Capítulo II

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Era Cande. La odiada quinceañera de sus recuerdos se había convertido en una diosa. Y él le había contado... ¿qué no le había contado? Terry emitió un gemido al recordar la confesión.


-Un momento -dijo él, luchando por su vida-. Tú no puedes ser Cande. Ella


era...


-¿Sí? -preguntó Cande, amenazadora-. Cuidado con lo que dices.


-Cande era... sé que han pasado cinco años, pero nadie cambia tanto. Sólo eras una niña.


-Tenía dieciséis años.


-No puede ser.


-¡Sé muy bien la edad que tenía!


-Pues parecía que sólo tenías trece.


-Tardé un poco en crecer -le informó ella con mirada glacial-. Era muy


delgada y un poco bajita, pero he cambiado. Ahora tengo veintiún años y mido un metro sesenta y tres. No es mucho, ya lo sé, pero no he crecido más.


-¿Y yo qué culpa tengo? -preguntó él, tontamente.


-Ni siquiera te acordabas de mi cara.


-¿Cómo iba a recordar tu cara si ni siquiera la veía entonces? Te la tapaba el pelo. Hablar contigo era como intentar establecer comunicación con una fregona. Y eso era en los días buenos.


-No te inventes excusas.


-No me estoy inventando nada -dijo Terry, intentando ser paciente-. Sólo


estoy intentando explicar que estás equivocada.


-Vaya, en eso no has cambiado. Siempre intentando llevar la razón. No sé cómo mi hermana te aguantaba.


-No cambies de tema.


-No sé cuál es el tema. Lo único que sé es que sigues siendo insoportable.


-No me gusta que me tiendan trampas...


-Yo no te he tendido ninguna trampa.


-¿No? Entonces, ¿no es una trampa llegar en coche cuando yo te esperaba en el tren?


-Eso ha sido accidental. Quería llegar aquí antes que el tren, pero Stear se


perdió. Creí que me habías reconocido.


-Y cuando te diste cuenta de que no era así, no dijiste nada para pillarme.


-¡Pues sí! Estaba oyendo cosas interesantísimas sobre mí misma.


-Y supongo que darme un nombre falso, tampoco es tenderme una trampa... Jennifer.


-eh bueno...sólo fue un mentirita piadosa.


-Ok...Lo que no entiendo es cómo Susana no me ha avisado de que venías en coche.


-Ella no lo sabía. Quería darte una sorpresa.


-Querías pillarme, querrás decir.


-No se me había ocurrido pensar que no ibas a reconocerme, pero la verdad es que me alegro. De ese modo, me he enterado de muchas cosas. ¿Cómo te atrevías a llamarme el bichejo venenoso!


-¿Y tú como te has atrevido a decirle a ese Stear que yo era el enemigo?


-¡Porque es verdad! -exclamó ella. Mientras se miraban con los ojos


brillantes, el tiempo parecía volver atrás. De nuevo estaban enfrentados y, de nuevo, ella era su pesadilla-. Mira que llamar a una niña inocente el bichejo venenoso...

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