A la mañana siguiente, Terry se preguntaba cómo iba a enfrentarse con Cande. ¿Se habría dado cuenta ella del beso? Pero la desalmada criatura se había levantado antes que él y estaba en la cocina tomando tostadas con mantequilla como si le fuera la vida en ello.
— ¿Cómo puedes comer de esa forma y no engordar?
—Hago mucho ejercicio —contestó ella alegremente—. No estoy todo el día sentada detrás de una mesa, como otros que yo sé.
—Si te refieres a mí, no es verdad.
—Bueno, tienes razón. A veces te levantas para sentarte en el coche.—se burló.
—Puede que te interese saber que mi compañía aconseja a sus empleados que se mantengan en forma y, para ello, han instalado un gimnasio.
—Pareces un panfleto publicitario. Además, ¿cuándo fue la última vez que fuiste a ese gimnasio?
—Eso da igual.
—No da igual. Tener un gimnasio en la empresa no vale de nada si no vas por allí. ¿No lo sabías?
— ¿Te vas? —preguntó él con frialdad, ignorando la puya.
—Sí, ahora mismo —contestó ella, tomando su bolsa de deporte, antes de salir de la cocina silbando.
Terry se quedó allí, preguntándose cómo podía haber sentido ternura por aquella loca la noche anterior. No era más que un grano en..., pensaba.
El día había empezado mal y había continuado peor.
Cuando salió del apartamento, se encontró compartiendo ascensor con Elisa, la vecina del piso de arriba.
—¿Te molestamos mucho anoche? —preguntó.
—En absoluto.
—Ya sabes que a veces se nos olvida que hay vecinos —rió la joven—. Anoche hicimos una fiestecita para celebrar que me han dado recorridos largos. Ahora mismo me marcho a Nueva York.
—Y cuando vuelvas, supongo que también lo celebraréis —observó Terry.
—¡Qué buena idea! Muchas gracias —rió la joven.
Habían llegado al garaje y Elisa entró en su coche alegremente, dejando a Terry preguntándose por qué tenía que abrir la boca por las mañanas.
...
—¡Pobre Terry! —exclamó Karen—. Lo estás pasando fatal con esa chiquilla, ¿verdad?
—Bueno, no es para tanto —intentó contemporizar él.
Estaban cenando en un restaurante tranquilo y Terry se sentía mejor en la sensata compañía de Karen.
—Siempre intentas buscar el lado bueno de las cosas —sonrió ella—. Pero yo sé que estás haciendo un esfuerzo.
—Un poco, sí —asintió él, recordando el esfuerzo que había tenido que hacer la noche anterior para no besar a Cande—. Lo peor de todo es que siempre me convence de todo. Hoy mismo he ido al gimnasio por primera vez en mucho tiempo.
—Pero si estás en forma.
—Lo sé, pero Cande me ha hecho sentir como si fuera un hipopótamo. Aunque lo hacía de broma.
—No debería decirte esas cosas. Y hacer que vayas a buscarla al club...
—Eso ha sido idea mía. No me gusta que vuelva sola a casa —dijo él, mirando el reloj—. Tendré que irme pronto, por cierto.
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CANDELA
RandomTerry Grandchester no podía creérselo. La pizpireta y pecosa adolescente que no lo había causado más que quebraderos de cabeza, llegando incluso a arruinar su vida amorosa, había vuelto a aparecer en su vida y él se veía obligado a cuidar de ella. P...