8. Café mañanero

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Habían pasado tres meses desde que Gerard había aparecido en la vida de Frank, y a partir de ahí, sin saberlo habían creado una rutina. La cual consistía en que todas las mañanas el pelinegro se levantaba temprano para hacer café, sólo para recibir una linda sonrisa en forma de agradecimiento por parte del ojiverde.

Café en las mañanas, era lo que hacía que todo lo malo saliera del corazón de Frank. Aunque también pasaba sólo con ver a Gerard. Olvidando lo solitario y aburrido que era antes, cada taza llena de aquél líquido oscuro representaba un momento único y especial que ambos formaban con el tiempo.

A pesar de la inocencia de Gerard, algo en su cabeza le hacía sentir una preocupación muy grande como si todo se fuera a esfumar de la noche a la mañana, tal como el humo del cigarro. Efímero, sin futuro alguno.

Pero de eso se trata la vida, de un momento basado en felicidad aunque no sea sempiterna. Aunque todo pueda tener un fin y éste terminé siendo trágico, entonces eso nos describiría, nos daría las lecciones. Lo trágico, lo triste, lo poco que puedes rescatar de lo malo y convertirlo en bueno, en alegría o al menos en algo por aprender, es lo que describe el camino que nos lleva hasta la muerte.

Las sonrisas eran sinceras, las miradas y los besos en las noches, acompañados de pequeñas caricias dulzonas. Los abrazos que compartían inconscientes, mientras dormían en la misma cama, la piel cálida rosando y los pensamientos incoherentes, los sueños de seguir juntos también lo eran.

El corazón del alienígena dolía, pero regalaba sonrisas cálidas y tal vez si Frank hubiera notado ese hilo gris, causado por la tristeza habría podido hacer algo. Impedir lo que un día lejano pasaría, pero la nube color rosa le impedía pensar con claridad y los besos de Gerard eran como pequeñas marcas que su alma recibía, que al final dejarían cicatrices.

Pero eran cicatrices de las buenas, de las puras como aquellas que tenía en las rodillas y a pesar de que significaban dolor físico, él las recordaba con cierta gracia; porque eran representantes de su infancia. Así ese pequeño ser pelirrojo representaba el amor de su vida, sin saberlo.

Ambos se miraban como si se tratara de revelar algún secreto universal, las manos posadas a un lado de sus tazas y las curvas de los labios hacía arriba.

— Después del trabajo iremos a un lugar muy especial —aclaró Frank, mientras tomaba la mano de Gerard.

— ¿A dónde? —se aventuró a preguntar.

— Es sorpresa, antes solía visitarlo diario.

El extranjero sonrió y después asintió con la cabeza, después de tanto tiempo se había acostumbrado a estar solo por ocho horas. Incluso había aprendido a usar la televisión, el radio y el reproductor de vinilos, así que no se aburría tanto. Aquella planta que Frank le había traído, ya tenía botones de colores que en cualquier momento se convertirían en flores, todo eso se debía al esmero del ojiverde.

Después de un beso en la frente, Frank salió por la puerta dejando a su amante solitario, como lo había hecho anteriormente. Bajó por la escalera y se encaminó a su trabajo, si alguien lo hubiera visto en ese entonces habría jurado que era un impostor el antiguo Frank no sonreía, el actual sí.

Pero cada una de esas sonrisas  significaba tragedia, lágrimas y dolor.

El día pasó rápido, Jamia, la mejor amiga del humano le había entrevistado del porque su felicidad tan extrema. Mientras Gerard se dedicó a mirar por la ventana, admirando los grandes rascacielos y las gotas de agua que caían del cielo gris. Y es que todo lucía tan extraño a comparación de su mundo, aquí todo tenía sabor, color, olor... Había sentimientos y buenas personas, como Frank.

Hesitant AlienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora