10. Solitario

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El cielo era rojo, tenía nubes grises cargadas de agua y una tormenta de rayos se podía apreciar a lo lejos de la ciudad. Frank y Gerard se habían dirigido a su habitación, ambos con una sonrisa de oreja a oreja, cómplices de una travesura muy grande en contra del universo.

Rompiendo una de las reglas más grande, aquella que merecía un castigo divino.

La cama antes había sido demasiado amplia para Frank, cuando era un humano solitario y ermitaño, e incluso el apartamento que antes le había parecido considerable, ahora era demasiado pequeño. Varias veces se había dedicado a pensar en rentar uno más grande y con una vista más hermosa, para sentarse a contemplarla junto con Gerard, mientras ambos sostenían en sus manos una taza de café endulzado con azúcar de caña.

Las mañanas eran flojas pero cuando el extraterrestre invadió su vida, se volvieron lo mejor que le había pasado en toda su existencia y desde aquello, no podía concibir una vida sin su cabello rojo y sus preguntas tan frecuentes.

Frank antes había deseado algo de acción en su vida, algo que lo hiciera diferente y eso ya había llegado, llevaba durmiendo con él exactamente 190 noches.

Extendió su brazo en busca del cuerpo del alien y al no encontrarlo, abrió los ojos. Sonriente, recordando que hacía unas horas había hecho el amor con él, había sido como la noche que el sol conoció a la luna, haciendo un eclipse total en el cielo, dejando asombrados a todos sus expectantes con tanta belleza.

Se levantó de la cama y comenzó buscando por el baño, pero no había nadie ahí así que supuso, se encontraba en el ventanal admirando la ciudad, como lo hacía cada que no podía conciliar el sueño. Un amargo sabor de boca apareció cuando no lo encontró allí, por alguna razón tenía el presentimiento de que no lo encontraría de nuevo.

- ¿Gerard? -insistió, aunque sabía que no recibiría respuesta algo en su pequeño y frágil corazón aún mantenía la esperanza, como si de la nada la luz de la luna se asomara por la tormenta- ¿Gerard, dónde estás?

Desesperado buscó en la cocina, en el estudio donde guardaban sus vinilos pero no lo encontró, en el sofá rojo mucho menos estaba. Piso la tela suave de la camisa que él mismo había tirado al piso, pequeños riachuelos comenzaron a salir por sus orbes miel.

- ¡Gerard, por favor! -rogó al cielo que su vocecita le contestará, pero no pasó.

La ansiedad incrementó cuando notó que la puerta del departamento estaba abierta, así que sin pensarlo dos veces salió corriendo en ropa interior gritando el nombre del desaparecido. Pero no recibió más que gritos de sus vecinos, que pedían silencio y que se callase, no le importó salir del edificio y sentirse descubierto.

Recorrió las calles cercanas con desesperación, no podía hacer nada si no lo encontraba por si mismo. No era como si pudiera ir a la policía y decirle que su amante alien había desaparecido.

Se sentía tan abandonado, solitario de nuevo y con el corazón más roto que nunca. Tal vez Gerard se había hartado de su humor de mierda y por consecuente, lo había dejado en su pequeño apartamento de mierda, con su antigua vida de mierda y sus problemas de mierda.

Se sentía mierda, tal vez ni había sido suficiente para el extraterrestre. Tal vez el pelirrojo pedía algo mejor que Frank, algo que lo hiciera más feliz que el café que el avellana podía ofrecerle por las mañanas.

Los recuerdos corrieron por su cabeza, tal como en las películas y las promesas se rompieron. Se suponía que habían jurado un por siempre, pasará lo que tuviera que pasar.

Regresó con las manos vacías a su hogar, temblando del frío o tal vez de tristeza. Las lágrimas aún no cesaban, pero eso no importaba más porque necesitaba sacar todo el dolor que su alma contenía, porque las cicatrices se habían hecho notar y los malditos momentos felices se rompieron.

Cerró la puerta y lo intentó por última vez, proclamando su nombre demasiadas veces que no pudo contarlas. Mientras se tiraba en el sillón que daba al gran ventanal, la plantita estaba ahí, verde y reluciente, llena de vida.

Un dolor de cabeza lo atacó, y como respuesta azotó todo lo que se encontraba a su paso, los jarrones que contenían flores que ellos mismos habían cosechado, se acercó a la ventana y tomó la planta, para después tirarla al piso y maldecir el nombre de Gerard.

Sin saber que éste no era el culpable, que él no había querido irse con los suyos pero si no hacía, la vida de su amado humano correría peligro. Entonces accedió a irse, sin más, sin despedirse de aquel hombrecito que le había brindado tanta felicidad.

- Gerard... -se quejó, mientras veía la tormenta acercarse.

Las personas cambian cuando pierden su corazón, es como un castigo del cielo o tal vez estaba en su propio infierno. Tal vez era su manera de arder por todos los pecados que había cometido anteriormente, nadie sabía que alguien a quién amó, lo abandonó.

- Pero no importa, estaré bien -se susurró así mismo- tengo tiempo de arder.

Y sin más llanto recogió la pequeña plantita que le había regalado a Gerard a principios de su amorío, no lo volvería a hacer, no podía arreglárselas él solo. El dolor no podía ser más, odiaba la manera en como su pecho ardía y en como sus ojos se habían vuelto llorosos.

Odiaba haberse enamorado de algo tan efímero y nada sempiterno, no era como él se lo había planteado, no habría más noches de dulces caricias ni atardeceres con música. Tampoco habría mañanas con café y mucho menos con panqueques.

Depositó la pequeña enredadera en un plato, después encontraría un lugar más adecuado para ubicarla. Al final de todo, era el único recuerdo que le quedaba. También el dolor era participe de aquello y su alma rota y desquebrajada, esa que pedía ser curada y amada de nuevo.

¿Cómo se supone que debes de continuar cuando tu motivo de vida se ha marchado?

- Pero no importa, maldita sea -agredió al aire, llevó sus manos al cabello negro que antes había estado peinado- No importa, no importa, voy a estar bien.

Él mismo trataba de convencerse de que las cicatrices no estaban ahí, sangrando y doliendo. Pero había una manera de lidiar con eso y pronto la averiguaria.

[...]

Habían pasado quince días, sus ojos eran reflejo de su alma y las ojeras violáceas también. Estaba roto, descompuesto y sin esperanza, desde aquél acontecimiento había tomado la rutina de caminar hasta el cementerio, usando la excusa de hablar con Cherrie pero era mentira, una farsa como la sonrisa que le planteaba a Jamia en su trabajo.

Siempre se dirigía colina abajo con la vaga esperanza de volver a encontrar esos ojos verdes, sentándose en el verde césped bien cortado y mirando hacía el cielo. Tal vez algo que le indicará que Gerard lo observaba desde lejos, una maldita señal.

Pero nada, incluso las estrellas habían perdido brillo y el cielo se había moteado de nubes grisáceas y cargadas de triste llovizna. Todo estaba mal, el dolor no paga bien y se desvanece con el tiempo, así como lo hacemos todo.

La persona que había amado más en todo el mundo lo abandonó. O el alien, eso no importaba porque el corazón de Frank sólo dolía sin sentido alguno. Estaba solitario de nuevo, fingiendo calma y pretendiendo que jamás lo lastimaron, divirtiéndose con las lágrimas y las heridas que estaban dentro de él.

N/A: bueno, como ando inspirada pues subí este que ya es el último que subo este mes, creo. No lo sé.
Espero que les guste o kcio, no me odien ya.

Hesitant AlienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora