Capítulo X: El bosque

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Caminó sin rumbo durante varias horas obligándose a mantener el ritmo ya que se sentía cada vez más débil. Sus pies tropezaban con cada piedra, rama o arbusto que se encontraba por el camino y en cada caída le costaba todavía más levantarse.

Cuando se sintió desfallecer, se dejó caer bajo el resguardo de un pino, árbol que abundaba en ese bosque. Sentada sobre la fría y húmeda hierba observó como el sol se escondía, dando paso a las estrellas. Por mucho que se fijara, no lograba encontrar la luna, pero sí una gran superficie semicircular oscura que le recordaba a la silueta de un planeta.

Sus ojos se mantenían alerta con dificultad, ya que la dosis de veneno que su padre le había inyectado estaba alterando su cuerpo físicamente y sin saberlo, también psicológicamente.

Ari se maldijo a sí misma una y otra vez. Debía haberse quedado quieta, encerrada en ese viejo almacén todavía tenía una oportunidad, pero en ese lugar alejado de la civilización, sin ningún tipo de provisiones y con la fiebre aumentando por minutos, era muy poco probable que sobreviviese.

Unas pequeñas ráfagas de viento empeoraron su situación. No solo estaba herida, mareada y hambrienta, también sentía el viento atravesarle el cuerpo como mil cuchillos helados.

Los árboles danzaban siniestramente sobre su cabeza y el paisaje que en un primer momento le había parecido hermoso, ahora se le presentaba como la peor de sus pesadillas. Cada sonido producido por el roce de las hojas de los árboles con el viento y cada sombra animada procedente de los pequeños animales que habitaban en aquel paraje la asustaban y en cierto modo, la mantenían despierta y alerta.

Entonces, entre el murmuro de aquella pequeña ventisca, escuchó el leve eco de unas voces, que la transportaban a una época muy lejana. Entre ellas, reconoció el reclamo de su madre que la llamaba con voz melodiosa y dulce. También reconoció a John, que pronunciaba su nombre tiernamente. No pudo resistir la tentación y a pesar de sus dudas, decidió encontrar el origen de aquel espectral sonido, haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedaban. Así, se arrastró por el suelo, siguiendo la dulce y angelical llamada.

No tardó mucho tiempo en comprender que todo aquello era un delirio, fruto de la alta fiebre que la aquejaba. Frustrada, emitió un desgarrador grito de impotencia, que alteró levemente la quietud del bosque durante unos instantes. En aquel momento hubiera deseado llorar, pero no pudo más que emitir sonidos. No se molestó en volver a sentarse y se quedó allí, tirada en el suelo, bocabajo.

No podría decir cuánto pasó, tal vez diez, veinte minutos, intentando pensar en cómo salir de ese infierno. Fue entonces cuando escuchó una voz muy diferente a las demás, más real y extraña, casi un canto. Levantó ligeramente la cabeza para ver a un par de ojos verdes demasiado intensos como para ser humanos, mirándola atentamente.

— ¿Princesa? — preguntó mientras caminaba hacia ella.

Ari observó incrédula aquella visión. Aunque tenía cuerpo de mujer, aquel ser era totalmente distinto a lo que había conocido. Estaba completamente desnuda, aunque su largo cabello rojizo tapaba sus senos. Sus movimientos eran rápidos, ágiles y elegantes, parecía flotar en el aire.

— ¡Oh Dios mío! — exclamó la criatura cuando estuvo más cerca. Miró a ambos lados preocupada, como si temiera ser descubierta. — Aquí no estamos a salvo. — susurró más para sí misma. — La llevaré a un lugar más seguro.

— ¿Qué eres? — balbuceó Ari.

— ¿No me recuerda? — negó con la cabeza.

— Me llamo Linette, soy el hada protectora de este bosque, fui amiga de su madre, magestad. — le confesó con un deje de tristeza.

Linette se alarmó y giró el rostro hacia un punto del bosque. Su mirada se quedó entre los árboles durante unos instantes.

— Soldados de la reina roja. — susurró mientras volvía a prestar atención a la chica magullada. — Debemos irnos ya, sino nos alcanzarán.

Hizo un rápido gesto con las manos y las ramas y las hojas que se encontraban en el suelo se agruparon alrededor de Ari, formando una camilla flotante. Con otro ligero gesto, el hada y el improvisado transporte empezaron su marcha.

La camilla se detuvo en la orilla de un precioso lago rodeado de todo tipo de extraños árboles y arbustos cuyas aguas cristalinas otorgaban una luz mágica al paisaje.

El hada le ofreció un poco de agua recogida de aquel estanque. Ari la aceptó gustosa y tras beberse hasta la última gota, cerró sus ojos.

Despertó desorientada dos días más tarde. Aunque Linette había procurado mejorar su estado, los brebajes y las pociones que preparó no fueron lo suficientemente fuertes como para reducir su temperatura y mucho menos para curarla, tan solo mitigaron un poco el dolor y sanaron algunas de las heridas más leves.

Ari se mantuvo despierta durante un largo día en el que no dejó de gritar y llorar. El hada intentaba calmarla con mejunjes a base de hierbas para reducir su agonía. Pero no era el dolor lo que la mantenía tan desasosegada, sino las fuertes alucinaciones provocadas por la alta fiebre y por el veneno, que se había expandido por todo el cuerpo. A veces se calmaba y balbuceaba cosas sin sentido, provenientes de los rincones más oscuros de su mente.

Ya entrada la noche, Linette escuchó unas voces lejanas. No podía dejar que ningún ser de Oronum descubriera aquel lugar, ya que era el corazón del bosque, un paraje mágico y sagrado que debía proteger con su vida. Decidió dejar a la princesa custodiada por algunos animales y fue en busca de los extraños. Recorrió un gran trecho en pocos segundos y encontró a cuatro hombres armados, uno de ellos era más viejo que el resto, tal vez de cincuenta, mientras que los demás aparentaban la misma edad que la princesa.

Se fijó en los uniformes blancos y azules, con la insignia de una espada clavada en una roca, símbolo de los guardianes del sueño. No podía confiar ciegamente en esas señales, ya que desde que empezó la guerra muchos soldados rojos habían tomado el atuendo para pasar desapercibidos y conquistar numerosos castillos. Decidió crear una ilusión para impedirles el paso en esa zona del bosque. Los hombres avanzaban con rapidez, así que debía actuar pronto, si quería proteger el lago. Empezó a mover las manos, pero el primero de los exploradores la vió y lo contempló estupefacta. El cabello negro le cubría parte de la frente, pegado por el sudor, y su rostro cansado y preocupado reflejaba las noches en vela que seguramente había sufrido. Al ver sus intensos ojos azules, supo por qué aquel hombre le parecía tan familiar.

— Linette, ¿Sabes dónde está? — no hacía falta un nombre, supo perfectamente de quién estaba hablando. Asintió en respuesta y el joven hizo una señal a sus compañeros.


— Encontré a la princesa hace unos días, — le comentó mientras emprendían el camino de vuelta al lago. — Estaba muy pálida, tenía muchas heridas y la temperatura muy alta. He hecho lo que he podido, pero su estado es grave.


Ari despertó con dolor de cabeza y náuseas. Se levantó levemente de la cama hecha de hojas y observó cómo unas manchas borrosas con forma humana se acercaban hacia ella. Sintió su garganta arder y expulsó una sustancia negra y viscosa. Escupió eliminando los restos y extrañándose de que Linette no estuviera ya sujetándole el cabello. Notó el contacto de su mejilla con una mano y vislumbró dos ojos azules que la observaban con miedo y preocupación.

— John — susurró y luego apartó su rostro hacia un lado para volver a sacar la asquerosa sustancia. Él la cogió en brazos, apretándola contra su pecho.

— Tranquila, ya estoy aquí, todo va a salir bien. — le dijo, convenciéndose a sí mismo.

Fue todo lo que Ari pudo escuchar, ya que segundos después volvió a caer en un profundo y oscuro vacío.

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