Capítulo 25

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–Mierda. –susurró Raphael mientras tomaba el muñeco de papel de Gideon, observándolo detenidamente.

–¿Mierda? Raphael, lamento informarte que esos bonitos ojos verdes no son los tuyos, son los de Gideon. –le explicó Leslie, juntando mucho las cejas.

Digamos que se me fue el alma al piso en cuanto vi caer el muñeco del sobre que tenía en mi mano. Me había puesto tan nerviosa, susurrando en voz apenas audible: "Él no. Él no. Por lo que más quieras, él no". Estaba histérica.

–Eso no mejor en nada la situación. –le respondió Raphael, pasándole el muñeco de papel a Leslie.

Gideon los miraba aterrado. Por su expresión, debía creer que podían hacerle daño con sólo tocar su pequeña representación de papel. Su tez blanca estaba aún más pálida, y sus ojos estaban abiertos como platos. Si me acercaba lo suficiente, podía ver el sudor frío que le había aparecido sobre la frente.

–Hey, Gideon. –lo llamó Raphael, chasqueando los dedos frente a él.

Estaba tan aterrorizado que tenía la mirada perdida, viendo la ropa sobre mi silla, pero con los pensamientos en otra parte. Había muy pocas veces en los que veía a Gideon en sus momentos de debilidad. Aunque él sufriera un poco durante el proceso, para mí eran un poco geniales. Lo hacían ver más humano. Abandonaba esa característica fachada de tipo duro y se sensibilizaba.

–Gideon. –le susurré.

Poco a poco fue dejando esa cara, volviendo a la realidad y enfrentándose a ella; y en un segundo, ya estaba tan fresco como hacía pocos minutos, mientras se reía con su hermano. Estiró su brazo y tomó la tarjeta, cuidándola como si su vida entera dependiese de eso.

–Creo que el conde se quiso evitar toda esa palabrería. –sin pensárselo ni un minuto, le pasó la tarjeta a Leslie.

–Uf. La falta de un ejercicio mental compensa el ejercicio físico. –respondió, orgullosa por haber encontrado unas cuantas palabras que, juntas, podrían escucharse verdaderamente importantes.

–Ni que lo digas.

Ambos se entretuvieron hablando sobre el ejercicio físico, dificultades y bla, bla, bla. Mientras ellos se enfrascaban en una charla que ni Raphael ni yo lográbamos entender, él comenzó a hacer unas cuantas muecas graciosas, que me costaron unas buenas carcajadas fuera de lugar.

–Y bien, ¿nos explicarán algo sobre eso o seguirán con su conversación diplomática?

–¿Diplomática? –a diferencia de Leslie, Raphael no había encontrado las palabras adecuadas.

–Eso es lo de menos. –le interrumpió Leslie. –Agárrate bien, Raphael. Y descansa, esto necesitará de mucha coordinación, habilidad, destreza...

–Sólo dinos, Less. –la corté.

–Buckingham. –se limitó a decir.

Y fue como un gigantesco balde de agua fría cayendo sobre mí. ¿Se suponía que debíamos entrar al Palacio de Buckingham? ¿A la residencia de la mujer más importante del país y probablemente del mundo? ¿Al lugar donde se concentran los mayores tesoros de una nación?

–Claro, será fácil. –les dije con ironía. –Sólo tendremos que plantarnos ahí, tocaremos el timbre y nos dejarán pasar.

–No será tan fácil, Gwenny.

Le dirigí a Gideon una pequeña sonrisa. Era evidente que no había entendido mi sarcasmo. Pero tenía razón.

No iba a ser nada fácil entrar ahí.

Diamante (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora