Capítulo II : pesadillas

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"Escuchó de pronto entre la maleza unos extraños ruidos. Entre los árboles, los ojos atentos de un lobo fiero observaban a la pequeña, que quiso reanudar sin conseguirlo de nuevo el camino" Caperucita Roja.

Esta historia comienza en un día cualquiera, con una chica de diecisiete años normal, viviendo una vida completamente corriente, con todos los simples problemas que tiene una adolescente: sacar buenas notas para llegar a la universidad, quedar con su novio, pelearse con sus hermanastros...

Como cada día desde hace tres semanas, Ari se levantó de la cama tras sufrir varios terrores nocturnos, los mismos que la atormentaron tras el fallecimiento de su madre. Hacía mucho tiempo que habían dejado de invadir sus sueños y no entendía por qué habían vuelto.

Bajó las escaleras y entró en la cocina. Joseph y Natally, sus hermanastros y mejores amigos, ya estaban desayunando y su padre hacía tiempo que se había marchado al trabajo.

- Ari, ¿Te gustaría tomar un café? - le preguntó Nicole, su madrastra, al verla entrar.

- Sí, gracias. - contesto mientras tomaba la taza que le tendía su madrastra y se sentaba al lado de Natally.

- Dilan ya tiene el carnet de conducir. - le informó su hermanastra, muy entusiasmada. - Viene a recogerme para llevarme al instituto. - dio un corto sorbito a su té helado. - También viene Daniel. - dirigió a Ari una mirada traviesa. - ¿Te vienes?

- Por supuesto. - le respondió, mojando una de sus magdalenas en el café.

Ari y Natally estaban siempre muy unidas. Iban a las mismas clases y salían con la misma gente. Cualquier persona que las observara durante un día entero diría que estaban hechas la una para la otra.

Un claxon sonó desde la calle.

- ¡Esos deben ser nuestros chicos! - exclamó entusiasmada. - ¿Estás lista? - Ari recogió su mochila del suelo y se la colocó en la espalda.

- Sí.

Salieron de la casa y efectivamente, Dilan, con su preciosa melena rubia engominada hacia atrás y Daniel con sus perfectos rizos castaños tapándole las orejas, las esperaban cerca de la acera, en un precioso descapotable rojo.

- ¡WAUUU! - exclamó Natally mientras corría a los brazos de Dilan. Después de un largo beso se separaron.

- ¿Te gusta? - le preguntó con aire de superioridad. - Regalo de mis padres. - dijo mientras acariciaba la puerta de su nuevo coche.

- Creo que vas a tener que buscar un nuevo novio. - intervino Daniel. - Se ha enamorado perdidamente del coche.

Tras emitir una larga carcajada, Ari se subió en la parte trasera del descapotable, donde se encontraba Daniel y se sentó a su lado.

- Buenos días nena. - le saludó, pasando el brazo por detrás de su espalda.

- Buenos días. - le respondió entre susurros, antes de que él le proporcionara un corto beso.

- ¿Qué tal has dormido hoy? - preguntó mientras Dilan arrancaba el coche.

- Sigo con los terrores nocturnos. - le contestó dejando que su novio examinara los dibujos que había sacado de la mochila. - Lo peor de todo es que no parecen pesadillas, son tan reales que parecen recuerdos. - le comentó mientras le enseñó el boceto a lápiz que había creado, después de tener uno de sus extraños y terroríficos sueños.

Era un retrato de una criatura espeluznante, medio humano medio lobo, con unos ojos aterradoramente brillantes y de un color rojo sangre.

- En mi sueño era tan auténtico, incluso llegué a reconocer el aroma a pino. A veces creo que me estoy volviendo loca. - Daniel le acarició la mejilla para consolarla.

- No estás loca nena. - le dio un beso en la frente. - Solo necesitas relajarte y dejar de darle vueltas al asunto.

- Tienes razón, debes de estar harto de mí, siempre te hablo de lo mismo. - dijo mientras se acurrucaba en los fuertes brazos de su chico, con una pequeña mueca de culpabilidad.

- Nunca me voy a hartar de ti nena.

