Capítulo XIV: El pacto con Lisbeth Maleficent

14 5 0
                                    


Unos suaves golpes de muñeca retumbaron en toda la habitación.

— Ari, ¿Estás ahí? — se desperezó tranquilamente y abrió los ojos confundida. Ya había amanecido y ni siquiera recordaba haber llegado al castillo. Se rasco la nuca y volvió a cerrarlos cambiando de postura haciendo caso omiso a las palabras de su madre.

Al mover la mano, palpó lo que parecía ser un cuerpo dormido a su lado con un rasposo pijama viejo. Abrió los ojos de golpe, se sentó en la cama y emitió un gritito al observar el bello rostro de John, totalmente dormido y con varios mechones de su cabello cayendo sobre su sien. Fue entonces cuando recordó que la noche anterior, después de escapar de la fiesta junto a su novio, se sintió desfallecida y le pidió que durmiese junto a ella. No pudo evitar dibujar una cálida sonrisa.

— ¡Áriel! ¿Qué está pasando? — la voz alarmada de su madre junto al ruido del picaporte de la puerta la devolvieron a la realidad.

— ¡Nada! ¡Enseguida abro! — dijo levantándose y dando pequeños golpes en el brazo de John, intentando despertarle.

— ¡Vamos John, despierta! — exclamó, aporreándole con la almohada. El chico se frotó los ojos, somnoliento.

— ¡Por Morfeo, Ari! ¿Puedes dejar de hacer eso? — se quejó con voz ronca y pegajosa.

— John, debes esconderte, mi madre está a punto de tirar la puerta abajo. — susurró mientras recogía el traje del suelo.

— Áriel Lucinda Snowhite, ¡Abre la puerta ahora mismo! — los ojos de John se agrandaron como platos.

Con los nervios a flor de piel y el traje entre sus brazos, se escondió debajo de la cama, ayudado por los pequeños empujones de Ari..

— ¿Con quién hablabas? — preguntó su madre apenas abrió la puerta.

— ¿Yo? Con nadie. — respondió fingiendo una sonrisa inocente.

— Ari, no soy estúpida. ¡Ya puedes salir John! — dijo mientras observaba cada rincón de la habitación.

El chico salió de su escondite avergonzado, con la cabeza gacha, esperando una reprimenda.

— Tu tía estaba buscándote, deberías irte. — le advirtió la reina, con cierta diversión en su mirada.

— Como guste, su alteza. — hizo una pequeña reverencia y se marchó, vestido todavía con sus ropas de dormir.

— Tu padre quiere verte, te esperamos en su despacho. — Informó a su hija, con cierta tristeza en su tono de voz. — Por favor, mantén la calma y haz todo lo que te pida. —Suplicó acariciando la mejilla de la princesa. Su extraña manera de actuar captó toda la atención de su hija, quien no dudó en preguntar.

— ¿Qué ocurre? — una lágrima rodó por la mejilla de la reina, lo que le hizo preocuparse todavía más.

— Haz lo que te digo. — dijo mientras se marchaba de la habitación.

Rápidamente, la princesa se vistió con el primer vestido que encontró y se dirigió hacia el despacho del rey.

— Adelante. — contestó su padre, tras escuchar los golpes en la puerta.

— ¿Quería verme, padre? — preguntó la princesa, asomando su cabeza con temor, desde la entrada.

— Sabes perfectamente que sí, Lucinda. — al oír su segundo nombre, se estremeció. Su padre solo lo utilizaba cuando estaba enfadado. — ¿Eres consciente del bochorno que nos hiciste pasar a tu madre y a mí anoche?

— Lo siento, no era mi intención... — el rey se levantó de su escritorio dando un fuerte golpe sobre la mesa, furioso.

— ¿...Deshonrar a nuestra familia, a todo Onirit? — emitió una cínica carcajada mientras se acercaba hacia su hija. — Debes aprender de una vez por todas que eres una princesa, la futura soberana de todo el planeta, Áriel, no puedes bailar delante de toda la realeza de Onirit con un simple mozo de cuadra.

— Se llama John y es mi novio. — exclamó enfadada mientras cruzaba sus brazos.

— Áriel, no tengo ningún inconveniente en que realices actividades para divertirte, de hecho, por eso mismo aceptamos la presencia de John hace ya once años, decisión que ahora se presenta sin ninguna duda como un error. — dijo mientras dirigía una mirada de reproche hacia su esposa, quien permanecía sentada en un cómodo sillón, observando con sufrimiento la escena. — Pero ya tienes dieciséis años, es tiempo de encontrar un buen marido, ¿Y cómo pretendes conseguir a un príncipe si te escapas de tu propia fiesta con un simple pueblerino, cual vulgar meretriz?

— ¡Alexander Charming! — gritó la reina levantándose del sillón, dispuesta a defender a su hija.

Su marido le dedicó una mirada de advertencia y ella no pudo más que volver a su sitio y lamentarse por la desdichada suerte de su hija.

— ¡Me importa un comino lo que crean que soy esos estúpidos principitos arrogantes! Cuando tenga la edad, me casaré con John. — afirmó con seguridad, tratando de no parecer intimidada por la reacción de su padre.

— En eso te equivocas querida. La razón por la que te he hecho llamar no ha sido discutir tu comportamiento de anoche. — las manos de la princesa empezaron a temblar, intuía que lo que se avecinaba le cambiaría la vida para siempre. — Como bien sabes, Onirit atraviesa una etapa delicada a causa del deseo de los habitantes de Oronum por invadir nuestro amado planeta. Hoy mismo, sin ir más lejos, el país de las maravillas ha sufrido el ataque de tres corazones rojos que casi han conseguido salir del laberinto que protege el portal. — informó, intentando concienciar a su hija de la gravedad del asunto. — Por ese mismo motivo, me he comunicado con la reina, Lisbeth Maleficent y hemos llegado a un acuerdo. Van a cesar en su empeño, con la condición de asegurarle a Joss Wolfred, príncipe de Oronum, un reinado en Onirit, para unificar nuestros mundos.


OniritDonde viven las historias. Descúbrelo ahora