CAPÍTULO X

866 102 22
                                    

Terry se levantó temprano por la mañana y decidió ir caminando a Mainhurst. Cuando asomó la cabeza en el dormitorio de Cande, la encontró profundamente dormida. La observó unos minutos, era un ada, su suave melena dorada tendida en la almohada, su piel blanca y sedosa resaltaba aún más con las sábanas blancas de seda. Era realmente hermosa, se dijo para sí mismo. Cerró la puerta y le dejó una nota diciéndole que había ido al pueblo.

Su coche estaba arreglado y, cuando volvió a la casa, Cande había desaparecido. Su nota decía que había salido a montar a caballo y le pedía que se reuniera con ella.

Terry se preparó algo de comer y estaba a punto de salir cuando alguien llamó a la puerta. Al abrir, se encontró a una joven con un enorme ramo de rosas blancas.

—Para la señorita White Andrews.

—Muy bien. Démelas —dijo él, sorprendido. Cuando estaba colocando las rosas sobre la mesa, la nota que había en el ramo cayó al suelo. Era una nota con el logo del hotel Redmont en el pueblo de Chockley, a unos treinta kilómetros de allí. Terry sintió que se enfurecía al leer: Vayas donde vayas, te encontraré. N.L.—Por Dios bendito, tiene espías que le informan de todos sus movimientos —murmuró entre dientes—. Muy bien, ha llegado el momento de que este imbécil y yo tengamos unas palabras.

Tirando el ramo de flores sobre el asiento trasero del coche, se dirigió a Chockley. El hotel Redmont era el más caro de la zona; un sitio elegante y lujoso.

—¿Cuál es la habitación del señor Leagan? —preguntó en recepción, con el ramo de flores en la mano.

Se sentía incómodo frente a la mirada sorprendida de la recepcionista y se dio cuenta demasiado tarde de la impresión que debía dar con aquel ramo de rosas en la mano.

—El señor Leagan se aloja en la suite del primer piso —dijo la mujer—. Quizá su secretario...

—No, gracias. Quiero hablar con el propio Leagan —la interrumpió él, dirigiéndose a la escalera. Al volverse, vio por el rabillo del ojo que la recepcionista tomaba el teléfono.

Terry subió las escaleras de dos en dos y llamó a la puerta marcada ampliamente como: suite real.

La puerta fue abierta inmediatamente por un hombre joven con cara de susto. Terry pasó a su lado casi sin mirarlo y tiró las rosas sobre una mesa.

—Veo que su jefe no es suficientemente hombre como para enfrentarse conmigo. Pero dígale que no pienso irme hasta que hable con él.

—¿Perdone? —preguntó el joven, sorprendido.

Tenía acento australiano y una voz profunda que contrastaba con su apariencia frágil. Estupefacto, Terry recordó que había oído aquella voz antes...

—¡Usted es Neal Leagan?

—Pues sí. ¿Por qué parece tan sorprendido?

—La recepcionista me habló de un secretario...

—Sí, lo contraté cuando llegué aquí. No puedo dejar de trabajar, vaya donde vaya. Mi padre es difícil de complacer —contestó el joven, mirando las flores con angustia—. Veo que a Cande no le han gustado. ¿Le ha molestado que le enviara rosas blanca? Ah, bueno, claro. Ha debido pensar que yo daba por hecho... Debería haberle enviado rosas rojas o narcisos. Sé que le gustan mucho los narcisos. Pero recuerdo que dijo que las rosas blancas eran sus favoritas.

Terry no sabía qué pensar. Aquel chico tímido no podía ser el Neal Leagan de sus pesadillas.

—Creo que tenemos que hablar.

CANDELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora