Desde entonces  eran inseparables, según decían todos.  Y hasta antes del accidente todo iba bien entre ellos.  

Nada de esto tenía sentido para  Milena o le era familiar.

Cumpliría veintidós años  en poco tiempo,  era muy joven,  no entendía porque su familia insistía tanto con que debía casarse.   Se sentía obligada por sus padres y su abuelo,  a una relación que ella no quería, y no importaba lo encantador que Franco fuera con ella, o la paciencia infinita que le tenía.    

El   jamás la había tratado mal, y  la había acompañado cada día que ella estuvo en el hospital después de los disparos.  Siempre había tratado de consentirla en todo y era muy romántico.  Milena recordaba solo  cosas buenas de él. Sin embargo,  había algo que hacía que ella no se sintiera cómoda estando cerca de él.

Cuando   se daba el tiempo para considerarlo, se daba cuenta que con los años las cosas parecían haber mejorado algo,  pero estaba segura que  jamás sería feliz al lado de Franco Pastene.   Su madre lo adoraba,  al igual que el resto de la familia, solo a su padre parecía no agradarla mucho.

Sus compañeras de Universidad, casi se lo comían con los ojos cuando él  estaba cerca de ellas, pero curiosamente a  Milena  le daba exactamente lo mismo, estaba  muy segura que si una de ellas se arrojara a sus brazos, ella feliz le cargaría las cosas con tal que lo apartara de su lado.    Si  él la engañara, ella hasta le aplaudiría y lo alentaría a seguir.  No sentía conexión alguna con Franco Pastene, y que decir de sus tres hermanos menores.  Cada vez que se juntaban los fines de semana, ya fuera  para algún almuerzo entre las dos familias o cualquier actividad en conjunto, a Milena se le ponía la piel de gallina,  cuando esos muchachos se acercaban a ella.  Les tenía una repulsión absoluta  y no tenía idea por qué.    

Una vez más no contesto  absolutamente nada en su prueba.   Muerta de vergüenza entregó su hoja en blanco y  salió del salón con la cabeza  gacha. Agradeció no tener compañía para irse a casa ese día.    Se sentía ahogada por su familia, sus amigas, sus obligaciones y todo lo que se venía para ella en el futuro.  Sabía que no quería la vida que su familia planeaba por ella,   tenía la seguridad de  que su destino era otro, y sería verdaderamente  con él.

Antes de subir a su auto,tuvo otra de esas horribles puntadas en la cabeza. Las había tenido muchas veces a lo largo de los años, sentía como si le enterraran agujas en la  cabeza, una y otra vez y cada una más dolorosa que la anterior. Solo quería alejarse de todos en esos momentos, no quería a nadie cerca de ella.

Cuando el dolor desapareció tan rápido como llegó, se subió a su auto y salió de la universidad enseguida.

LA MALDICION DE LOS INMORTALES  (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora