Capítulo I

2.2K 116 34
                                    

Cande. Candela Andrew.
Terry repetía ese nombre, intentando ponerle cara, pero no lo conseguía. La Cande que había conocido era sólo una adolescente como las demás. O, al menos, eso creía. No podía recordar su aspecto, ni siquiera el color de su pelo. Lo que sí podía recordar era la mutua antipatía.
-¿Qué demonios te pasa? -oyó una voz a su espalda.
Anthony, que compartía el caro apartamento londinense de Terry, apareció en la cocina después de la ducha, mostrando en su rostro las huellas de la noche anterior.
Tenía veintiocho años, los ojos alegres, la cara de un ángel y más encanto del que le hacía falta-. Ah, una carta de la dama -rió, viendo a su amigo con una carta escrita en papel azul y un sobre a juego-. La dama cruel, cuya belleza...
-Es de mi cuñada -lo interrumpió Terry, molesto.
-Pues eso. Susana, la que te volvió loco cuando tenías veinticuatro años y después decidió que prefería a tu hermano. Una chica lista.
-Corta el rollo -gruñó Terry.
-Te comprendo -dijo Anthony con solemnidad-. Después de cinco años, sigues teniendo cicatrices.
-¿Qué bebiste anoche?
-No me acuerdo. Pero fue una fiesta estupenda.
-Lo sé. Podía oírlo todo a través del techo.
El apartamento de arriba estaba ocupado por un grupo de alegres jovencitas, la mayoría de ellas azafatas y alguna modelo. En las raras ocasiones en las que estaban todas en casa, organizaban fiestas hasta la madrugada para celebrarlo.
-Deberías haber subido -dijo Anthony, sonriendo ante algún recuerdo sin duda
inolvidable.
-Tenía trabajo.
-Tú siempre tienes trabajo cuando hay alguna fiesta. ¿Por qué te relajas un poco? No se va a caer el cielo porque no termines un informe financiero.
-Ahora no estoy haciendo informes. Dos de mis mejores clientes van a unirse y estoy intentando ayudarles a hacerlo con la menor cantidad posible de problemas. Pero todos los que ellos no tengan, los voy a tener yo. Me relajaré cuando haya terminado.
-No te creo. Cuando hayas terminado con ese, tendrás otro asunto. No me
eches la culpa si te da un ataque al corazón antes de cumplir los cincuenta. ¿Por qué miras esa carta con tan mala cara? ¿Qué problema tienes?
-Tú. ¿Cómo voy a traer a una niña inocente a esta casa, estando tú en ella?
-No te entiendo.
-La hermana pequeña de Susana, Cande, va a venir a Londres y se supone que yo debo cuidar de ella -contestó, irritado. Anthony soltó una carcajada-. No tiene gracia...
-Sí la tiene -siguió riendo su amigo-.Pobre niña. Se va a encontrar con un sargento.
-Si con eso quieres decir que soy un hombre serio y no me dedico a perder el tiempo con azafatas y camareras...
-Modelos, perdona. Siempre ha habido clases. Terry, eres demasiado joven para ser tan serio. Tienes veintinueve años y parece que vas a cumplir cuarenta. ¡Pero si no te quitas la corbata ni para ir al cine!
-Soy asesor financiero y se supone que tengo que llevar corbata. No todo el
mundo puede ir en vaqueros -dijo él, muy serio. La sonrisa de Anthony resaltaba sus rasgos juveniles. Por el contrario, Terry tenía facciones angulosas y unos ojos azules oscuros
e intensos. En su mirada se podía adivinar que se lo tomaba todo muy en serio, incluso a sí mismo-. Susana quiere que sea su «ángel guardián»-explicó, mirando al techo.
-¿Cuántos años tiene esa Cande?
-No sé, unos diecisiete.
-Ya.
-Ese «ya» me da escalofríos. Cande es intocable, ¿te enteras?
-¿Qué significa eso?
-Que no le pongas tus sucias manos encima.
-Por supuesto que no. Pero te noto muy tenso.
Aquello era lo que Anthony le decía constantemente: «Estás muy tenso, Terry», «Tienes que relajarte». Pero él hacía oídos sordos.

Terry había crecido a la sombra de su hermano mayor, Albert, un hombre muy
atractivo con una perenne sonrisa en los labios y una aversión natural a la lectura. Era un deportista, destinado a ser una estrella de fútbol y muy popular en el instituto. Terry era el «listo» de la casa y se había pasado noches en vela estudiando para aprobar los exámenes porque era en lo único que podía aventajar a su hermano.
Terry había conseguido becas, mientras Albert se llevaba a las chicas de calle.
Terry era el primero de la clase, pero Albert despertaba admiración por donde iba. Cuando se hizo mayor, sin embargo, Terry se convirtió en un hombre atractivo, aunque él era inconsciente de ello. Era alto, con un cuerpo delgado y fibroso y se movía con una gracia natural. Sus facciones, agraciadas y serias, se iluminaban cada
vez que sonreía, algo que no ocurría muy a menudo.Había tenido novias, pero sus relaciones casi nunca duraban. Era demasiado serio para su edad y ellas lo dejaban por chicos más alegres. Eso nunca le había pasado a su espléndido hermano, que atraía a las mujeres como la miel a las moscas.
Terry no odiaba a Albert, porque nadie podía odiarlo. Pero le irritaba. Su carrera en el fútbol no había llegado a ninguna parte y había terminado
abriendo una tienda de deportes en Delford. Terry se había marchado a Londres y había tenido éxito en el mundo financiero, pero seguía conservando las costumbres de su infancia. Siempre había un examen más, un informe más, antes de poder
divertirse.
Le iba muy bien en el trabajo y había celebrado su último ascenso comprándose un elegante apartamento sobre el Támesis. A la fiesta de inauguración habían acudido nombres conocidos del mundo de las finanzas y gente a la que nunca había visto. Uno de ellos se había quedado dormido detrás del sofá y Terry lo había
encontrado a la mañana siguiente. De ese modo había conocido a Anthony.
Anthony era un genio de los ordenadores, pero tenía alma de vagabundo y prefería vivir en casa de sus amigos que echar raíces en la suya propia. Terry había pensado que el alquiler sería una ayuda para pagar la hipoteca.
Había ocurrido un año antes y seguían viviendo juntos. Se volvían loco el uno
al otro, pero ninguno de los dos quería romper el trato. Eran como la noche y el día; uno, todo gravedad, el otro todo alegría y encanto. A ninguno le gustaba la forma de vivir del otro, pero habían entablado una estrecha amistad.

CANDELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora