CAPÍTULO IV

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El dueño de casa y su gran y adorada Paty, estaban reunidos en la cocina mientras esperaban a su invitada y compañero de piso.

—Vas a derretir el reloj, si sigues mirándolo tanto —observó Paty.

—Son casi las dos de la mañana —dijo Terry.

—Lo sé.

—Y aún no han llegado.

—Tú has llegado hace veinte minutos —apuntó ella.

—Eso es diferente. No me gusta que salga con Antony.

—Cande es joven y ésta es su primera visita a Londres.

—Y ha salido tres veces la semana pasada —recordó irritado.

—Pero no con Antony.

—No. Primero con un fotógrafo que quería hacerle un reportaje y después con un tipo raro que entrenaba ratones. ¡Y Cande quería que yo le buscará patrocinadores! ¿Te lo puedes creer?

—¿Viste la cara de Cande cuando se dio cuenta de que solo estaba con ella para llegar hasta ti? —rió Paty.

—Se puso hecha una furia —sonrió Terry—. No creo que ese tipo vuelva por aquí, pero tampoco creo que ella le eche de menos. Después, con ese Archie, el bailarín, para hacer planes. A mí no me gusta nada, pero Cande dice que forman una pareja divina. ¡Y ahora una cita con Antony!

—La verdad es que la chica sabe cómo divertirse, ¿no crees?

—Sabe cómo hacer que me salgan canas, desde luego.

—Terry, si no te gustan los hombres con los que sale, deberías salir tú con ella.

—¿Cómo iba a explicarle eso a Karen? Bueno, quizá podríamos salir los tres juntos...

—No, si quieres acabar vivo —advirtió Paty.

—Tienes razón.

Terry fue a su habitación para quitarse la chaqueta y, cuando volvió al salón, Paty le puso en la mano una taza de cacao caliente.

—Cálmate de una vez —dijo Paty.

—Estoy calmado —protestó él—. ¿Por qué no iba a estarlo? Cande puede cuidar de sí misma.

—Lo sé. Es una chica muy decidida.

—Si con eso quieres decir que sabe cómo hacer que los demás hagan lo que ella dice, estoy de acuerdo.

—¡Terry! ¿No lo dirás porque me he tomado un día libre para ir con ella de compras? Era lo mínimo que podía hacer después del desastre que organizó Clean.

—¡Y encima eso! Ese gato odia a todo el mundo y, de repente, aparece esa pequeña pecosa y la adora.

—Todo el mundo adora a Cande, menos tú. Te estás volviendo un viejo cascarrabias —advirtió Paty. Antes de que él pudiera contestar, oyeron risas en la puerta—. Ya están aquí —añadió. Las risas fueron seguidas de un largo silencio y la imaginación de Terry empezó a crear imágenes turbadoras. Obviamente, su querido amigo la estaba besando y Cande, la pobre, había caído en sus garras.

El silencio se alargaba y Terry apretaba los puños sin darse cuenta.

—Cuando entren, no dejes que vean lo alterado que estás.

—No estoy alterado —replicó él.

Por fin oyeron el ruido de la puerta y unos murmullos mezclados con risitas cómplices. Después, más silencio y un gemido.

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