Cuando llegaron al instituto, ambas parejas se despidieron y se fueron a sus clases. Al entrar se percataron de que la mayoría de los pupitres estaban ocupados, algo muy poco frecuente a esas horas de la mañana. Natally se colocó en un pupitre junto con su amiga Crístal, así que Ari se sentó sola, detrás de ellas.

El profesor entró cinco minutos después, con los libros, un portátil y el mando del proyector en las manos.

- Como sabrán, el señor Adam Hoodberg, ha estado cumpliendo un castigo. - Aquel chico era una leyenda viva dentro del instituto y como no, la presa de muchas de las habladurías. Como casi todas las chicas que sabían de su existencia, Ari siempre sintió una extraña curiosidad por aquellas historias espeluznantes y probablemente inciertas así como por su protagonista. Se rumoreaba que había estado en la cárcel por traficar con drogas y que era el hijo de un empresario muy rico, otros afirmaban que era hijo de un prestigioso traficante de armas y que había asesinado a un enemigo de su padre con solo una navaja. Habían un número incontable de historias, cada cual más absurda. Lo único que sabían con seguridad sus compañeros es que enfadó a su padre hasta el punto de pedir que le dieran clases particulares, en una de las aulas más solitarias del instituto. Hasta ese momento, Adam, había estado encerrado en aquella habitación, con la única compañía de un profesor. - Pues bien, ayer fue su último día, desde hoy va a volver al horario habitual. Hoodberg, - el silencio reinó en toda la sala y un chico bastante intimidante, con un cuerpo aparentemente cuidado, entró en la sala con aire totalmente despreocupado. Ari lo observó desde su pupitre muy atentamente. Vestía una cazadora negra combinada con unos vaqueros y zapatillas negras. Su mirada se posó en unos llamativos ojos azules y al instante quedó absorta. Una extraña sensación recorrió su cuerpo. Ella conocía esos ojos, algo le decía que ya los había visto antes. - Por favor, siéntese en la mesa del fondo - indicó al muchacho, señalando la silla vacía que se encontraba a su lado. - Junto a la señorita Áriel. - Adam caminó a paso lento, con la cabeza gacha, huyendo de los susurros que emitían el resto de los compañeros y se sentó a su lado, algo malhumorado. Rebuscó en su mochila hasta sacar su libro.

- ¡¿Es que tengo monos en la cara?! - gritó, al ver que la mayoría estaban lanzando miradas furtivas en su dirección. Todos se giraron en el acto, asustados.

- Vaya Naty, no sabía que las perras también podían repetir curso - se burló observando la nuca de Natally

- Pues mira que bien, hoy has aprendido que sí es posible y yo voy a aprender que alguien tan idiota como tú no durará mucho. - le respondió malhumorada.

- Vaya, a alguien no le han sentado bien los cereales. - soltó Adam, acompañado de una risotada.

Con un gesto rápido, Adam se quitó la cazadora y su camiseta negra de tirantes dejó ver un tatuaje que se encontraba en la parte superior del brazo derecho, casi en el hombro. Se trataba de unas ramas que rodeaban su brazo. Ari pudo observar que en algunas de esas ramas se distinguían unos pequeños seres alados.

- Te gusta eh, este me lo hice a los trece, la primera vez que logré escaparme de casa. - dijo señalando el tatuaje.

- Pues... En realidad no me gusta, odio los tatuajes. - Le respondió algo cortante.

- Si ya... Y ahora me dirás que no me estabas mirando fijamente el brazo. - le contestó con voz seductora. Ari no contestó, se sentía avergonzada.

- Tranquila sirenita, no te voy a comer. - ella enfureció al oír aquello, pues siempre había odiado que la llamasen así.

- Me llamo Áriel, con acento en la 'a', no soy la sirenita. - Adam la miró divertido.

- Pues por si te interesa, mi apodo también apesta, - se acerca más a ella, para poder susurrarle al oído. - Me suelen llamar Pan.

¡Holi! Muchas gracias por darle una oportunidad a Onirit, espero que esteis disfrutando con la historia. ¿Que os ha parecido Pan? ¿Y Natally? ¿Os gustan los sexys rizos de Daniel 😂? Bueno, solo me queda pediros likes, comentar y compartir si os ha gustado.

Muchos besos a tod@s 😘😘😘

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