Ella

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Estábamos por segunda vez en el día dormidos, uno junto al otro. La vida se me antojaba más hermosa que antes, reformulada. Soñé que las cosas serían infinitas, que razones me sobraban para pretender que moriríamos juntos, ya viejos. Lo miraba y lo miraba, pensando que era lo más lindo que había visto. Lloré discretamente, agradeciendo a quien se tenga que agradecer el tener alguien a quien amar de esa manera.
Pasaron cortas las horas, mirando al techo, hablando con él de cosas que no se cuentan a nadie más; asimilando quién era ahora y lo mucho que me gustaba.
De momento recordé que mis padres volverían y se lo dije. Se asustó un poco y también con la idea de que le regañarían en su casa por volver tan tarde, pues ya pasaban de las diez de la noche. Nos vestimos entre sonrisas y miradas que prometían muchas cosas.

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