CAPITULO II

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 Titán había descubierto seis años atrás que la elegida para quitar la maldición estaba cerca de él, no supo en ese momento quien era, pero estaba seguro que había llegado con la intensión de liberarlo. Era la primera vez en más de cinco mil años que una de ellas estaba tan cerca de él, Había estado seguro que aquello significaba que en solo cuestión de horas estaría libre, y listo para desatar su ira contra los seres humanos. Se juró enseñarles que no eran nada en comparación a él. Estuvo eufórico en un primer momento y no dejaba de hacer planes, acerca de que sería lo primero que haría cuando fuera libare, sin embargo los días fueron pasando y su elegida no llegaba a él.

Todas sus esperanzas e ilusiones de libertad, desaparecieron cuando descubrió quien era su elegida, ella no era más que una mocosa, una niña. Que más encima pertenecía a la familia de la orden de cazadores creados por Gabriel. Los miembros de esta orden secreta, eran los encargados de impedir que las descendientes de Lilith despertaran a los inmortales malditos.

El día que Titán supo que Milena era su elegida, grito y maldijo en su mente hasta que no dio más. No podía imaginar como una débil e insignificante humana fuera a sacarlo de allí. Mucho menos cómo podría enseñarle a vivir en aquel mundo. Era apenas una muchacha, conocía el mundo menos que él, y él ya tenía más de cinco mil años. Lo habían trasladado de un lugar a otro tantas veces a lo largo de los milenios, que ya había perdido la cuenta. Solo unos cuantos lugares los recordaba con detalle, tristemente eran aquellos en los que lo había pasado realmente mal. Hubo muchas veces en las que consideró seriamente que se merecía todo lo que le estaba pasando, pero después recordaba que no había pedido existir. Él no había masacrado a todo lo que se le pusiera en frente por el simple gusto de hacerlo. Habían sido los seres humanos quienes lo habían gobernado a él y a los otros. Y esos mismos seres humanos, habían dado las órdenes que ellos se habían visto obligados a cumplir, pues el mismísimo Lucifer estaba apoyando a sus amos.

Titán estaba seguro, que no había nada que esa humana común y corriente, le pudiera enseñar para no cometer alguna barbaridad, o hacer algo que lo volviera a convertir en una estatua. Suspiraba de frustración más veces de las que podía contar, y rabiaba consigo por la impotencia que sentía.

Tanto tiempo esperando para que llegara su elegida y ella era algo totalmente diferente a lo que él imaginó. Durante los primeros años pensó que sería una guerrera como él, pero no fue así y el tiempo siguió pasando, los años se convirtieron en décadas, luego en cientos de años, finalmente milenios.

Cada vez que pensaba en cómo sería su elegida se imaginaba a una mujer grande, fuerte, una hembra fiera y letal, digna de él y su pueblo. Pero una niña. Sobre todo esa niña, seguramente era una burla del destino, si es que existía tal cosa.

Que iba a hacer si la muchacha lo despertaba aun siendo aún tan joven. Acaso tendría que llevarla a la escuela, ayudar a sus padres cazadores a educarla, entrenarla para que fuera la guerrera que él quería como compañera. ¿Acaso ella lo haría su esclavo, o les daría control a sus padres sobre él?

Por primera vez Titán no tenía idea que esperar del futuro. No sabía si su indecisión era por Milena o por cómo podría él, una criatura milenaria adaptarse al mundo moderno. Como viviría en este nuevo mundo. Podría el resto de su especie adaptarse, o el resto de las otras especies, que pasaría si no lo hacían. Volverían a ser maldecidos, volverían a ser esclavos.

Titán tenía dudas de todo, jamás se había sentido así antes. Llego a considerar que dejar de ser una estatua podría ser un error. Se dijo varias veces que en este tiempo no era tan mala su situación, lo bañaban y enjabonaban una vez al mes y no estaba a la altura de las personas gracias al pedestal en el que lo habían puesto. Todo aquello era claramente una mejoría a su condición. Aunque lo dejaba a buena altura para las aves. Se estremecía internamente de solo pensar en lo que habían sido para él los milenios pasados.

Ser una estatua no era tan malo, puesto que jamás sentía hambre, por lo tanto no tenía que cazar su sustento, ni defenderlo de quienes trataran de quitárselo. Tampoco se cansaba aunque si dormía. Tenía conocimiento de todo lo que pasaba su alrededor pero nadie reparaba en él. Ni nadie lo atacaba desde ningún flanco. Tampoco era el juguete de seres humanos egoístas y hambrientos de poder y gloria.

Había sido otra maldición haberse visto obligado a obedecer a los seres humanos y haber tenido que ordenar a su pueblo obedecerles también.
Al menos como estatua, él y todos los suyos estaban descansando de la esclavitud. No tenía idea como había sido la vida de las otras gárgolas, solo esperaba que hubiera sido mejor que la suya.

A lo largo de los años se enteró de un sin fin de cosas, entre ellas, que existía una orden creada por el mismísimo Arcángel Gabriel, para no permitir que ellos alguna fueran liberados de la maldición. Durante cinco mil años esta orden se había encargado que las descendientes de Lili jamás estuvieran cerca de una estatua, ni tuvieran conocimiento alguno de los inmortales o lo que las unía a ellos. Cada vez que una elegida moría Titán lo sentía, pero también sentía casi en el mismo instante el nacimiento de otra. Y sus esperanzas surgían de nuevo, solo para sentirla morir y volver a nacer en el mismo instante. No tenía idea cómo funcionaba el asunto. Y lo cierto es que no le importaba con tal que siguiera naciendo elegida para él.

Había aprendido diferentes idiomas, culturas y costumbres. Ninguna le parecía interesante, pero al menos se sentía algo más preparado para el día cuando dejara de ser una estatua.

No sabía que haría primero.

Lo único que tenía claro, es que despreciaba a la raza humana tanto como el día en que fue maldecido. Pero por sobre todas las cosas y seres que habitaban la tierra, odiaba a las aves con una furia salvaje. No había un solo pájaro que cuando se posaba en él, no lo cagara. Llegó a estar treinta largos años cubierto de suciedad de pájaro. Nadie lo limpio ni una sola vez. Ni siquiera la lluvia fue suficiente para quitar la mugre que tenía encima. Casi rogó por volver a lo alto de la torre en la que un sin fin de rayos le dieron unas sacudidas horribles durante interminables inviernos. Estuvo poco más de cien años en aquel lugar, luego fue vendido a un cementerio privado junto a otras cuatro estatuas, tres eran simple piedra, pero estaba seguro que la otra era Balac, el líder de los demonios. Aquel era un desgraciado muy poderoso y no se habían llevado siempre bien. Ninguna de las cuatro razas se llevaban muy bien, habían sido siempre enemigas, pero se habían visto obligadas a trabajar juntas por orden de los seres humanos.








LA MALDICION DE LOS INMORTALES  (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora