CAPÍTULO VIII

866 88 24
                                    

Terry celebró su ascenso comprándose un coche nuevo. Era un deportivo verde, con los asientos de color crema y un motor que apenas hacía ruido.

Como era lógico, llevó a Karen a cenar y a bailar y ella, graciosamente, lo felicitó por su ascenso. Terry sabía que era el momento de pedir su mano, pero algo se lo impedía. En el momento en que la vida parecía llevarlo hasta ella, su corazón parecía ir en otra dirección.

Además, tenía que reconocer, el puesto se lo debía a Cande. No porque hubiera sido encantadora con Franklin, sino porque lo había inspirado para que confiara en su instinto, un instinto que siempre había estado dentro de él, ahogado por su sobriedad. Ella había liberado al nuevo Terry y era un Terry que le gustaba.

Disfrutó llevando a Cande a dar una vuelta en el coche. Su admiración era menos elegante que la de Karen, pero más divertida. Incluso le había puesto un nombre: «El monstruo silencioso».

Su relación parecía estar pasando por un período de tregua. Cande había encontrado un trabajo en una agencia de viajes y parecía más tranquila.

—Incluso a ti te parecerá bien —había bromeado.

—Si te digo que me parece bien, seguro que lo dejas —sonrió Terry.

—Es posible.

— ¿Te pagan bien?

—Lo suficiente para pagar el alquiler y esas cosas. —contestó ella.

Y las cosas siguieron así de bien hasta que un día Cande fue despedida.

— ¿Qué podía hacer? Ese matrimonio llevaba ahorrando toda la vida para su segunda luna de miel y el viaje que iban a contratar era una tomadura de pelo. Tenía que advertirlos. ¿Me entiendes, Terry?

—Yo sí, pero seguro que tu jefe no.

—Me llamó traidora —dijo Cande trágicamente—. Y después me despidió.

—Bueno, puedes volver a mi apartamento hasta que encuentres otro trabajo.

—Antes muerta —dijo ella, para su sorpresa.

Más tarde, le pidió perdón, pero Terry seguía perplejo. El carácter de Cande parecía cada día más impredecible. A veces estaba radiante y otras, era como si quisiera mantenerlo a distancia.

Faltaban tres semanas para que John Neen se retirara y Terry ocupara su puesto. Paty y él trabajan muchas horas para ponerse al día.

—Terry, ¿en qué estás pensando? —preguntó Paty una mañana.

—Perdona —dijo él—. Estoy preocupado por Cande y ese Leagan.

—¿Ha vuelto a llamar?

—No, pero ha enviado un regalo. Llegó esta mañana a mi apartamento, así que se lo subí a Cande. Era una cadena con un diamante.

— ¿Un diamante de verdad?

—De verdad y muy caro. La tarjeta decía que pensaba en ella a todas horas.

—Qué bonito.

—Quizá. Pero a mí me suena más como una amenaza, como si estuviera diciéndole que nunca podrá escapar de él.

—Podrías llevártela a alguna parte. De hecho, deberías tomar unas vacaciones porque cuando ocupes el puesto de John no podrás hacerlo.

—Sí, tienes razón —musitó él—. ¿Pero, dónde?

—Yo podría prestarte mi casita en la playa.

—No sabía que tuvieras una.

—Está en la costa de Norfolk, cerca de un pueblo que se llama Mainhurst. Cande estará a salvo de Leagan y podréis hablar sobre cómo libraros de él. Esto no puede seguir así.

CANDELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora