Capítulo XVII: amigos y prometidos

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Ari observó confusa esos preciosos y fríos ojos verdes. Centelleaban al ser reflejados por la luz del sol y emitían ciertos destellos rojos. Fijándose bien, pudo detectar ese brillo característico de los Orunienses, ese resplandor siniestro que reflejaba un alma podrida, maldita por la magia negra desde su nacimiento. Pero también encontró algo que la desconcertó sobremanera: familiaridad.

En cierto modo, no le causaba tanto pavor como había imaginado en un principio, es más, al perderse en esa mirada se sentía en casa, se sentía a salvo. Por supuesto, no se podía comparar a la irresistible atracción hacia su querido John, pero por algún motivo ya no se sentía nerviosa, como si ya hubiera conocido al sujeto anteriormente, cosa totalmente improbable ya que ella jamás se había cruzado con ningún ser de Oronum, salvo unos monstruos terroríficos y diminutos de ojos rojos que le enseñaron una vez en la Academia de hadas.

La princesa apenas pudo asentir y emitir lo que pretendía ser una pequeña sonrisa ante el beso en la mano que le había regalado el joven príncipe tras su presentación.

— Lucinda Ariel Snowhite, princesa del reino Snowhite y futura reina de Onirit. — recitó. — Pero puede llamarme Ariel.

— Le apetece dar un pequeño paseo por sus jardines, señorita Ariel. — si se encontrara en una situación diferente, hubiera declinado su oferta, pues no estaba de ánimo para paseos, pero sabía que si rehusaba su padre se pondría realmente furioso.

— Por supuesto, señor Wolfred. — contestó mientras colocaba su mano en el brazo que el príncipe le estaba ofreciendo.

— Por favor, llámeme Joss.

— Como desee señor Joss.

El chico le sonrió dulcemente y empezó la marcha. Paseaban tranquilamente, parándose cuando Joss deseaba oler una flor u observar una de las fuentes. Ari se dejaba guiar sin mucho entusiasmo, mientras escuchaba los comentarios de su prometido.

— Debo admitirlo señorita Snowhite, realmente este es el lugar más bello que he visto jamás. — Ari contemplo su semblante maravillado y se preguntó qué podía verle de especial a un simple jardín. Estaba claro que era el más caro y recargado de todo el reino, pero comparado con el valle de las hadas, con el lago sagrado donde se reunía con John, aquello era una simple excentricidad.

Fue entonces cuando pensó en Oronum. Siempre le habían enseñado que era un lugar desolado, triste y muy muy peligroso. La magia negra había arrasado con todo en el mismo momento en que se originaba el planeta, matando cada planta, contaminando cada río, cada lago, cada océano. Allí las horas de luz eran más cortas y la oscuridad más profunda, más negra y llena de peligrosas criaturas. Un escalofrío recorrió toda su espalda poniéndole el vello de punta al imaginarse viviendo allí. Se preguntó si en esas tierras desconocidas incluso los reyes y príncipes, resguardados y seguros tras los muros de sus castillos, sentían miedo cuando llegaba la noche.

— Su gusto por la naturaleza me resulta extraño, señor Joss, ¿Nunca había visitado Onirit? — respondió cortésmente.

El príncipe la examinó sorprendido ante tal contestación. Había querido ofrecerle un cumplido que aligerara la tensión y le acercara más a ella, pero tal parece que hubiera provocado el efecto contrario.

— Sí, mi señora. Verá, mi procedencia es Oniriense, pero al quedar huérfano de madre, hace ya bastante tiempo, fui adoptado por mi querida madrastra. No recuerdo demasiado de este lugar porque todo esto pasó en los primeros años de mi infancia. — Ari dejó de escucharle al saber que procedía de Onirit. Si tal cosa era cierta, ¿Por qué sus ojos transmitían la marca de la maldición Oruniense?

— Entonces, ¿Por qué sus ojos brillan con luz rojiza? — pensó en voz alta.

Al pronunciar esas palabras se percató de su horrible error. Si la mañana terminaba y el príncipe Joss se mostraba ofendido, su padre la castigaría severamente, e incluso repercutiría en su pobre John.

— Siento mucho mis palabras, príncipe Joss, no quería ofenderlo. — se habían sentado junto a una de las fuentes. Ari desvió su mirada arrepentida y fijó su vista en uno de los arbustos que quedaba justo enfrente de ella. Por encima de las últimas hojas, se podía distinguir un gorro puntiagudo de color verde. Era ahí donde se escondía uno de los enanos de jardín que tanto le había gustado descubrir en su niñez.

— No lo sienta, no me ha ofendido en absoluto, se lo aseguro. — dijo, tomando las manos de la princesa y sobresaltándola. — Señorita Ariel, esto es algo de lo que tengo que advertirla, antes de comprometerse oficialmente a celebrar esta boda que nuestros padres tanto desean. — a la princesa no se le escapó cierto tono amargo en su voz y se preguntó si él también había planeado un casamiento distinto, una casamiento por amor, no por conveniencia. — Verá, ciertas noches, sufro unos ataques terribles, fruto de una maldición que me atormenta desde niño. En el pasado fueron incontrolables, pero me enseñaron a retenerlo y a utilizarlo a mi favor en ciertas ocasiones. No hay nada que temer, pero era necesario que lo supiera, no querría que mi propia esposa me odiara por ello. — la princesa se sintió terriblemente egoísta, al haber pensado solo en su dolor y sus sentimientos y haber creído que por ser de Oronum su prometido sería un monstruo. — También quiero advertirla de que mi corazón ya ha sido robado. Le prometo que si acepta ser mi esposa trataré de quererla, más no puedo prometerle mucho más que mi amistad. — Ari pensó por primera vez que había sido afortunada, porque al menos, era un buen hombre, sincero y caballeroso. Comparado con otros tantos matrimonios por conveniencia, no estaba mal.

— Bueno, — dijo levantándose y haciendo que el príncipe cabizbajo volviera a mirarla imitando su acto. — Acepto todas sus imperfecciones e inconvenientes. — respondió en tono alegre, intentando animar a Joss. — Y ahora me toca advertiros a vos, señor Joss. Mi corazón también tiene dueño, mi señor, así que la amistad que usted propone me parece de lo más adecuada.

— ¿Amigos entonces? — preguntó el príncipe, ofreciéndole la mano para cerrar el pacto.

— Y prometidos. — afirmó Ariel, aceptándola.


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