Él

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Nos hicimos muy buenos amigos.
Descubrimos que vivíamos muy cerca uno del otro, así que con ese pretexto la acompañaba a su casa después de clases; cada vez que queríamos vernos nos pusimos como punto de encuentro un bonito parquecito siempre verde en donde solo habitaban un conjunto de columpios y un loquito que si no nos proponía asociarnos al partido comunista de liberación mundial, nos ofrecía las mismas rosas una y otra vez.
En unas cuantas semanas ya conocíamos todo de nuestras vidas, pasábamos horas hablando por celular, podíamos hablar de cualquier cosa: música, libros, películas, deseos y amores imposibles. Me encantaba que hiciéramos planes para los fines de semana, a cualquier lugar. Visitamos juntos todos los museos que se pueden visitar en Puebla, nos comprábamos helados o palomitas y paseábamos por los sapos curioseando y comprándonos chucherías.
En el cumpleaños de una de sus mejores amigas, Lety me invitó. Yo estaba sumamente nervioso pues irían también sus padres. Trate de comportarme de lo más natural.
Conocer a su padre fue la cosa más rara pero agradable del mundo, primero hablamos de nuestras preferencias, y ya situados en el campo comenzamos a charlar los tres sobre la influencia de Sibelius en la música de Béla Bartók, sobre los últimos años de Chopin, y la redundante genialidad de Tchaikovski; Sobre sus años mozos como violinista y mi recién inaugurada carrera como chelista. Sobre la amistad que tenía con su hija y de como ella no paraba de hablar de mi en su casa. Vi inmediatamente que cuando empezamos a hablar de eso Leticia se ruborizo como tomate y comenzó a reclamarle a su padre entre risas y miradas cómplices. Fue un brillante día de principios de Diciembre.

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